CERTEZA

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La luz que entraba por su ventana poco a poco se fue extinguiendo, el sol se había ocultado y sin embargo la situación de la diosa de la sabiduría permanecía inmutable. El peso de la frustración se le hacía insoportable, no podía creer haber sido tan ingenua. Había basado todas sus esperanzas en un plan que solo consistía en suposiciones infantiles.

Había días en los que no se sentía la más iluminada de las deidades, pero esto le parecía insuperable. Era la gota que había colmado el vaso. Ya ni siquiera tenía energía para analizar lo sucedido.

Sin poder contenerlo se tumbó sobre su cama, mientras el llanto sacudía su cuerpo frenéticamente. Minerva, a quién ahora solo percibía como un espíritu de compañía la contempló perpleja, o esa impresión le dio a la diosa.

Había intentado de todas las formas posibles comunicarse con Metis, pero finalmente había llegado a la hipótesis de que o bien su madre ya no existía como tal o bien pensaba mantener su acto sin importar las consecuencias. Sin embargo lo que más la torturaba, era la posibilidad de que ni siquiera se tratara de su madre, después de todo solo podría haber sido la ilusión de una niña que todavía se mantenía latente para acompañarla en su soledad. En cualquier caso no sería inverosímil que su madre le hubiera dejado un espíritu guardián. No recordaba que Metis quisiera volver al Olimpo, no después de haber sido traicionada por alguien en quien confiaba. Incluso a veces se preguntaba a sí misma por qué había vuelto, en busca de qué, puesto que racionalmente no tenía demasiado sentido.

La diosa apenas pudo percibir que alguien llamaba a su puerta, ciertamente no se sentía en forma para responder, sin embargo no estaba en condiciones de dejarse llevar por sus emociones, no teniendo en cuenta que tal vez Ares o Apolo quisieran informarle algo urgente. De hecho esperaba que al menos ellos hubieran hecho un progreso. Se acercó a la puerta hasta que sus labios casi rozaron la estructura, ya que sabía que si alzaba su voz sus palabras se quebrarían

—¿Si? —dijo tan alto como pudo, en cualquier caso se alegraba de haber elegido una formulación tan simple, ya que otro interrogante le habría parecido difícil de pronunciar sin evidenciar su angustia. Confundida acercó su oreja a la puerta tratando de captar algo, hasta que finalmente esos silenciosos segundos que se le habían hecho demasiado largos fueron interrumpidos.

—Atenea ... —del otro lado de la puerta respondió una voz dubitativa, que la diosa reconoció de inmediato, rápidamente se secó las lágrimas e intentó controlar su agitación respirando pausadamente. Sin dilatar más el asunto abrió la puerta mientras retrocedía y dirigía su faz hacia la ventana. Luego de oir como se cerraba la puerta sintió como los pasos de Ares se acercaban y supo que debería confrontarlo —. ¿Sucede algo?

A pesar de que sabía que era inevitable permaneció en silencio, mientras profundizaba su respiración de forma notoria, finalmente se volvió a Ares, pero prefirió no sostener su mirada. Era cierto que él conocía sus puntos débiles, pero nunca había visto en ella esa vulnerabilidad, al menos no de forma tan manifiesta.

—Atenea, ¿qué ha pasado? —soltó con preocupación.

—No, nada, es solo que ... —titubeó—. No ha pasado nada precisamente. He sido una tonta — terminó sin poder contener las lágrimas. Casi sin pensarlo acortó la distancia que la separaba del dios y apoyó su frente en el pecho de Ares, sintió como sus brazos la recibían en un cálido abrazo y no pudo más que esconderse allí hasta que el único sonido que ocupó su atención fue el rítmico latir de su corazón. Si tan solo pudiera quedarse en aquel lugar seguro hasta que todo terminara, pensó la diosa, sin embargo era consciente de que eso no solucionaría nada, aún sin separarse continuó—. Estaba segura de que mi madre me había acompañado al Olimpo —Ares se separó un poco para poder encontrarse con su mirada, mientras que secaba las lágrimas que corrían por el rostro de Atenea con delicadeza—. Creí que Minerva era en realidad mi madre —le dirigió una mirada fugaz cargada de frustración —. Pero ya no se que pensar, porque no he logrado nada —se detuvo para recobrar el aliento—, soy una ilusa, es solo un espíritu que mi madre me dejó ... y todo esto ha ocurrido por mi culpa, por mi soberbia ciega.

TEMPESTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora