ENGAÑOS

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En tiempos de Cronos todo era diferente. O quizá solo lo era en apariencias, puesto que el anhelo de poder mezclado con la sed de sangre era común a cualquier época.

El poderoso titán, que habiendo derrotado a su padre, temía sufrir el mismo destino a mano de su progenie, había decidido que era mejor mantenerlos en cautiverio.

Primero llegó Hestia, una diosa de naturaleza tranquila, en la que el titán no vio mayor amenaza. Luego Poseidón, quien a pesar de tener un poder que prometía grandes logros, tenía un temperamento poco equilibrado y proclive a los excesos. Después nació Deméter, la contraparte de Hestia, pero con pocas ambiciones. Había pasado poco tiempo cuando llegó Hera, la que progresivamente desarrolló un importante poder y una envidiable inteligencia, pero con excesiva prudencia. El último hijo del titán fue Hades, o eso creyó Cronos. Hades no era particularmente llamativo, era un joven de perfil bajo cuyas aspiraciones no tenían nada que ver con reinar.

Sin embargo Hades no fue el último hijo, hubo uno más, del cual se dijo que nació muerto. Hestia, Poseidón, Deméter, Hera y Hades no conocían más que la gran morada de Cronos, en la que tenían la falsa libertad de pasear por los amplísimos jardines, o de leer tanto cuanto quisieran, siempre y cuando les fuera lícito, o de conversar con los titanes que trabajaban para su padre.

Cronos creía que si el cautiverio era tan o más cómodo que la libertad, si incluso parecía que no había tal limitación, podría tener a sus hijos encerrados por siempre, sin mayor anhelo que los placeres con los que contaban y sientiéndose demasiado seguros como para intentar cualquier insurrección. Después de todo no conocían ni conocerían el mundo exterior. Por este motivo le había concedido la libertad a sus servidores de acercarse a sus hijos, siempre sería bueno brindarles interacciones controladas, que saciaran su necesidad de socializar, mientras que Cronos permanecería bien informado.

Rea, la esposa de Cronos y madre de sus hijos, no compartía la opinión de éste. Pero procuraba guardar las apariencias. Sin embargo llegado el momento, estaría lista para dar el golpe que terminara de quebrar un reinado fracturado por la tiranía. Tirando de los hilos, pero siempre alejada del telón. La titánide había salvado a una joven de nombre Metis, cuyo don era la sabiduría y que a partir de ese momento sería leal a su causa.

Los años pasaban y todo se mantenía con pocos cambios en la pequeña sociedad creada por Cronos. Aunque imperceptiblemente se agitaban emociones en cada corazón, se compartían palabras y secretos entre esos muros infranqueables.

Metis se había hecho una parte más del castillo, así como también una parte más de la vida de Hades. Compartían casi todo, y cada uno potenciaba en el otro el ansia de conocimiento. Tanto así que habían descubierto el modo de obtener libros prohibidos, de magia antigua y poderosa, pasaban los días entre pasadizos y habitaciones perdidas. El joven dios nunca había conocido alguien así, incluso conviviendo con sus virtuosos hermanos y siendo alguien de rápido entendimiento, a veces le parecía que la muchacha hablaba en acertijos y su mente era para él un enigma. Metis era alguien de aspecto ordinario, discreta, no era como la deslumbrante Hera, pero cuando hablaba era como si el tiempo se detuviera. Tenía una voz melodiosa, pero no era eso lo que desconcertaba a Hades. Con Metis podía comportarse de manera natural, lo que había hecho que ella pudiera leerlo como un libro abierto, sin embargo esto no era ciertamente recíproco. Habían cosas que excedían al joven dios, habían facetas de su carácter que mantenía bien guardadas.

Al ahora rey del inframundo le había parecido una violenta sorpresa verse inmerso en la titanomaquia, todo lo que conocía había sido parcial. Incluso cuando había sido partícipe en todos los sucesos que la desencadenaron, había ido cegado, como con una venda en los ojos. Todos los libros que habían hallado con Metis, tenían otro propósito... no solo matarían el tiempo.

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