Debo hallarla

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El largo viaje ha terminado. Por fin. He recorrido tantos kilómetros, he dado tantas vueltas recabando noticias de su paradero, la mayoría puras habladurías; y hoy todo llega a su fin. Tengo el presentimiento de que hoy voy a lograr hallarla.

Llegué. Este lugar parece desierto. Es un pueblo pequeño; una estación de servicio, un bar, algunas casitas aisladas y un destartalado hostal. Eso es todo lo que hay aquí. Por qué alguien decidiría quedarse en este lugarejo es algo que no entiendo, pero he escuchado rumores cerca de aquí, rumores sobre una mujer increíble. Ella, a la que necesito.

El sol está alto en el cielo. Es casi mediodía. El abrigo me incomoda mientras salgo del auto y comienzo a caminar, mientras el sudor empapa la espalda de mi camisa. Hace demasiado calor.

Entro al bar sin mucha confianza y busco con los ojos algún lugar que me convenga; elijo uno cerca de la barra y pido un vaso de agua helada. El barman me mira suspicaz; un suspiro se escapa de su boca mientras apoya el vaso lentamente delante de mí. Miro alrededor sin preocuparme por disimular. El tiempo se me acaba, debo hallarla pronto, lo antes posible.

Súbitamente mi mirada se detiene en una muchacha; quien, sentada en la mesa frente a mí, juega algún tipo de juego de naipes con un sujeto alto y de feo aspecto. Ella lleva el cabello largo, suelto y enmarañado. Viste completamente de cuero negro, desde los borsegos altos hasta la maltratada chaqueta. Ninguna joya aparece en su atuendo, interrumpiendo la oscuridad con su brillo. Echa hacia atrás la cabeza y ríe estrepitosamente, luego de lo cual toma un largo trago directo de una botella. El cigarrillo que ha abandonado brevemente su maquillada boca vuelve a ella presuroso.

Me paro apresuradamente, y me dirijo hacia su mesa. Sin ambages la miro a la cara y le suelto:

—Necesito hablarte, ahora.

Ella gira su cabeza rápidamente en mi dirección, y la ferocidad de sus ojos negros me paraliza. Jamás había experimentado algo así. Es como electricidad.

—¿Qué? —responde de manera firme, pero sin levantar demasiado el tono de su voz.

Reconsidero mi enfoque, y decido plantearle el asunto de manera distinta.

—Disculpe, señorita. Siento haber sido tan grosero. Lo cierto es que debo hablarle de un asunto de suma importancia. El Universo entero peligra. Sólo usted puede ayudarme, ayudarnos, se lo suplico.

Sus ojos se entrecierran, proyectando un extraño brillo. Se quita el cigarrillo de los labios.

—¡Fuera! —le espeta al tipo aquel sentado a su mesa.

—Pero... pero aún no ha terminado la partida... aún no cobro mis ganancias —responde el tipejo con una desagradable risita nerviosa.

La mirada en los ojos de la mujer se endurece cuando repite la orden:

—¡Fuera!

Esta vez sus dientes se hacen visibles en un destello de furia.

Él recoge rápidamente sus cosas desparramadas en la mesa, y sale pitando de su asiento. No lo culpo; hay algo extraño en esta mujer.

—Habla —exclama secamente en mi dirección, mientras escoge un segundo cigarrillo y lo enciende utilizando la brasa del primero.

Me siento, apoyo las manos sobre la mesa y comienzo:

—Todos vamos a morir.

—Vaya noticia —comenta sarcásticamente.

—No. Me refiero a que toda la vida en la Tierra perecerá, toda a la vez, pronto. Lo sé, he descubierto hechos científicos que lo señalan. Una catástrofe se avecina. No nos queda mucho tiempo.

Un ligero temblor agita la mitad de su cara, haciendo que cierre el ojo derecho en una especie de espasmo. Su mano también tiembla un tanto cuando la estira en busca de la botella de whisky. Baja los ojos, y murmura algo que no logro entender.

Luego levanta la cabeza, y me pregunta casi en un susurro:

—Así que hay pruebas de esto que cuentas. No te equivocas, ¿cierto?

—Estoy seguro de lo que digo. Por eso he venido a por ti. He recorrido el país buscándote.

—¿Por qué yo?

—Sólo tú puedes detenerlo. La máquina no soportará a nadie más. O, más bien, nadie más soportará activarla.

—¿Máquina? ¿Qué máquina?

—Una máquina que yo mismo he inventado. Bueno, he diseñado los planos; pero para comenzar a ensamblarla necesito datos, aún no está listo. No importa, te daré los detalles camino al laboratorio.

—¿Quién dijo que aceptaré?

—Toda la vida en el planeta desaparecerá si no me ayudas.

—Antes dijiste... dijiste que sólo yo podría aguantar la activación de tu máquina. Explica eso.

—¿Conoces algo de física?

—No.

—Sólo digamos que la energía que la máquina utiliza es muy... desgastante para cualquier humano. Requiere resistencia... y sacrificio.

—O sea que quien sea que la active, morirá.

—Posiblemente.

—¿Qué sabes sobre mí?

—Sólo rumores, realmente. Escuché mucho sobre ti. Tu fuerza, tu resistencia, tu poder. No creo que me hayan mentido.

—No sabes de lo que hablas —responde con un resoplido de desprecio.

—¿Vas a ayudarme?

—Ven esta noche a mi cuarto. El único hostal del pueblo. Habitación 122. Trae hamburguesas con queso, y patatas. Muchas. No menos de quince porciones.

—¿De qué hablas?

—Tráeme lo que te pido, y te daré una respuesta. Esta noche, 3 am. No toques, sólo entra.

Y con estas palabras se levanta, y sale del bar; dejándome confuso y pensativo. La botella de whisky reposa vacía sobre la mesa. Bajo ésta hay seis botellas más, y una infinidad de colillas de cigarrillo.

Camino a la salida con paso tranquilo, pero jamás he estado tan agitado, con tantos pensamientos peleándose en mi cabeza. Mi cuerpo está en calma, pero en mi mente se desencadena un huracán.

Si el demonio quiere [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora