Capítulo 10: Solsticio: La leyenda de las pieles de seda

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 Atravesé entre la nieve el camino repleto de pinos y árboles. A lo lejos se veían las copeadas montañas blanquecinas y las nubes moteadas que bailaban en el cielo azulado. Al llegar a mi destino completamente cansada, vi a Keynar sentado en los pequeños escalones del porche. Tenía la cabeza agachada y lucia pensativo, pero al sentirme llegar, clavó su vista en mí instantáneamente.

—¡Eyalín! —exclamó. Automáticamente se puso de pie.

—¡Keynar! —sonreí. No era nuevo que me emocionara al verlo. Su mirada estaba radiantemente iluminada y atisbé que una comisura de sus labios se alzó levemente.

—Estaba preocupado por ti —me dijo cuando llegué frente a él.

—Anoche fue un día terrible —espeté con la voz dos tonos abajo.

—Creo saber el por qué —farfulló.

—¿Humm? —murmuré.

—Nada. Vamos, entra a la casa —me sugirió—. Te ves cansada.

—Lo estoy —le sonreí.

Entré a la que era mi casa momentánea y observé que la chimenea estaba encendida y que un caldero de tamaño mediano estaba sobrepuesto en el fuego.

—Te traje comida —dijo.

—¿Ajá? —inquirí.

Keynar esbozó una amplia sonrisa.

—Gracias. Con todo lo que sucedió ayer, no tuve tiempo de traer algo a casa —le contesté. Hice una pausa—. Me mandaste al infierno —le reclamé.

—Era mejor que estuvieras entre la multitud que aquí sola —respondió con sinceridad.

—No, Keynar... ¿cómo sabias que algo así ocurriría? —le pregunté, interesada.

—No te puedo mentir... por eso te di la capa y el sîlkaex. Quería protegerte, aunque no estuviera cerca de ti —de nuevo había sinceridad en cada una de sus palabras.

Hubo un silencio.

—Aquello fue una masacre y hoy se harán múltiples sepelios —rompí con el frío silencio.

—No había nada que hacer, Eyalín. El pueblo de Ragnãr y las demás aldeas que fueron atacadas no tienen el conocimiento necesario para deshacerse de ellos en una noche como esa.

—Si lo sabias, ¿por qué me mandaste allá? —inquirí, sobresaltada.

—No me juzgues, Eyalín —su mirada traspasó la mía—. Te di los elementos necesarios para mantenerte a salvo.

—Sí, pero a que costo —alcé la voz.

—Como te dije antes, era mejor que estuvieras en medio de un conjunto de personas que sola —intentó aclararme.

—Claro, para que los diefskiës se comieran a los demás y no a mí —sollocé.

—Eyalín... —susurró mi nombre con delicadeza.

Se me acercó y me abrazó con fuerza.

Apreté mis manos en su pecho.

—No entiendo por qué el ritual no sirvió —lloriqueé.

—Veras, Eyalín...—hizo una pequeña pausa—, cada 45 años hay un alineamiento en los planetas que impide que el ritual funcione, por esa razón los diefskiës lograron entrar a los pueblos.

—¡¿Qué?! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué ellos no lo saben? —lo cuestioné.

—Creo que lo olvidaron —musitó con la voz firme.

Amarga Aurora © [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora