Capítulo 6: Amor ensangrentado: El relato sombrío

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Antes de irme a dormir, decidí pedirles permiso a mis patrones de trabajar sólo medio día para ir al templo de Râkkazui. Había decretado que haría cualquier cosa por que Keynar me volteara a ver, y la verdad es que yo era capaz de poner en bandeja de plata mi amor por él.

A la mañana siguiente me levanté de muy buen humor, dejando atrás la acides que me caracterizó la tarde de ayer. Tomé un baño, me arreglé a como acostumbraba y me puse el vestido verde. Al terminar, desayuné pan con mantequilla y un vaso de leche. Me lavé los dientes, me puse el abrigo blanco, me miré al espejo y me sonreí a mi misma. Tocaron ligeramente a la puerta y un segundo después, se abrió con lentitud. Esa era la señal de Keynar. Sin hacerlo esperar demasiado, salí de la casa con paso largo.

—Hola —lo saludé, esbozando una amplia sonrisa en mis labios.

—Hola. Buenos días —me sonrió con dulzura.

—¡Estoy lista! —exclamé.

—Menos mal que ya eres la de antes.

—Y tú, el mismo de ayer —le dije juguetonamente.

—Vámonos —me apremió.

Asentí.

Cerró la puerta de la casa y juntos nos dirigimos hacia el camino. El brillante sol estaba ascendiendo y sus mágicos rayos de luz iluminaban los pinos congelados, el sustrato nevado y las ramas secas dejando sobre todo eso la escarcha matutina que brillaba como polvos mágicos de alguna hada.

—¿Hay alguna razón por la que estés tan feliz?

—Mmm...—pensé—, no.

—Supongo que dormiste bien ayer.

—Demasiado bien. ¿Y tú?—le pregunté.

—Sí... también.

—Keynar...

—¿Sí, Eyalín? —me miró expectante.

—Quería...bueno... —balbuceé—, quería disculparme por la forma en la que me comporte ayer.

—¡Bah! Ni que lo digas... no siempre la gente puede ser como una golosina.

El día de hoy Keynar estaba tan jovial, como yo. Siempre era callado... pensativo pero al mismo tiempo ocurrente y juguetón.

—Sí... ayer yo era un limón. Pero, hablando serio... no te lo tomes a mal. No es por ti...

—Lo sé. Creo que lo comprendo, así que... olvida lo de ayer. Si tu lo haces yo lo haré.

—Entonces no se diga más —me reí.

Lo miré disimuladamente. Sus cabellos se movían a causa del viento y el color en ellos era intenso como mousse de chocolate y sus ojos brillaban desmedidamente gracias al sol. Al llegar a la panadería de Ragnãr, como todos los días, me despedí de él sin querer hacerlo. Mi corazón suplicaba por un momento más con Keynar y mi rostro lo mostraba, pero mi cerebro me decía que tenía que trabajar.

—Te veo en la tarde —me dijo.

—Sí —dibujé una sonrisa en mis labios.

—Esfuérzate —se rio.

—Claro —alcé y agité mi mano en expresión de despedida.

Keynar aguardó hasta que yo entré en la panadería. Al hacerlo—entre el repique dulce de la campanita de la puerta—me acerqué al ventanal y me percaté de que él ya no estaba. Colgué mi abrigo en el perchero. Descolgué el mandil y me lo puse encima del vestido.

Amarga Aurora © [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora