Capítulo 8: Ceremonia ancestral

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A la mañana siguiente desperté con un fuerte sabor en la boca. La luz de un día nublado invadió el interior de la pequeña cabaña. El fuego en la chimenea se había apagado en algún punto del transcurso de la noche y ahora sólo quedaban troncos chamuscados y un gran cúmulo de ceniza grisácea. Bostecé y me tallé los ojos en un intento de quitarme la pereza. Respiré profundo y me incorporé de la cama con pesadez. El dolor en mi pecho se había sustituido por un leve ardor que era un poco más soportable pero demasiado molesto. Me paré frente a la chimenea, y coloqué más madera. Con un poco de dificultad la encendí. Estando el fuego avivado, encima puse el viejo caldero—que estaba situado en el baño—que previamente llené de agua y dejé que se calentara. Aguardé a que estuviera listo admirando la neblina del exterior. Tenía el mentón recargado sobre mis manos que estaban sobrepuestas en el marco de madera. El día de hoy era lúgubre, demasiado frio y un tanto misterioso... igual que el acontecimiento que viviríamos por la noche...

...misterioso, diabólico y perjudicial.

Pasado un tiempo, en cuanto vi que el agua burbujeaba, retiré la vasija sosteniéndola con un pedazo de tela y caminé hacia el baño en donde vertí en agua caliente. Dejé en una esquina del baño el caldero, me desvestí y me metí en el agua. Deslicé mi cuerpo dentro de la bañera y ya que mi cabello se empapó bien, me lo lavé y después el cuerpo con el jabón de flores. Se sentía tan bien. No tardé mucho en asearme. Minutos después ya estaba arreglada con mí vestido color ámbar, y mi cabello largo cayendo en mi espalda y hombros. Hoy no usaría el inseparable abrigo blanco de piel que Keynar me había dado. En cambio, sostuve entre mis manos delgadas la capa de piel de diefskiës y la envolví de nuevo en la tela con la cual había sido cubierta. Antes de irme comí un trozo de pan cubierto con mermelada de moras y un vaso de leche que había traído conmigo la tarde de ayer. Habiendo terminado, proseguí a salir de la casa con el paquete en mano. Abrí la puerta de madera y al hacerlo, vi sobrepuesto en el suelo un pedazo de papel y sobre eso había una piedra cristalina color amarillo del tamaño de mi puño. Me agaché y la tomé entre mis manos al igual que el papel.—que estaba doblado a la mitad—Abrí la nota y leí:

Siempre es bueno llevar consigo las herramientas necesarias para protegerte su letra tenía delicados trazos—. Este cristal lleva por nombre Sîlkaex. Si te vez en peligro atraviésalo en medio de los ojos de la bestia. Recuerda que le temen a la luz... y ese mineral es luz...

Te veré pasada la noche.

Keynar.

Esa nota me arrancó una sonrisa, que después se nubló por el significado verdadero de aquella nota: ¨protección¨

Respiré hondo y despabilé el miedo que se había amontonado en mis hombros. Cerré bien la puerta por fuera y me dirigí hacia el bosque, apretando el bulto en mi pecho y guardé la piedra en la bolsita del vestido. Del cielo no descendía ningún rayo de sol y la neblina poco a poco se iba disipando, pero no la nubosidad. El frio era intenso y el viento helado me cortaba las mejillas. Extrañé la compañía de Keynar. Su plática conservadora llena de matices inciertos y su rostro perfecto irradiando curiosidad y sencillez. Caminé lento, pero con pasos precisos sobre la blanca nieve, entre los pinos que parecían estar formados de una manera caprichosa. Al cruzar los últimos frondosos pinos, el pueblo de Ragnãr se dejó ver. Las flores sangre sagrada se movían—a causa del viento—delicadamente y esparcían la escarcha que había caído sobre ellas en el suelo algodonado. Al cruzar el puente, me di cuenta que el pueblo estaba en silencio y no había tanta gente caminando en la calle principal. Seguí caminando hasta llegar a la panadería. Abrí la puerta y la campanita repicando—como siempre—me dio la bienvenida. Era la única que no se quejaba. La señora Yarai estaba acomodando varios frascos en la vitrina. Al percatarse de que yo había llegado, se viró hacia mí:

Amarga Aurora © [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora