Capitulo 24

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ACÍDO

Sunshine

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Sunshine

Diciembre 4, Washington Estados Unidos.

No puedo pestañear, siento el detener de mi saliva en mi garganta y el frío llenando las cabidas de la rabia que le tengo a este hombre, me quedo con el teléfono en la oreja inclusive después de que no ha dicho nada más. No ha dicho nada más que eso, solo ha colgado y siento el ácido en mi estómago a la vez que me giro a los mellizos que no solo le jure a Steel proteger, sino a mi misma el dia que los vi llegar a este mundo como los retoños sangrientos de mi hermano.

Miro la hora una vez más. Las cuatro de la mañana.

Giro arropando bien a los mellizos, saco el arma a la que le quito el seguro sintiéndose la rabia en mi cuerpo instalada como un parásito que quiere acabar con todo. Me acerco a la ventana mientras apago mi móvil, sacando el teléfono que no puede ser rastreado.

Marco a los escoltas y al equipo de seguridad del edificio antes de siquiera pensar en dejar solos a los mellizos que duermen pacíficamente en la cama. No suelto el arma mientras la seguridad me dice que no hay nada extraño en el edificio.

Revisen otra vez o me encargaré de que sus madres los entierren en el infierno. —ordeno por teléfono. 

Entonces me decido a abrir la puerta de mi habitación, encontrándome con la penumbra, la oscuridad, sin ruido, silencio ahogado en la oscuridad de los lujos. Dejo la puerta de los mellizos abierta, me giro varias veces a mirar y me detengo en la puerta que me queda mas cerca, la de Lexie. La cual empujo de golpe haciendo que ella se baje de la cama como un torpedo empuñando su arma en segundos.

— ¡Joder! —dice.

— Shh.. necesito que te quedes con los mellizos. Ya. —ordeno y la confusión es clara en su rostro.

— Muévete. —repito saliendo de su cuarto.

Sigo con el cuarto de Melanie donde ocurre lo mismo.

— ¿Qué pasa Sun? —pregunta y no se si pregunta por la forma que ando con el arma empinada o por el rostro sin color, sabiendo que tengo algo tan preciado aquí.

— Ayudame, revisa cada rincón, todo, llama otra vez a la seguridad, asegurense que no hay nada raro en el edificio o alrededor. —ordeno saliendo por el pasillo con el arma en alto.

— ¿Cómo que otra vez? —pregunta pero marca.

— Solo hazlo. —digo y ambas nos movemos por el departamento.

Me muevo a la piscina, la nieve cae a través del ventanal, la oscuridad predomina y rodeo la piscina que causa un sonido de eco en el lugar debajo de mis pasos mientras mantengo el arma en alto.

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