FAMILIA
Steel
Washington Estados Unidos, noviembre 26.
Me despierto con el sonido de la trompeta militar, mi cabeza es martillada por el sonido agobiante, intento abrir los ojos pero se me dificulta, la claridad blanca que impacta en mi rostro es una mierda y levanto la mano buscando tapar la claridad de mi cara.
—¡Pero es verdad que mientras más grandes más sinvergüenzas! —grita la voz que me da dolor de cabeza.
—Yo pensaba haberlo visto todo, ¿Pero esto? —pregunta y reconozco la voz de la capitana.
Muevo la cabeza y giro mi cuerpo viendo que estoy abrazando a... Stark, que se mueve también.
—¿Qué paso? —pregunta Sunshine y escucho un tintineo.
— Eso pregunto yo, ¿Que paso? —pregunta el ministro cruzado de brazos a los pies de la cama.
— Pero no grites... —dice la voz femenina a unos centímetros de mi.
—¿¡Que no grite?! ¿¡Saben que tuve que ponerle mi carota al dueño de la discoteca que me consideró porqué conoce a Sebastian?! —dice enojado y no me acuerdo de absolutamente nada.
Aparto la sábana y tengo los pantalones puestos. Siento que me paso por encima un camión de carga. Giro a mirar a Stark quién no lleva camisa y...
—¿Y como diablos ustedes terminaron esposados? —pregunta la capitana.
Mierda, soy un padre responsable para andar con estas cosas.
— ¿Y mis hijos? —pregunto frotándome la cara mientras me medio me muevo, siento como si un camión de carga hubiera pasado por encima de mí. Hace años no tomaba así, las parrandas de madrugada, se acabaron cuando se fueron mis hermanos y me quede con las copas de vino tinto que tomaba antes de cenar y eso cuando me acordaba.
—Tranquilo, que están en la casa, aun no despiertan. —dice mi mamá, viste ropa casual, no deberían estar aquí... giro la cabeza mirando mi alrededor con el dolor de cabeza y parece que un tornado arraso con todo. El ministro niega con la cabeza morándonos y... diría que estoy avergonzado pero es algo que no puedo decir porque no tengo vergüenza.
— Mierda, dije que estaría a primera hora. Ya deben de estar por despertar... —me tambaleo bajando de la cama, no quiero que me odien.
— Esperen... —dice Stark— ¡Son las ocho de la mañana! ¿Qué hacen ustedes despiertos?
Ella y el ministro se miran y si mi sistema no estuviese tan lleno de alcohol diría que ambos se han dando una mirada cómplice, como las de antes.
— ¡Callate y a ver si se te baja esa borrachera! —dice la capitana a Stark que medio se marea cuando ella le da una colleja en el cuello.
—Mejor dense una ducha, ustedes también. —dice el ministro parándome de la cama por el brazo.