Capítulo 8

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16 de noviembre
Llegaron mis 15 años, rogué y deseé tanto que no me hicieran una fiesta. Mi madre estaba desilucionada por según ella ser una "amargada" pero la realidad es que "¿Por qué haría una fiesta si no era feliz?, Si tampoco tenía amigos que invitar, ni una gran familia"
Creo que todo era por guardar las apariencias o por no ser menos que los compañeros de papá que festejaban siempre los cumpleaños de sus hijas, pero a decir verdad ellas eran felices, no yo.

Ese día fue uno como cualquier otro, me saludó la abuela y lo mejor que hicieron mis padres fue dejarme faltar al colegio porque no quería saludos forzados de nadie.

La verdad era que no me sentía a salvo en ningún sitio, creo que solo vivía porque mi corazón funcionaba pero no tenía más motivos para seguir viva. Jamás nadie me había querido de verdad, ni un abrazo había tenido cuando lloraba. Todo se resumía a estar sola en la intranquilidad de mi hogar porque claro, el tío Fran frecuentaba mi casa cuando lo deseaba.

La abuela comenzó a enfermarse, decía que sus dolores eran producto de su edad, que los años no venían solos... Yo no le creí más eso después de un tiempo.
¿Quien me prepararía para perderla? Nadie en el mundo
Cuando ella accedió a ir al médico le detectaron un cáncer avanzado y ya no había nada más que pudieran hacer por ella, más allá de quimioterapias que alargaran su vida por un tiempo indefinido. Con quimioterapia mi abuela viviría unos 6 meses siendo optimistas y sino no sabían.
Creí que mi abuela era una mujer fuerte y que jamás se rendiría pero ella no estaba segura de iniciar el tratamiento y cada vez que hablábamos me decía "no quiero sufrir más, quiero que al irme me recuerden así y no que me vean mal como están todas las personas que se hacen las quimioterapias"
Ella no quería pasar sus último tiempo frecuentando un hospital, perder su amado cabello, sufrir tanto
Yo no entendí por qué ella, la única persona que me quiso en mi vida, la única que estuvo conmigo siempre, la única persona que jamás se rindió y quién tuvo una vida sana. La abuela jamás tocó un cigarrillo ni alcohol, jamás conoció las drogas, siempre se alimento sanamente pero así es la vida.
Me enojé con Dios, rogué que si el existía que la deje vivir e intercambiar lugares y es que por ella habría dado mi vida entera sin dudar pero no podía hacerlo.
Pasé todo el tiempo posible con ella, me resultó admirable que ni sabiendo que iba a morir siguiera con su típica alegría y su sonrisa aunque estaba padeciendo muchísimos dolores y malestares.
No hay palabras para describir cuánto la amé, ella fue todo para mí y la única persona que jamás me dejó sola ¿Ahora que haría sin ella?
Los días transcurrían más rápido de lo que podría querer, lloré como nunca antes.
Mi abuela ya no era ni la sombra de lo que fue y a medida que su vida se apagaba la mía lo hacía con ella.
Fui a comprar unas medicinas y unas frutas que me pidió y al llegar la encontré acostada, por más que la moví y grité ella no despertaba. Llame una ambulancia y llegamos al hospital, su pulso era débil y me dijeron que ya había llegado la hora, que no sobreviviría por más tiempo. El cáncer ya se había extendido más aún y su cuerpo estaba muy débil para seguir luchando.
Me negué a soltarla, me quede a su lado en esa habitación hasta que dió su último respiro.
Lloré, grité y pedí que se despierte, le rogué que no me deje pero ella se fue.

En su entierro ví varias personas pero son pocos a quienes reconocí o que presté atención, no quería dejarla en ese lugar tan frío. Fue un día tan gris como mi vida. La última en irse.
 
Me preguntaba que más podría perder ahora, ya nada me quedaba.
Volví a casa, ese lugar donde crecí y tantos recuerdos me abrumaban, las noches llorando hasta dormir nuevamente me alcanzaron y parecía haber llegado para quedarse.

Mi Destino InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora