Éter, Afrodita recordaba que se había presentado como el dios del cielo primordial. El ocaso había llegado al Olimpo, pintando el cielo de un tenue naranja. La diosa de la belleza deambulaba por los jardines de su palacio, con la cantidad de ninfas a su servicio, eran los mejores de toda la ciudad, eran su orgullo y su propio salón de fiestas, tanto que a veces no necesitaba bajar del Olimpo para disfrutar de la naturaleza, pues estos, además de laberintos y fuentes, albergaban muchas especies, incluso especies mágicas y exóticas.
Como de costumbre se dirigió hacia los narcisos, en definitiva eran sus flores favoritas, ella misma se había encargado de darles cierto misticismo inventando historias sobre su origen. Era increíble que no solo los humanos, sino hasta algunos dioses habían respondido con credulidad. Sin embargo al llegar a su destino se encontró con una sorpresa, al lado de los narcisos, casi como si hubiera sido depositado prolijamente, un sujeto de complexión atlética, Afrodita lo observo con curiosidad, tenía la piel ligeramente bronceada, sus cabellos platino dibujaban líneas ondulantes en el suelo, su rostro de apariencia juvenil surcado por pequeños cortes, poco a poco fue notando que todo su cuerpo tenía algunas heridas, de las que brotaba un líquido translúcido e iridiscente. Asombrada se inclinó y con cautela tocó el icor que manaba de aquel misterioso individuo que dormía en su jardín. Al hacerlo sintió escozor, aquella mala sensación se extendió por su cuerpo haciéndola retroceder mientras emitía un quejido, jamás le había pasado algo similar al tocar el icor de otro dios.
Volvió la vista a su huésped, que ahora parecía hacer un intento por abrir los ojos, tal vez alarmado por el pequeño alboroto de la diosa de la belleza, finalmente lo logró, sus orbes ámbar revolotearon por el jardín hasta dar con Afrodita, al principio se mostraron perplejos, ¿qué no era ella la que debía mostrar perplejidad ante tal inesperada invasión?, finalmente le brindó una expresión amable.
—Por favor, no te asustes —quizá lo decía por la expresión de la diosa, haciendo su mayor esfuerzo Afrodita intento lucir calmada —. Mi nombre es Éter, dios del cielo —la diosa no pudo evitar soltar una risilla, de seguro sería alguno de los dioses que podían cambiar de forma jugándole una broma, no se imaginaba a Zeus intentándolo, pero tampoco rechazaba la idea.
—¿Zeus? Si esto es una broma, te felicito por tu creatividad, pero si Hera sabe que estas en mis jardines, mi reputación y la tuya serán suficientes para incriminarnos.
—Me confundes con otro —dijo fuerte y claro, mostrando cierta conmoción en su semblante —. No te preocupes, sinceramente no se como he llegado a este lugar, pero me iré en este momento — soltó mientras se incorporaba con evidente esfuerzo, la diosa de repente se puso seria, no podía constatar que verdaderamente se tratara de Éter, después de todo poco se sabía de los dioses primordiales, pero podía estar segura de que no era Zeus. El presunto Éter se desplomó en su patético intento por ponerse en pie, en su rostro le pareció percibir frustración y sus puños se apretaron con fuerza confirmando su primera impresión.
—No te esfuerces, puedo brindarte mi hospitalidad. Al menos hasta que estés listo para partir, pero deberás responderme algunas preguntas —el aludido asintió aliviado.
La diosa hizo que algunas ninfas y sátiros de su confianza la ayudaran a llevar a Éter hasta el interior del palacio. Luego los sirvientes del palacio trataron heridas y se encargaron de su aseo. Finalmente fue llevado a una habitación de huéspedes. El dios le agradeció de tantas formas que Afrodita se quedó sin contestación posible.
—Bien, ahora que estás plácidamente instalado, ¿quién eres? —el dios pareció incómodo ante la pregunta y Afrodita supo que volvería a presentarse como lo había hecho en el jardín—. No quiero que me repitas lo que me dijiste, y deja de mirarme con confusión, cuéntame tu historia, dime porqué estas herido... vamos, no seas tímido, después de todo hicimos un trato —lo animó la diosa con aparente impaciencia.
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TEMPESTAD
FantasyAtenea descendió al Hades y logró salir con vida, sin embargo la claridad del día no durará para siempre. La antigua oscuridad ha sido liberada, y tanto mortales como inmortales pagarán por su tormento. ATENCIÓN: Se recomienda leer el primer libro...