DECLARACIÓN DE GUERRA

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Luego de un intercambio de información solo se oía el soplido de una brisa colándose por la ventana y meciendo las cortinas con suavidad, la diosa meditabunda permanecía en silencio intentado encajar las diferentes piezas del rompecabezas, Ares había permanecido en silencio como si eso fuera suficiente para ocultarlo de la atención del dios de la profecía, que no podía disimular su incomodidad ante su presencia.

—Sigo sin entender que hace él aquí —soltó Apolo dirigiéndole una mirada al dios de la guerra —. Todo lo que está pasando es el resultado de tu capricho por liberarlo —terminó increpando a Atenea.

—Tú mismo has dicho el motivo por el que estoy aquí —respondió Ares pasando por alto la expresión retadora del dios de la profecía.

—Después de todo lo que ha pasado, no es momento para pelearnos entre nosotros, llegado este punto lo mejor será alertar al resto de los dioses... —comentó la diosa con la mirada perdida.

—No creo que sea lo mejor, todavía no estamos seguros de nada, además en el caso de que nos creyeran, tú y Apolo serán castigados por lo que ocurrió con la caja de almas, bien sabes que no todas las deidades se han tomado a bien tú nuevo papel político, Atenea.

—Entiendo lo que dices, también pienso que es lo más práctico, pero no es correcto...

—Aun así, y tal vez en contra de mi buen juicio, coincido con Ares —musitó Apolo —. Muchos dioses estarán más preocupados por castigarnos, que por averiguar lo que hay detrás de todo. Solo deben saberlo algunos, los que puedan ser de utilidad. Si esto se resuelve, ya tendrás tiempo de expiar tus culpas.

La diosa casi se sorprendió de lo razonable que le parecía todo, nunca hubiera pensado que llegaría el día en el que engañar a los demás le parecería una alternativa legítima, pero día a día se seguía sorprendiendo, al fin y al cabo no sería la primera vez que engañaría a alguien, pensó para sus adentros recordando su experiencia con los cíclopes. 

—Ares, ¿alguna vez Afrodita te habló del padre de Eros? —lo interrogó Atenea que sabía que aún le faltaba una parte de la historia.

—Sí, lo hizo, de hecho siempre me hablaba de un suceso muy extraño, solía decir que era un presagio de la venida de Éter —algo en esa frase hizo que la diosa se estremeciera, como si oculto a su entendimiento hubiera algo en lo más profundo de su ser que le diera una alerta de peligro —. Afrodita nunca fue de las que se preguntan el porqué de las cosas, simplemente se limitaba a aceptarlas... el hecho es que tiempo antes de que llegara Éter, Zeus le pidió una muestra de su confianza, puesto que era una diosa misteriosa, de la que no se conocía su origen ni sus lealtades. Afrodita pensó mucho tiempo que podría obsequiarle al dios de dioses, entonces tuvo una revelación de las Moiras, ella nunca me contó lo que le habían dicho, pero si me dijo que le habían dejado a una mujer de arcilla, que debería ser dada a Zeus junto con el cofre que esta cargaba, aparentemente Zeus complacido le obsequió un castillo a Afrodita y usó a la mujer, de nombre Pandora, para disciplinar a los humanos. Cuando la caja se abrió, llegó el padre de Eros, pero desapareció tan pronto como el caos en el mundo de los mortales —el rostro de la diosa se iluminó.

—La caja de almas, entonces las Moiras se la entregaron a Afrodita —el dios de la guerra la miró confundido —. Cuando fui a buscarla en Caria, descubrí que la misma se vincula con la historia de Pandora, no creí que pudiera tener relevancia... hasta ahora, tal vez lo que le dijeron las Moiras a Afrodita pueda sernos de utilidad.

—¿Y si no es verdad que la haya recibido de las Moiras? Afrodita es buena aparentando ser una mujer banal, pero podría tener que ver con todo este asunto —soltó Apolo.

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