Monstruo

12 4 5
                                    

Sophia había recibido un periodo de licencia a causa del fallecimiento en su familia, y los trámites que ello suele conllevar. Sin embargo, no había descansado en ningún momento. Poco a poco se había ido obsesionando cada vez más con la misteriosa mujer que vivía bajo su techo, decidida a obtener información clara sobre su pasado. Su estatus oficial ponía a su disposición todos los datos asociados a cada persona del país, y no desaprovecharía esa ventaja.

Cada noche, Hank bajaba de la habitación donde monitoreaba los signos vitales de Sybil y disponía sobre la mesa su fárrago de papeles, concentrado en la preparación de la nueva máquina; ahora que los planos y comprobaciones estaban listos, no debería tardar tanto en crear una réplica. A su lado se sentaba Sophia, con su propio caos de papeles; revisaba cada fecha y lugar, intentando llegar a algún tipo de conexión. Seguía sin querer creer en cuentos paranormales, pero su mente le gritaba que todo eso era cierto cada vez que el recuerdo del brillo maníaco en esos negros ojos la asaltaba. Es por ello que había desechado la razón, se centraba en reunir datos, por incongruentes que parecieran.

Una tarde se decidió a seguir una corazonada; odiaba la idea de entrar en ese cuarto, sólo el desagradable olor era suficiente para alejarla de allí, mas necesitaba encontrar respuestas, y pronto. La joven no se había movido de la cama, permanecía inconsciente; su respiración se percibía débil y acompasada. Una chaqueta de cuero negro colgaba del respaldo de una silla, y Sophia la sujetó en sus manos, y salió de la sala a paso veloz.

Una vez abajo, sostuvo la navaja ante sus ojos; no comprendió qué era esa viscosa sustancia negra que recubría la hoja, fue el mango de marfil el que llamó su atención. Le sonaba de algo que había leído en sus expedientes, debía revisar el asunto de inmediato.

—Aquí está —exclamó Sophia a un sobresaltado Hank, al otro lado de la mesa—. Mira, lo encontré —le dijo, mientras le enseñaba uno de sus papeles.

—¿Qué es esto?

—Es un caso de homicidio cometido hace años, en las afueras de la ciudad —explicó Sophia—. Y adivina cuál fue el arma utilizada —agregó, enseñándole la filosa navaja.

—Déjame ver —contestó Hank con curiosidad, mientras comparaba la vieja fotografía con la navaja que reposaba sobre la mesa.

—Es imposible que no sea la misma —dijo Sophia—. El grabado de marfil es exacto.

—¿Homicidio dices?

—Una muchacha apuñaló a un sujeto con esto en la garganta tantas veces que se la destrozó —explicó ella, como si se dirigiera a un superior en la fuerza—. Ni siquiera se molestó en defenderse cuando la encontraron cubierta de sangre, se limitó a arrebatar las pertenencias del tipo y salir huyendo. Los testigos declararon que corría a una velocidad inhumana.

—Sybil —murmuró Hank, anonadado.

—No puede serlo… bueno, no podría —dudó Sophia—. Esto sucedió en el año mil novecientos treinta y ocho, ni siquiera nuestro padre había nacido entonces; los números no concuerdan.

—Ella es diferente, no lo entiendes —expresó Hank, moviendo su cabeza—. No envejece de la manera en que lo hacemos tú o yo.

—Comienzo a creer en estas tonterías —susurró Sophia—. Mira este otro caso.

Hank tomó el papel que se le ofrecía, estaba todavía más desgastado que el anterior.

—Un accidente automovilístico —comunicó Sophia—. Parece que las rutas estaban congeladas y el conductor perdió el control del vehículo. Los padres murieron cuando el tanque de gasolina explotó, la niña pudo escabullirse con el tiempo justo. Caminó cerca de dos kilómetros, descalza sobre el camino helado, hasta encontrar un pueblo habitado. Fue ingresada en un orfanato bajo el nombre de Enid.

Sophia manipuló algunos papeles más, disponiéndolos en orden frente a Hank.

—Fue adoptada algunos años después, y más tarde se vio involucrada en varios asuntos turbios —siguió comentando, a medida que desplegaba la información sobre la mesa.

—Secuestros, agresiones —enumeró—. Robó bebés de sus cochecitos en distintas ocasiones, cortó el rostro de una niña con una botella, empujó a otra desde un décimo piso; a un pequeño de tres años le amarró una soga al cuello y tiró de ella hasta casi romperlo, la encontraron quebrándole la pierna a un niño de su calle a martillazos, tuvieron que noquearla para que se detuviera —repasaba Sophia con diligencia—. Los vecinos declararon que se reía mientras lo hacía —aclaró.

—Todas estas atrocidades —exclamó Hank, horrorizado. La cantidad de casos parecía aumentar frente a sus ojos—. Todos relacionados con niños.

 Ante esta revelación Hank y Sophia intercambiaron una mirada significativa.

—¿Cómo es que dejaron pasar tantas cosas? —preguntó Hank—. ¿Por qué no la detuvieron antes?

—No entiendes cómo se maneja la justicia, Hank —respondió Sophia con irritación—. Era una niña; y además, sus padres adoptivos estaban muy bien acomodados.

—¿Entonces qué sucedió?

—Todo se fue al cuerno —contestó Sophia, alcanzándole otro archivo—. Los encontraron con las manos en la masa; a punto de sacrificar a doce niños en una especie de ritual pagano. Ningún contacto pudo salvarlos entonces.

Hank pasó sus dedos sobre la fotografía que se encontraba en el archivo, cuatro niños yacían uno junto al otro, las manos unidas y los ojos cerrados. Entre ellos había un bebé.

—La policía no llegó a tiempo de salvarlos a todos —dijo Sophia con un suspiro de tristeza—. Ya habían comenzado la faena. La niña estaba en el centro del círculo devorando un trozo de carne cruda —hizo una pausa, para luego especificar—: los análisis arrojaron que era carne humana.

—Dios —murmuró Hank, llevándose una mano a la boca.

—Por ello fue ingresada en un hospital psiquiátrico, mientras los padres se fueron directo a la cárcel—siguió explicando la joven—. Ella escapó al poco tiempo; desapareció desde entonces, no se ha vuelto a saber de ella.

Hank miró a su hermana fijamente a los ojos, toda esta nueva información lo ha dejado agobiado.

—Es Sybil —anunció contra su voluntad—. Los datos encajan, tiene que ser ella.

—Pero Hank —replicó Sophia—, la fecha de nacimiento de Enid data del año mil novecientos veintitrés.

—En ese caso, Sybil debería contar…

—Cerca de noventa años, lo sé.

Si el demonio quiere [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora