En el cielo aterciopelado cada estrella parecía querer brillar más que la otra, como compitiendo por opacar al resto. Una suave brisa mecía el cabello de Medusa. Era una sensación agradable. Había pasado por tantas cosas que casi había olvidado la calma. Sin embargo no podía engañarse, en medio de esa quietud sus pensamientos se hacían más aturdidores. ¿Por qué debía sucederle eso a ella? Era como si no hubiera un mañana.
Podría seguir reviviendo en su mente todas las veces que le habían hecho daño, abriendo viejas heridas y dejándolas en carne viva. Podía culpar a sus agresores o aquellos que la habían abandonado cuánto quisiese. Pero al final del día sería ella y solo ella, la que cargara con aquella pesada mochila, con aquel rencor venenoso que solo buscaba consumirla y que no la había conducido a nada.
La Gorgona no necesitaba que Atenea o Apolo trataran de convencerla de las bondades de ser una simple mortal, podía leer sus intenciones incluso antes de que se dignaran a hablar. De cualquier modo no podía decir que no había sido advertida. Los dioses se aburrían fácilmente, era algo que todos sabían. Quizá ella había sido una idiota al pensar que eran sus amigos.
Incluso cuando se aferrara con uñas y dientes a su monstruoso poder, era innegable que le resultaba desagradable. Porque ni siquiera con una mirada fatal y un aspecto fiero podría cambiar lo que era. El miedo, aquella desesperante sensación siempre estaba ahí. Una tensión que tarde o temprano iba a romperse. Podía aparentar muchas cosas, pero en su interior siempre sabría que no eran ciertas.
No lo había admitido con Apolo, pero detestaba transformarse en la mítica Gorgona, porque sabía que no le pertenecía, ni siquiera se sentía dueña de sus acciones en ese estado. Era como si una fuerza extraña se apropiara de su ser. Caos puro. Lo detestaba casi tanto como a su antiguo yo.
Irina, la muchacha que había pasado toda su vida cultivando el dominio de sí misma y la pureza, en sus recuerdos casi le parecía rememorar a otra persona. No. Mientras menos pensara en eso, más lejano sería. Esa joven estaba muerta.
Quizá bombardeada con estímulos lograría acallar esos gritos sordos y enterrar de una vez por todas a esa mujer. Tal vez al fin y al cabo si era mejor no ser dueña de sus acciones, si eso implicaba no ser dueña de su dolor.
Recordaba que Apolo le había dicho que la única forma de sanar sus heridas era abrazar el dolor que la atormentaba. Era fácil decirlo. Sobre todo para ese ser sobrenatural que apenas comprendía de fragilidad. Aunque Medusa había sentido un deseo irrefrenable de cuestionarlo, no había podido. De alguna forma sentía una claridad que le parecía ajena cuando el dios hablaba. Confiaba en él. Incluso cuando racionalmente encontraba incongruencias entre lo que hacía y decía, sentía que su interés era verdadero.
Si tan solo con su confianza pudiera lograr algo, pero no. Cada vez parecía más atrás de donde había empezado. No importaba cuanto lo intentara. Cuando el dios se iba todo volvía a desmoronarse. No bastaba desear, no cuando parecía que su energía se había acabado.
Medusa tomó la pequeña rama de laurel que le había dado el dios, parecía tan ordinaria que en otra ocasión le hubiera parecido extraño que fuera del mismísimo dios de la profecía. Pero en ese momento la llevaba consigo como un preciado tesoro. Apolo era un misterio. Como si tuviera muchas facetas. Y a pesar de que siempre parecía mostrarse bajo control, había cierta propensión al caos en su mirada. Aquella rama era la clara prueba de ello. Aunque en su defensa la Gorgona pensaba que ni siquiera la mesurada diosa de la sabiduría sería capaz de resistirse a una flecha de Eros.
El sonido de las hojas secas rompiéndose la devolvió a la realidad. Se incorporó con la mayor velocidad que pudo. Eran cinco siluetas, no pudo ver sus rostros. Sin pensarlo tomó una hoja de la rama de laurel y la introdujo en su boca al tiempo que gritaba su nombre. No era la primera vez que clamaba por un dios, los segundos parecían una eternidad, pero la muchacha se negaba a rendirse. No quería decepcionar a Apolo y algo en su interior le decía que el dios acudiría a su llamado. Ese era el motivo por el que a pesar de que sentía el contacto de aquellos seres, se negaba a abrir los ojos. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, podía notar como su grácil figura se transfiguraba, pero en contra de su juicio se negaba a defenderse.
Apolo le había dicho que era necesario que no usara sus poderes. Y por ello le había dado aquel laurel. Era la vía más rápida de comunicarse con él.
—Irina —aquel nombre que tanto repudiaba, en sus labios era una melodía divina. En su tono no había reproche, ni siquiera lástima al pronunciarlo. Entonces hubo silencio, la mano de Apolo tomó la suya y la Gorgona siguió sus pasos —. No abras lo ojos todavía— Su corazón aun latía desbocado, pero ya no por la misma causa que hacía unos momentos y notaba como poco a poco volvía a su estado original.
—¿Por qué? —verdaderamente no cuestionaba sus indicaciones, sin embargo le gustaba cuando el dios le explicaba detalladamente lo que pensaba, la hacía sentir más cercana.
—Porque no quiero que veas que los dioses también somos monstruos —Sin embargo Medusa no podría pensarlo, incluso cuando actuara de modo infantil frente a él, podía intuir lo que había pasado.
—Nada de lo que hagas va a disuadirme de que eres mi salvador.
—Cuidado, esas palabras me suenan a una promesa. Abre los ojos.
Frente a ellos la imponente figura de un grifo. A Medusa le alegraba tener experiencia con esas criaturas. Incluso cuando el ser alado era totalmente llamativo no pudo evitar fijar su mirada en Apolo. Verlo siempre parecía deslumbrarla. Pero en ese momento vio algo que no pensó que fuera posible. Una curva en sus labios, pero no como las típicas muecas burlonas o condescendientes del dios, sino que esta risa silente parecía escaparse por sus ojos, parecía verdadera.
Medusa trataba de guardar ese recuerdo inalterable, sin embargo lo que seguía era difuso, ahora se preguntaba si verdaderamente le había mostrado una sonrisa. De cualquier modo, aun si todo lo que guardaba fuera fruto de su imaginación no podría cambiar nada. Ahora era un ser desagradable. Y no se trataba solo de su piel áspera o de sus ojos fatales que con mucho esfuerzo ocultaba. No. Era su interior, sus decisiones las que la avergonzaban.
Sus pasos conocían el camino a aquel lugar que alguna vez había llamado hogar, aún privada de la vista. Sin embargo ya no quedaba nada allí para ella. La última vez que había salido de su escondite las cosas no habían salido como esperaba, aunque había sido ingenua al creer que en su estado de Gorgona algo bueno podía pasar. Esta vez había sido más precavida, nadie la había seguido. Incluso cuando quitarse la venda de sus ojos era peligroso, sus manos estaban deslizando las telas para deshacer el nudo.
—Irina — ¿acaso se trataba de su mente nuevamente? —. No abras los ojos —No era posible que lo estuviera imaginando, no cuando podía percibirlo con tanto detalle y nitidez. Sin embargo, incluso cuando lo único que había esperado, no pudo salir de su ensimismamiento—. Perdón, me disculpo por haberte lastimado...
—No deberías estar aquí, ya no significamos nada para el otro y tu condescendencia no me sirve — mientras más lejos estuviera el dios, más seguro sería para él. Después de todo, ahora sus ojos no le pertenecían, ahora eran del Señor del Caos, por lo que aunque verlo, incluso aunque el no la mirara le era imposible. No si quería mantener en secreto su encuentro con el dios.
—No te creo, si no te importara, me habrías convertido en piedra, después de todo el poder tu nuevo dios es por lejos más grande que el mío.
—Lo es, es efecto. Supongo que he elegido bien al final. De cualquier modo, no me sirve de nada sumarte a mi colección de estatuas, es tentador debo decirte, no es un misterio que eres estéticamente impecable, pero... me hace más feliz que sigas vivo, recordando el momento en el que no fuiste suficiente, el momento... en el que nuevamente te dejaste llevar por tus emociones y lo perdiste todo —Medusa ya no podía seguir insultándolo, esperaba que aquello fuera suficiente para disuadir a Apolo, de lo contrario no tendría más remedio que huir, ya que sentía que si volví a abrir la boca rompería en llanto y le pediría que la salvara como en otras ocasiones.
—Yo creo, que la próxima vez deberías esforzarte más, aunque ni en mil años lograrías engañarme. Sabes una cosa, viendo como incluso ahora intentas protegerme, no puedo arrepentirme de haber del modo que lo hice. Acudí a tu llamado aquella noche, y sentí tanto alegría al ver tu autodominio, que por un momento olvidé la caja de almas. Ahora dime, ¿de qué me proteges?
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TEMPESTAD
FantasyAtenea descendió al Hades y logró salir con vida, sin embargo la claridad del día no durará para siempre. La antigua oscuridad ha sido liberada, y tanto mortales como inmortales pagarán por su tormento. ATENCIÓN: Se recomienda leer el primer libro...