Capítulo 3: Familiarización acelerada

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Al otro día me levanté entrada la mañana. Como había prometido, Keynar estaba en el cuarto avivando el fuego.

—Despertaste —me dijo al escuchar que me incorporaba de la cama.

—Estás aquí como lo prometiste —mi voz sonó pastosa, pero mi semblante era de alegría.

—Te dije que vendría cuando los primeros rayos del sol descendieran —me dijo, volteándome a ver—Te traje ropa. Creo que es tu talla.

—¿En serio? —respondí asombrada.

Keynar asintió.

—También calenté un poco de agua para que puedas tomar un baño.

—Gracias —le respondí más que agradecida.

Ahí, sobrepuesto en un viejo ropero estaban 4 vestidos, uno de color crudo de tela gruesa, uno azul cielo, otro rojo y otro más de color verde y un abrigo de piel blanco casi del mismo largo que el vestido. Caminé hacia el pequeño baño. A pesar de ser modesto, estaba muy bien arreglado. Había un estante de madera con toallas, jabones, pasta y un cepillo de dientes y algunas otras cosas para el aseo personal. Al fondo había una bañera de patas de bronce y de su interior emanaba vapor. Me encerré en el baño, me quité la única ropa que traía conmigo, que era un pantalón de lana y un suéter grueso y el saco de piel que Keynar me había prestado la mañana de ayer. Me metí dentro de la bañera con un jabón entre mis manos—que tomé de la estantería—y sentí el agua tibia rozando mi pie. Se sentía tan bien. Al terminar de asearme, me puse el vestido de tela gruesa y color crudo y encima la abrigadora capa de piel. Tomé un cepillo de cerdas gruesas que estaba acomodado a lado de las toallas y me cepillé delicadamente mi largo cabello. También tomé prestado un cepillo y un poco de pasta dental y me lavé los dientes rápidamente. Al salir del baño, lo primero que hice fue devolverle el saco de piel.

—Gracias por el saco —extendí mi brazo con el saco en mi mano.

—Me alegra que te haya servido. ¿Tienes hambre?—inquirió. Me miró expectante.

—Sí —le respondí.

Me senté a lado de él, observando lo que había traído para comer. Descubrió un plato hondo de madera. Ahí había cuatro pedazos de carne preparada con un poco de puré de papa, y unas cuantas verduras cocidas. En un pañuelo envuelto había pan. Keynar dividió el plato en dos y lo repartió en otros platos de madera. Ambos comimos frente al fuego.

Gracias, Mîkanaõ —le agradecí en silencio al dios del alimento como era mi costumbre—. Gracias por la comida —le ofrecí a Keynar mi agradecimiento con humildad.

—Deja de agradecerme. ¿Apoco cada vez que te traiga alimento me lo agradecerás?—hizo una mueca.

—Debo hacerlo. No deseo verme como una malagradecida —pasé detrás de mi oreja unos cuantos mechones de mi cabello.

—Pero que tonterías dices. Con que disfrutes lo que te traigo para comer, con eso me doy por bien servido, Eyalín. Ammm...—se mordió los labios con impaciencia—, ¿has pensado qué harás ahora que ya no estas en casa?

—No tengo la menor idea —puse los ojos en blanco.

Aquel era un tema desquiciante. ¿Cuál seria mi oficio? ¿Cuáles serian mis deberes?

—Tampoco quiero quitarte el tiempo —murmuré con la voz dos tonos abajo, tratando de que él no escuchara, pero fue todo lo contrario.

—Créeme que no lo haces. Suelo pasar mucho tiempo en este lugar, así que estuvieras tu o no aquí, yo haría lo mismo —me aclaró.

—¿No vas a la escuela? —le pregunté. Me metí un bocado de puré de papa a la boca.

—No —negó con la cabeza —. Ayudo a mi familia.

Amarga Aurora © [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora