EPIFANÍA

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Atenea había llegado al Ara sin problemas, y aunque los grifos que lo custodiaban lucían mucho más calmados que la última vez, la diosa no quiso averiguar si al acercarse permanecerían de ese modo, por lo que recurrió a Esteno y Euríale, para su suerte había logrado invocarlas sin que Medusa siquiera lo notara, por lo que no sería un problema, además contaba con la presteza de Marte, que tan pronto como el camino fue liberado, la llevó a la cercanía del altar.

Quizá fuera más sencillo llevarse los escritos celosamente guardados, sin embargo no quería que ocurriera con ellos lo mismo que con la caja de almas, quizá ese lugar fuera más seguro, después de todo había permanecido allí por años. La diosa se sintió atraída por un libro finamente decorado con arabescos iridiscentes, como por magnetismo lo tomó en sus manos, pocas veces en su vida se había sentido tan lúcida. La diosa de la sabiduría había adquirido ese epíteto por su habilidad de hallar una respuesta en situaciones que no parecían tener una salida, esos momentos de lucidez le habían llevado a comprender lenguas antiguas, investigar artes olvidadas, ser consejera de los grandes y planear estrategias en una guerra, sin embargo no podía alardear de contar siempre con ese estado pleno de conocimiento. Probablemente la energía del Ara le ayudaba a entrar en comunión con las escrituras e ilustraciones de aquel libro, por lo que se alegraba de haberse quedado allí.

La diosa estaba absorta en el contenido del libro, leerlo era como ser transportada a otra realidad, se sentía como una revelación de la verdad, no había pruebas de que así lo fuera e incluso así estaba totalmente convencida de que lo era.

Todo se remontaba al inicio de los tiempos, al momento en el que el caos se había hecho orden, y a como el ciclo se repetiría eternamente. En cualquier tiempo y lugar la paz llegaría a su fin para la creación de una nueva era, en algunos ciclos el cambio sería gradual y hasta podría parecer incidental, sin embargo en otros sería la misma representación de la apocalipsis. Esta colisión surgiría en cada dialéctica, en una persona, en un mundo o en el universo, no podría ser evitada, y sería finalmente el dinamismo de lo hilos del destino el la llevaría a su realización. La historia era una sola, si bien podía tener distintas representaciones, siempre contaría acerca del equilibrio de la destrucción y la creación. 

Atenea había tenido una ojeada del universo bajo la mirada divina de Basil, sus palabras plasmadas en aquellas hojas habían sido la guía para transitar en aquel mundo lejano y antiguo que antes le hubiera parecido irreal. Ahora conocía la faz y los sentimientos de la divinidad creadora, no solo en su forma original, sino también a través de las distintas entidades que guardaban su esencia. Su amor ciego se había perdido en la espuma del mar, para ser un alma en pena que buscaría a su alma gemela. Su sabiduría creadora sería en el mundo de humanos y deidades la que entretejiera los hilos del destino, y su abrazo sería siempre el lecho y la prisión de la caótica oscuridad que llegaría cuando Érebo despertara. La destrucción encarnada, por su parte, no dividiría su poder, sino que se adueñaría del caos de otros seres para enriquecer sus huestes, se presentaría con muchas caras hasta encontrar su morada.

La diosa de la sabiduría salió de su aturdimiento gracias a un ruido sordo, sus manos estaban vacías y temblorosas y le pareció haber sido testigo de un futuro devastado, de alguna forma la historia había penetrado en su ser revelándole el porvenir envuelto en una bruma de misterio. Si la visita de las Moiras la había dejado atónita, ahora no podía salir de su embelesamiento. Con lentitud recogió el libro que había dejado caer de sus manos, y lo depositó en el altar, de pronto la inmensidad del espacio, la hizo sentirse insignificante, aun con esa cálida energía fluyendo por su ser, se sintió pequeña. 

Todavía con pasmo caminó hasta detenerse frente a Marte, decidida a volver se montó en el grifo. Nunca antes había estado tan segura de la inamovilidad del destino, por un lado le resultaba tranquilizador no sentir culpa por sus decisiones del pasado, pero por otro lado no podía evitar sentir impotencia ante la idea de que todo lo que pudiera hacer ya estaba predestinado, y que el final sería el mismo independientemente de lo que hiciera.

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