La única vida que conocía Min Yoongi consistía en ser sirviente en la cocina de la mansión del noble Kim, o eso hasta que parte de ella se volvió también el hijo menor de este, Kim Seokjin, educado para convertirse en un buen candidato para consorte...
"No voy a mentir, lo tienes todo, todo, todo, todo de mí".
—Girl Of My Dreams, Juice WRLD ft. SUGA.
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La primera vez que fue consciente de que en la vida tenía el único propósito de servir a alguien más, ni siquiera lo meditó demasiado, pese a haber sido del tipo que le gustaba angustiarse por las posibilidades y empujarse al crudo realismo con sus análisis desde una edad temprana.
A pesar de que su realidad siempre había sido simple, podría no haber reflexionado sobre ella, y en su momento saber que su razón de ser era tan sencilla como tener en cuenta que constantemente habría alguien por encima de él —superior por sus posesiones, en su vago entendimiento de aquel entonces— no le causó nada lo suficientemente fuerte como para despertar la motivación para escarbar más allá.
Ni cuando tenía cuatro años, ni ahora, cuando estaba cerca de entrar más a fondo en el principio de los veinte.
La máxima autoridad era Kim Seunghwan dentro de la villa, su hogar, y la posición que este ocupara fuera de los límites del pequeño mundo de Yoongi, no le interesaba en lo más mínimo.
«Amo» ya parecía un título bastante grande.
Descubrir que ni siquiera era uno, y que en realidad Seunghwan podría representar lo que era el joven pelinegro en proporción para escalas más grandes —mucho más grandes—, provocó lo que probablemente debería haber sentido cuando su madre le dijo que eran sirvientes de un hombre y lo que sucediera con ellos dependía enteramente de las decisiones de este.
La frustración, el desconcierto, la impotencia, y quizá algo de miedo.
Minúsculo, trató de convencerse Min pero no logró engañarse por mucho tiempo.
No cuando la felicidad desagrable en la cara del hombre que siempre había visto serio, no paraba de estallar una y otra vez, como si cada tanto descubriera su motivo de alegría incontrolable de nuevo y solo consiguiera desbordarse como si no hubiese estado lleno de ella desde el inicio.
Hizo que se le revolvieran las entrañas, y Yoongi no tenía que haber probado makgeolli anteriormente para saber que no se trataba solamente de su efecto.
De hecho, saborear el dulce y picante de la bebida lechosa en su paladar le había estando relajando un poco, y en su momento agradeció porque el amo hubiese cambiado de licor una vez ambos estuvieron reunidos en su oficina.
El peso del tazón delicado en sus manos se sentía bien, —mucho mejor que un cilindro de cristal que fácilmente podría resbalarse de sus temblorosos dedos—, requería de mayor cuidado de su parte para que se mantuviera enfocado en sostenerlo de manera correcta y fuese más difícil dejarlo caer por la impresión.
