Devan

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—He recaudado montones de información —comentó Sophia con un dejo de su voz oficial—, y sin embargo aún no logro entender nada en todo este asunto.

—Quieres que te cuente mi historia —susurró Sybil—. Nunca la he contado, ¿sabes? No por completo.

—Sigo sin terminar de creer que hayas vivido por tanto tiempo, tantas experiencias —exclamó Sophia, y comenzó el relato de los datos que había estado recogiendo en los diversos casos.

La joven se sentía genuinamente interesada, deseaba saber lo suficiente como para lograr organizar todos los datos, y alcanzar a ponerle un punto final a todo ese embrollo.

—Mentiría si dijera que lo recuerdo todo —afirmó Sybil, llevándose el cigarrillo a la boca—, he debido repasar una y otra vez los sucesos en mi mente para llegar a comprenderlos.

Sophia se acomodó en su asiento, dispuesta a escuchar lo que Sybil tenía para decir.

—No recuerdo mucho del accidente —comenzó ella en un tono suave—, más que otra cosa, recuerdo el frío, tan vívido; estaba helando. Yo me había quitado los zapatos, y me había envuelto en una manta en el asiento trasero del auto; miraba con deleite el paisaje nevado como podría hacer cualquier niño a esa edad —expulsó el humo en un gesto resignado, y siguió—: luego sucedió... el choque, el calor, el fuego, los gritos… mis padres no tardaron mucho en morir, fueron afortunados.

Su voz se quebró un tanto cuando continuó:

—No logro recordar sus rostros —agregó, la tristeza asomando tenuemente—, he dejado de intentarlo.

—Enid —dijo Sophia tras un momento de hondo silencio.

Sybil levantó la mirada, algo se removió dentro de ella, un destello de furia se hizo visible en sus ojos.

—No me llames así.

—Es tu nombre… ¿cierto?

—Hace mucho que no lo es —concluyó categóricamente, con un dejo de agresividad.

Sybil cerró los ojos con fuerza, los recuerdos agolpáronse en su mente. Enojada, así se sentía.

—Los nombres son importantes, contienen nuestra esencia —explicó, recitando como si de una lección se tratara—; por eso no me lo cambiaron cuando me adoptaron.

—Tus padres adoptivos —dijo Sophia—, he leído sobre ellos. No parecen buena gente.

—No fueron mis padres —respondió Sybil, cansada—; no fueron al orfanato en busca de una hija… sino de una herramienta.

—No imagino lo que te hicieron.

—No lo imagines, no es bonito.

Sophia bajó los ojos, insegura. No había considerado jamás la posibilidad de sentir lástima por esa mujer. Si los archivos decían la verdad, las personas que el Estado había designado como responsables del cuidado de esa niña eran los seres más crueles y degenerados que pudiera nadie imaginar.

—Según los expedientes respondían a alguna especie de culto pagano —informó, bajando la voz.

—Devanipue —pronunció en un susurro Sybil, sintiendo cómo se le retorcían las entrañas y la cabeza amenazaba con estallarle ante la mención del blasfemo nombre.

—¿Quién?

—Devan, para los amigos —respondió con divertida entonación.

—¿Es un…?

Si el demonio quiere [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora