LA NOCHE DEL PRINCIPIO DEL FIN

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Luego de que una adormilada Atenea abriera la puerta, la silueta del dios de la profecía poco a poco se fue haciendo más visible, gracias a la tenue luz azulina que se colaba por sus ventanas. El rostro de Apolo mostraba una expresión seria y tenía una palidez antinatural, en un abrir y cerrar de ojos entró a la habitación de Atenea y cerró la puerta tras de sí con cautela, la diosa lo miró extrañada.

—¿Qué sucede? Es Medusa? —susurró la diosa denotando urgencia tras interminable silencio del dios.

—La caja de almas —las palabras salieron como un sonido casi ininteligible, Apolo parecía dudar hasta que finalmente abrió la boca —. No está.

—¡¿Qué?! —el mochuelo revoloteó sus alas asustado, pero ninguno de los dioses se percató. Entonces la diosa sintió una corriente gélida que le provocó un temblor casi imperceptible. Apolo permanecía en silencio, y aunque hubiera estado dando largas explicaciones Atenea no hubiera podido descifrarlas, incluso en aquella calmada noche, sus oídos parecían percibir un bullicio atronador, pero irreal.

—No sé que ha ocurrido, no he encontrado nada, ni siquiera a través de la bola de cristal.

La diosa no fue capaz de articular palabra. Un torrente de cosas le venían a la mente, pero todo era confuso. Todavía estaba en shock, no podía hacerse a la idea de que alguien hubiera burlado la seguridad del Olimpo, la de la propia morada de Apolo. Si la caja de almas se abría, quién sabia lo que podía ser liberado, tal vez significara su propia destrucción. Sin percatarse comenzó a deambular por la habitación en un ir y venir frenético, ¿qué debía hacer?, ni siquiera tenía esa respuesta, y nunca antes le había urgido tanto algo, finalmente se detuvo mientras trataba de mantener su respiración estable, dirigió una mirada a Apolo, el dios seguía en el mismo lugar en una rigidez que rozaba la catatonía.

—Tal vez fue alguien de aquí, nadie más lo hubiera logrado —dijo la diosa todavía con la mirada perdida.

—Hay algo más — farfulló Apolo, Atenea lo miró con desconcierto. ¿Algo más? ¿Qué no era suficiente? —. Esto debió ser planeado, es lo más lógico— continuó pensativo.

—¿Por qué lo dices? —Atenea seguía tratando de conectar ideas, tal vez no debería haberse confiado con la falsa tranquilidad que la había acompañado desde que había salido del Tártaro.

—Recuerdas que Medusa ya no se sentía segura en el bosque, por precaución le dejé un modo de comunicarse conmigo... solo en caso de que algo se saliera de control —hizo una pausa—.  Esta noche un grupo de enmascarados entró a su casa, eran demasiados, y yo la había instruido para no usar sus poderes a menos de que se tratara de una emergencia. Por lo que decidió ponerse en contacto conmigo. Debo haber estado una hora fuera de la ciudad, y me aseguré de dejar todo protegido... es decir siempre está protegido por magia, no hay muchos olímpicos que sepan usarla, mucho menos alguien que pudiera deshacer uno de mis conjuros de protección... no lo comprendo, pero podría asegurar que el ataque a Medusa y el robo de la caja fue algo finamente orquestado —el rostro de Apolo reflejó frustración.

—¿Cómo está Medusa? —lo interrogó Atenea perpleja sin saber que más decir.

—Fuera de peligro —Apolo seguía en el mismo estado —. Quien fuera que lo planeara, sabía que yo acudiría a su llamado, fui demasiado idiota, demasiado predecible.

—No fue así, no es tu culpa, creo que tarde o temprano esto hubiera pasado —Atenea estaba lejos de culparlo, no podría, después de todo había sido ella la que había salido del Tártaro con un espíritu oscuro en la caja de almas.

—¿Y ahora que haremos?

—Debemos encontrar la caja y al ladrón, tal vez aún no la haya abierto —la diosa todavía albergaba la esperanza de que esto fuera así, después de todo nada parecía haber cambiado, sin embargo muy en su interior una sensación la carcomía, se sentía acorralada.

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