Plañendo lágrimas de cristal: Saliva ponzoñosa: La terrible herida secándome las venas
Todo depende del maravilloso cristal con que se mire...
Saliendo de la casa de Hîan, me dirigí a la panadería con el único deseo de poder ser ayudada por mi patrona. Los señores Madss eran mi única esperanza en estos momentos. A lo alto, el sol se veía invencible y sus rayos se desplazaban como llamaradas ardientes sobre el sustrato, derritiendo la nieve. La hierba verde se dejó ver. Inhalé hondo y toqué a la puerta dos veces seguidas. Aguardé un momento antes de escuchar ruidos. Al abrirse la puerta, la campanita sonó repetidamente y la señora Yarai salió a atenderme. Me hizo pasar adentro de la panadería y estando dentro le expliqué mi urgencia. No necesito que le explicara el por qué, ni mucho menos me pidió respuestas, por lo que, sin peros ambos me dieron la ayuda necesaria al igual que alojamiento en un cuarto en el mismo terreno de su casa, parcela que estaba al final del pueblo, a unos cuantos pasos del borde del amplio bosque que se extendía considerablemente hasta las montañas. Desde ahí se podían ver los magníficos pinos y los árboles cubiertos de musgo, también a lo lejos los picos nevados más altos de Kadzaiî, y más cerca los arbustos verdosos con flores invernales como el rojizo membrillero de flor, el torvisco de los pirineos, y la hermosa trinitaria tricolor. Todas semi escarchadas con nieve lechosa, divinamente esparcida sobre sus hojas y pétalos. El terreno estaba delimitado por una cerca de madera pintada de color blanco. La casa de madera era muy acogedora. Tenía un sinfín de flores de colores brillantes adornando la entrada principal, un detallado tejado color rojo con brizna nevada y un camino de piedras semi cubiertas de nieve que hacían de senda hasta la entrada de un cuarto individual de muros de madera rubia a las afueras de la casa principal. El techo también lucia aquel tejado rojo y las enredaderas verdosas cubrían casi en su totalidad dos de los muros del cuarto a manera de escuadra—el muro frontal y uno de los muros del costado—y eso hacía que el pequeño departamento personal se sintiera como parte del amplio bosque. La señora Yarai, quien me acompañaba enseñándome el cuarto, abrió la puerta de madera con sumo cuidado. Un pequeño rechinido se escuchó, lo suficientemente ligero como para olvidarse rápidamente. Ya adentro observé el cuarto con disimulo. Era un cuarto sobrio, con una pequeña ventanita a lo alto de uno de los muros. Otra ventana—de madera—pero un poco más grande que la anterior estaba en la pared posterior y desde ahí se podía ver la vasta frondosidad de los pinos. Había una baja cama tallada en madera con varias frazadas y edredones de piel, una pequeña chimenea de piedra y un modesto baño al fondo. No había nada de que quejarse, el lugar era perfecto para mí. Por fortuna la noche de ayer Keynar me había traído envuelto los vestidos que me había obsequiado desde mi llegada a Sihuõk y junto con ellos el abrigo de diefskiës que me había prestado, claro... ahora era mío. La señora Yarai me dejó instalarme y se retiró del cuarto. A pesar de ser un lugar pequeño, podría tener mi intimidad. Podría cocinar para mí, y supongo que intentar olvidar a Keynar...
...pero eso sería imposible. Ya lo había decretado con firmeza. Jamás podría haber tal olvido.
Me quedé ahí, y jalé conmigo un banquito de madera hasta la ventana en la que se veía el amplio paisaje. Recargué mis brazos en el marco de madera y sobre ellos mi mentón. Admiré el boscaje denso y pensé que en las coníferas había caído un encantamiento maravilloso hecho por la mismísima diosa Saljῐ; que había azucarado todo a su paso. En esta hora del día los cristales de hielo brillaban desmedidamente sobre el zarzal de los abetos, los álamos temblones y los alerces como azúcar impalpable. Desde aquí pude ver a dos liebres de color caramelo saltar entre los matorrales nevados, a un hermoso glotón de espeso y denso pelaje de color castaña con tonalidades marrón—como las hojas de maple—que buscaba comida. Tiempo después atisbé a un hermoso y ágil zorro de pelaje cobrizo que se escabullía entre la espesura del bosque y a un pequeño grupo de delicados y refulgentes cardenales que volaban de una rama a otra. Mientras veía más allá de lo que esta habitación podía enseñarme, las lágrimas empezaron a hender mi rostro. Y conforme pasaban las horas, mi tristeza se agudizaba. Y sinceramente, a como me estaba sintiendo, era posible que mi tristeza creara una terrible enfermedad en mi interior. Por más que deseaba no llorar, me era imposible parar las cálidas lágrimas que se desparramaban sin cesar por mi rostro descompuesto. Los ojos me escocían. Los sollozos se agazapaban en mi pecho y en mi garganta. Un gran nudo se me había atorado en la tráquea, y todo eso por la cruel despedida de Keynar. No podía descansar en el humilde cuarto que los señores Madss me habían proporcionado para dormir porque sentía el corazón hecho girones y el pecho comprimido. Mi rostro mostraba una tristeza absoluta capaz de desolar a cualquiera. Por ende, la imprudencia me inundó de pies a cabeza. Me puse de pie de aquel banco que había sido mi único compañero en el exquisito y natural viaje desde mi ventana, cerré las puertitas de madera de la ventanilla y salí del pequeño departamento. Atrás quedó el terreno de los señores Madss, y más atrás todavía el extenso arbolado blanquecino. Con paso firme caminé más allá del puente en la entrada de Ragnãr, intentando ver su perfecto rostro colmado de curiosidad y su espigada figura. El viento había arreciado y su intensidad golpeaba fortísimamente en las ramas de los árboles y pinos, haciendo que su ulular fuera sonoro. Mis cabellos se movían bruscamente, arremolinándose en mi coronilla y golpeando con extrema fuerza en mis pálidas mejillas. Una suave y precipitada cortina de migajas algodonadas comenzó a caer sobre todo el prado. Me dolían los ojos de tanto llorar. La noche amenazaba con cubrir el cielo. El sol se había ocultado y ahora sólo faltaba que la penumbra emergiera en el basto firmamento.
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Amarga Aurora © [COMPLETO]
ParanormalLa frialdad de la nieve traspasaba como eco sonoro por mi piel, desgarrándome la garganta y haciendo estragos en mi débil cuerpo. Una mancha de sangre se expandía considerablemente sobre aquella superficie nevada, brillantemente roja como el fulgor...