JUZGADA
Sunshine
Washington Estados Unidos. Noviembre 8.
Me aliso el cabello a los lados del rostro con las manos, tomo una sección de mi cabello haciendo un pequeño mono en la mitad de mi cabeza, dejando dos pequeños mechones en mi frente. Me giro buscando el traje que cuelga en el perchero, un traje de dos partes, de color rosa lavanda. Lo descuelgo metiéndome en la falda corta de tubo que se ciñe a mis muslos, me pongo la blusa de satin blanca sin sostén, y por encima la chaqueta del mismo color de la falda.
Sonrió con la nota en la percha.
"Lo vas a lograr y nos vamos a tomar esos cócteles en la playa." —Melanie.
Sigo con la pequeña bolsa transparente que contiene maquillaje básico. Rápido me doy cuenta que es Lexie que lo ha enviado. Reviso las cosas y me pongo pestañina, rubor, iluminador en los pómulos y... me pinto los labios de rojo.
Se siente ver vestirse y maquillarse después de tanto tiempo.
Desde muy joven siempre me gusto verme bien, porque como te ven te tratan y aunque yo no me visto para nadie, siempre me ha gustado verme bien. Me acomodo el peinado y me siento en la pequeña cama poniéndome los tacones que tienen unas tiras que se envuelven en mis pantorrillas.
Me pongo de pie alisando mi falda cuando abren la puerta de la habitación y mis ojos caen en los dos hombres que visten trajes hechos a la medida. Esta vez no visten los uniformes militares. Me muevo saliendo y quedando en medio de ambos, el silencio es asfixiante y el espacio se disminuye haciendo que nos acerquemos más cuando nos subimos al ascensor.
Sin embargo no nos tocamos, nadie habla y es que ya ni siquiera peleamos. Eso es peor. Ahora solo estamos callados, ellos no hablan entre ellos, tampoco conmigo o viceversa.
Salgo del ascensor acompañada de ambos llegando al último piso donde nos movemos por el pasillo a la oficina principal, —la del ministro.— La puerta se abre y mis ojos caen en el militar sentado en su lugar, Samuel Hoffmann. Salió del hospital ayer.
Les dije que tenía que buscar algo en esta oficina.
Me acerco al escritorio y levanto a mirarlo. La tensión me envuelva y maldigo que mi mente guarde las cosas tan bien y me lo recuerde como se veía en esa cama.
— Párate. —digo aclarándome la garganta y me mira empujando la silla para ponerse de pie, la capitana se mantiene de pie en su lugar. Me arrodillo en el suelo y cierro el puño tanteando con él, el suelo. Saben que aquí hay un pequeño compartimiento sin embargo no saben que lo volvi a abrir después de años antes de irme.
Saco el pequeño diario que tenía escondido, las pruebas de un crimen perfecto debajo de la silla del ministro. Paso la mano por la tapa poniéndome de pie y...