El mediodía se acercaba, cuando Hank entró al laboratorio con paso decidido; llevaba varias bolsas en las manos y una contagiosa sonrisa en los labios. Estaba de buen humor.
Dejó las bolsas en una de las mesas, y se acercó a la cámara de contención; Sybil descansaba plácidamente en su cama. Tras abrir la cerradura de lapislázuli como Murray le había indicado, instó a la muchacha a salir con un simpático vaivén de su cabeza.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, adormilada.
—Nada, sólo que estamos de vacaciones —respondió Hank en tono jovial—. Y tú y yo vamos a tomar el almuerzo juntos.
Sybil le echó una mirada inquisitiva, mientras Hank preparaba lo que había traído. Una gran pila de hamburguesas y patatas fritas de un lado de la mesa, y una porción convencional del otro. Todavía estaban calientes, el vapor se elevaba hacia el cielorraso, dejando escapar un aroma increíble. Luego, Hank volteó la gran bolsa de papel sobre la mesa, y dejó caer una multitud de sobres de kétchup y mostaza.
Esto era algo inusual; Sybil solía tomar sus comidas en su cubículo, y se había vuelto cada vez menos recurrente que Hanson la acompañara en ellas. Últimamente, se dedicaba a sus cálculos mientras picoteaba cualquier cosa; sólo dejaba sus papeles para comenzar con los experimentos.
—¿Le ha ocurrido algo a Murray? ¿No viene hoy? —preguntó Sybil con extrañeza.
—Parece que el viejo decidió aceptar uno de mis consejos por primera vez en su vida. En este momento se encuentra en una cita con un profesional de la salud mental —respondió Hank, con una ligera sonrisa—. Fue a ver a un psicólogo; la ha estado pasando muy mal, confío en que podrá ayudarlo.
Sybil se dedicó a su comida en silencio, no sabía qué responder. No conocía tanto a Hank después de todo, para ella era “el asistente del doctor”. Por supuesto, sabía que era también su hijo, pero sólo había interactuado con él como parte de las pruebas para la máquina. No habían tenido nunca una charla personal.
—Eso nos concede unas cuantas semanas libres a todos —siguió Hank—. Yo descansaré de esos malditos diagramas, mi padre podrá desconectarse de todas estas presiones, y tú… tú mereces descansar más que nadie aquí.
—¿Crees que es prudente? No tenemos tanto tiempo —consultó Sybil con los ojos bajos.
—Supongo que el Universo tendrá que esperar un poco más para destruirnos a todos —exclamó Hank, con una carcajada.
Sybil sintió que un peso se levantaba en su pecho; Hank tenía razón, el trabajo que realizaban era de la mayor importancia, debían mantenerse en las condiciones óptimas para ello; lo más responsable sería tomar un merecido descanso ahora, y recomenzar luego con renovadas energías. Si el Universo quería el mejor servicio, iba a tener que esperar todavía un poco más.
Sybil se sumergió en su hamburguesa con entusiasmado deleite; ahora que se sentía más liviana, podía charlar con Hank con un ritmo más ameno. Era un muchacho cordial y divertido, con el que daba gusto relacionarse.
De pronto, Hank interrumpió el flujo de la conversación con un pequeño sobresalto.
—Cielos —exclamó—, casi lo olvido.
Metió la mano en el montón de bolsas que había acomodado en la mesa, tomó un paquete de papel blanco y se lo alcanzó a Sybil con gentileza. El contenido no fue una sorpresa para ella: numerosos frascos de ese desagradable color amarillento tintineaban a causa de las píldoras en su interior.
—Te las envía papá —explicó Hank—. He de decir que son difíciles de conseguir sin una receta médica, no tengo idea de cómo lo hace, pero por si acaso no hago preguntas —terminó con una risilla.
—Yo solía comprárselas a un traficante, vendía desde drogas inyectables hasta comprimidos —confesó Sybil a un sorprendido Hank—. El tipo murió de una sobredosis poco antes de que me fuera de allí, no sabría dónde comprarlas ahora.
—¿Por qué las necesitas, en específico? ¿Tienes alucinaciones?
—No… bueno, eso si no cuentas el sonido de su voz —respondió Sybil en tono cómico—. Lástima que no es sólo una alucinación; es como un murmullo constante en mi oído, demasiado irritante, incluso para ser un demonio.
Hank rió de buena gana.
—Para hacerlo simple, todo lo que ataque mi sistema nervioso es bueno para mí —explicó con simpleza.
—Sigo sin comprenderlo, ¿cómo funciona? ¿Estás poseída?
Las preguntas se acumulaban en la mente de Hank. Sybil le era simpática y quería llegar a entenderla.
—Dos almas no pueden coexistir en un mismo cuerpo —explicó Sybil lentamente—. Por eso, Devan tuvo que devorar mi alma, para poder infundir la suya en mi pecho.
—¿Por qué? ¿Cuál puede ser el objetivo detrás de eso? —preguntó Hank, confuso.
—Por lo que entiendo quiere habitar en el mundo físico; consumir cuantas almas pueda —siguió Sybil, para luego agregar a media voz—: le gustan los niños.
Hank se mantuvo unos momentos en silencio, intentando procesar la información.
—Entonces, ¿no tienes alma? —preguntó de súbito—. Me refiero a un alma humana.
—No, no tengo.
—¿Y si mueres? ¿Qué ocurriría contigo?
—No lo sé —respondió Sybil lacónicamente—. Supongo que no ocurrirá nada, me desvaneceré simplemente.
—¿Quieres decir que no podrás alcanzar la paz? ¿Jamás? —consultó Hank, bajando su voz a un susurro.
—No.
—En ese caso, sería mejor que nunca murieras; después de todo eres bastante dura, quizás puedas soportar la máquina.
—¿No lo entiendes? Esa máquina es mi única esperanza —exclamó Sybil con exasperación.
—¿Por qué quieres morir? —preguntó Hank, consternado—. Tendría sentido si aspiraras al Paraíso, si querrías alcanzar la gloria.
No lo entendía, ¿qué habría del otro lado para ella? Nada. Entonces, ¿por qué lo deseaba con tanto anhelo?
—¿Si logro configurar la máquina para que puedas soportarla? ¿Si logro hacer que la actives sin morir?
—No —dejó escapar la palabra con ahogada voz.
Las lágrimas recorrían las mejillas de Sybil con profusión. Los sollozos sacudían su delgado cuerpo. Su carácter solía alterarse con brusquedad, mas nunca la había visto así antes.
—Prométeme que moriré, por favor. Prométeme que harás lo necesario para que yo muera —rogó a Hank en un tono apenas audible, mientras le tomaba ambas muñecas con las manos.
Hank observó a la mujer que tenía enfrente, y la expresión suplicante de sus ojos golpeó su corazón y lo quebró en mil pedazos. La compasión inundó su espíritu al primer contacto con una criatura que imploraba por alguien que abrevie su larga espera, que ansiaba perderse para siempre en la inmensa eternidad.
—Lo prometo —pronunció con decisión, y experimentó un súbito pánico ante la certeza de que algún día debería cumplir esa promesa.
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Si el demonio quiere [Completa]
ParanormalUna terrible catástrofe se avecina. El fin del mundo como lo conocemos está próximo; pero el doctor Hanson Murray cree tener la clave para solucionarlo. Los planos para la máquina salvadora están en su mente; pero se necesita aún una pieza para que...