La máquina

26 8 15
                                    

La mañana siguiente arribó, y Murray todavía no contaba con una mísera hora de sueño en su sistema.

—Tienes que dormir. Te morirás si no lo haces.

—Todos moriremos si no termino esta máquina a tiempo.

—Por eso mismo deberías cuidarte más, ¿no crees?

Sybil se encontraba repantigada en la silla, de cara al cielorraso. Fumaba cómodamente un cigarrillo tras otro. El tono de su voz era tranquilo y despreocupado, pero había un dejo de sinceridad presente.

Murray estaba parado frente a su escritorio con la cabeza gacha; escribía frenéticamente en una blanca hoja de papel, la pluma volando de izquierda a derecha en su ágil mano.

—Ya habrá tiempo para eso —respondió, sin siquiera levantar la mirada—. De hecho, para el fin de semana ya estaré en casa.

Miró hacia Sybil un momento, antes de agregar:

—¿Vas a estar bien aquí por tu cuenta?

—Supongo —repuso Sybil desganadamente, exhalando una bocanada de humo—. Aunque será mejor que me encierres dentro de esa dichosa caja antes de irte.

—Quizás tengas razón… afortunadamente no tardará mucho en ser instalada.

Sybil pegó un ligero respingo en su silla, su mano tembló un tanto al llevar el cigarrillo hacia su boca. Su tono se tornó más serio cuando habló de nuevo.

—Eso me recuerda —dijo—: si los análisis que debes hacerme son demasiado intrusivos, puede que la simple contención no sea suficiente.

—¿De qué hablas?

—Creo que tendrás que conseguir algo de ayuda adicional —dictaminó con una ceja ligeramente levantada; y luego agregó—: algo más… espiritual.

—¿Una bruja?

—Sí, algo así —respondió ella, y luego preguntó con temor a una negativa—: ¿Conoces a alguien con experiencia en demonología?

—Yo no, pero conozco a alguien que sí.

Sybil dio un suspiro de alivio. Un problema menos. Encajó el cigarrillo en la comisura de sus labios y estiró la mano para alcanzar la bolsa junto a su silla, de la que extrajo un pastelillo relleno de crema.

Murray terminó de escribir y echó un vistazo a la habitación. Las envolturas de golosinas y de patatas fritas se regaban por doquier.

—Sólo llevas un día en mi laboratorio, y ya lo has convertido en un vertedero —pronunció con molestia, mientras tomaba una bolsa plástica con la intención de recoger la basura del suelo—. ¿Cómo es que no engordas si comes tanta porquería? Desde que te conozco no has pasado ni una hora sin comer.

Esto último fue dicho con un sincero tono de duda; Murray ya no estaba molesto, una chispa de curiosidad científica se había encendido en su mente. El cuerpo de esa muchacha desafiaba toda lógica, no tenía sentido en cuanto a física se tratara, y menos con respecto a la fisiología. Ella misma era una anomalía en dos piernas.

—¿Estás bromeando? —contestó Sybil con su habitual entonación jovial, devorando su pastelillo—. ¿Sabes la cantidad de calorías que quema esto? ¿La cantidad de energía que requiere mantener un alma demoníaca funcionando en un cuerpo mortal?

—No deberías consentirlo tanto —resopló Murray bajando la voz—. Ese hijo de puta casi me mata.

—Si estuviera consintiéndolo, le permitiría matarte ahora mismo —comentó Sybil despreocupadamente. Tomó la hoja en la que Murray había estado escribiendo y la leyó con los ojos bajos—:  ¿Enfriamiento Doppler?

—Es lo que producirá mi máquina, confío en provocar una anomalía cuántica utilizándolo. Mira, confinar átomos en temperatura ambiente es algo complicado a causa de las ligeras fuerzas electromagnéticas que se dan en las partículas neutras. Si quieres bajar la temperatura de los átomos, debes reducir su velocidad; para ello se busca que absorban fotones emitidos a través de un láser —explicó señalando una de las extrañas maquinarias en el centro de la habitación—. La energía de los fotones es proporcional a la frecuencia de la luz. Por efecto Doppler, en caso de que el átomo se mueva, las condiciones cambiarán y, con ellas, también la frecuencia. Los fotones deben tener la energía adecuada para que los átomos puedan absorber su energía, y a la vez, su momento. Cuando esto ocurre, se produce una emisión espontánea e isotrópica por lo que el momento ganado promedia a cero. Son necesarias numerosas absorciones y emisiones para que la velocidad disminuya y, por ende, los átomos logren enfriarse —terminó, mientras alcanzaba el último residuo del blanco enlozado. Acto seguido se irguió a toda su altura, una mueca de suficiencia se asomaba en su rostro.

Sybil lo miró un instante, con sus espeluznantes ojos negros. Movió la cabeza de un lado a otro, en un gesto de desconcierto.

—¿Qué pasa? —consultó Murray inquieto, la bolsa llena de envolturas firmemente sostenida en su mano.

—No lo entiendo —replicó Sybil con voz suave.

—Quizás lo expliqué de una forma demasiado técnica, déjame probar de nuevo…

—No me refiero a eso —interrumpió Sybil, una ligera sonrisa en sus labios—. Tampoco entendí todo lo que dijiste, eso es seguro; y no te molestes en intentar explicármelo nuevamente, dudo entenderlo alguna vez.

—¿Entonces… qué fue lo que quisiste decir? —preguntó él, con intriga.

—Alguien como tú… un científico… un tipo metódico… sabes tanto sobre el Universo, comprendes cómo funciona, cómo se comporta. Dominas la lógica, sabes qué cosas son posibles y cuáles no lo son.

Sybil dudó un momento, intentando dar forma a la idea en su mente para lograr expresarla con claridad.

—Te dije que estoy poseída por un demonio, y me creíste, así… sin más —continuó; su voz denotaba incredulidad—. No lo consideraste, no dudaste siquiera… ¿Cómo fue que lo aceptaste de un modo tan sencillo?

Murray emitió un largo suspiro; y se reclinó ligeramente contra el borde de su escritorio.

—He vivido… he visto cosas.

Se removió inquieto, y luego soltó:

—¿Recuerdas que te dije que conocía a alguien con… contactos?

Sybil hizo un gesto afirmativo con su cabeza.

—Hablaba de mi madre… he convivido con estas cosas desde hace muchos años, sé que no son mentiras de charlatanes o delirios de viejas —aclaró, al borde de la exasperación.

Su voz se volvió soñadora por un momento; ya no se dirigía a Sybil, sino a sí mismo.

—Hay algo más allá de nosotros, más alto y también más bajo. Existen cosas que los mortales no podemos entender o controlar —formuló—, tal vez por eso me convertí en un científico, para estudiar cómo funciona el mundo que tengo al alcance, porque sé que nunca podré concebir lo que habita más allá.

Si el demonio quiere [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora