Hey, hola

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Hank estacionó frente a su casa, bajó del auto y abrió el maletero. Éste había sido abarrotado en el camino, las botellas de alcohol y los paquetes de cigarrillos se acumulaban en su interior.

Sophia se asomó por la puerta principal, vestida con su uniforme. Se notaba en sus ademanes que lo había estado esperando. Hank se dirigió a su encuentro y comenzó:

—Sophia, Sophia, escúchame —le dijo con voz ronca.

—Hank, que bueno que llegas; acaban de llamarme de la estación por una emergencia y no deseo dejar a Angie sola —respondió Sophia, apresuradamente mientras se acomodaba la gorra en su cabeza—. Parece ser que un edificio explotó, debo irme, me necesitan.

Hank puso una mano en el hombro de su hermana, y la atrajo hacia la pequeña cocina. Debía contárselo él, no podía permitir que se enterara al llegar allí.

—Lo sé, de allá vengo.

Sophia levantó la mirada, la expresión en la cara de Hank llamó su atención.

—El laboratorio explotó, Soph —musitó Hank—. Papá murió.

Los músculos de Sophia se paralizaron, nunca había sido muy apegada a su padre pero la noticia le provocó un vuelco en el estómago. Una ola de compasión se abatió sobre ella, imaginando lo que estaría ocurriendo dentro de su hermano.

—No creo que te involucren en el caso —siguió explicando Hank, con voz monocorde—; teniendo en cuenta que se trata de un familiar directo. Pero no puedes decirles que yo estuve ahí, tendré muchos problemas si lo haces.

Sybil se bajó del automóvil con paso tambaleante, y se dirigió hacia ellos. En el momento en que posó los ojos sobre Sophia sintió como si un rayo la hubiera golpeado; su alma la reconoció de inmediato: era ella, la pequeña a la que le había enseñado lo que eran las noches de ojos abiertos y palmas sudadas, lo que era temer a la oscuridad.

—Sybil es una compañera de trabajo —inventó Hank rápidamente, señalándola—. Se quedará unos días para ayudarme con algo.

Sophia se adelantó hacia ella en un acto reflejo, para luego retroceder horrorizada. Su boca se secó en cuestión de segundos, las palabras empujaban su garganta arremetiendo por salir.

—¡¿Eres tú?! —exclamó incrédula, y se llevó las manos a la cabeza, temiendo volverse loca.

—¿La conoces? —preguntó Hank, confuso.

—No puede ser, no puede ser, no puede ser… han pasado veinte años —articuló Sophia con un hilo de voz—; estás tan joven —agregó al borde del ataque de nervios.

Hank comprendió de pronto y abrazó a su hermana, alejándola de Sybil; intentó explicarle la situación con calma, ¿cómo resumir tan compleja verdad en unas pocas palabras? ¿Cómo razonar con una mente que lucha con lo imposible?

Sybil sintió la alegría de Devan en su interior, sintió cómo disfrutaba con el dolor en el rostro de Sophia, la presa que se le había escapado, la que ahora estaba a salvo de sus garras. Agradeció que él estuviera tan débil; el haber tomado un trozo de su alma había sido doloroso, mas parece haber valido la pena. Está segura de que Devan le destrozaría la cara a esta mujer aunque no pudiera ganar con ello su alma, sólo por el placer de desquitarse por tantos años de encierro y privaciones.

Hank murmuraba quedas palabras al oído de Sophia, la abrazaba con fuerza para que no se desparramara entre sus brazos, hacía lo posible por hacerla digerir la situación. Entonces, una cantarina voz bajó las escaleras, saltando los escalones con infantil inocencia. Se paró en seco a la entrada de la cocina, y observó con atención la conversación de los adultos.

—Hey, hola —saludó a Sybil con una sonrisa.

Era una niña dulce y entusiasta, que hacía amigos fácilmente en donde fuera.

—Hey, hola —respondió Sybil, y su voz adquirió esa tonalidad cavernosa que hace tanto no tomaba.

Hank volteó a verla de inmediato; nunca la había oído hablar así, no podía ser algo bueno. Soltó con premura a Sophia, y se interpuso en el camino de la pequeña, con un ademán protector y precavido. Los ojos de la muchacha estaban teñidos de negro por completo, un destello de electricidad brillaba en ellos.

Sybil estaba parada con rigidez en el centro de la cocina; sus manos taparon su cara, sus piernas parecían estar aguantando un considerable peso; todo su cuerpo se agitaba con lo desordenado de su respiración.

Con un grito capaz de arrancar lágrimas, Sybil corrió atravesando la puerta principal en dirección al auto. Una vez allí, se hizo con dos grandes cajas guardadas en el maletero y, con movimientos torpes y apresurados, se perdió en la espesura de los bosques.

***

Pasaron horas antes de que Hank la encontrara desmayada en el suelo cubierto de hojas, y la llevara de vuelta a casa. La acostó en una cómoda habitación con una sola ventana, por donde se colaban la brisa, y consigo el olor de las flores frescas. Éste competía con el intenso hedor a carne podrida que inundaba poco a poco el cuarto.

Al entrar en la cocina se topó con Sophia. Había llamado a la estación para notificar sobre la muerte de su padre, por lo que fue retirada del caso. Acunaba entre sus brazos a Angie, quien no comprendía la causa de la angustia de su madre, ella no había atinado a ver la oscuridad alojada en el fondo de los ojos de Sybil.

—Saca a esa mujer de esta casa —pronunció Sophia con determinación y rabia.

—Ella no se irá a ningún lado —respondió Hank con voz cansada. No tenía ganas de discutir en ese momento.

—¿Quién demonios es?

—Ya te dije, ayuda con el proyecto.

—¿De qué proyecto hablas? ¿Por qué es tan importante?

—El Universo se destruirá, a menos que la máquina de papá lo evite —explicó Hank sin demasiado énfasis.

—¿Me estás diciendo que pap.. —dudó, para luego corregirse— él se mató por creer que…? ¿Y tú le seguiste el juego?

—Papá murió para salvar millones de vidas, personas que jamás conocerán el peligro que corrieron —exclamó Hank, elevando la voz—. Su invento salvará al mundo.

—Hank —dijo Sophia con un tono tenue—, papá estaba loco, igual que la abuela; necesitaba ayuda, me dijiste que la estaba recibiendo.

—Papá era un genio —dijo Hank con voz quebrada, el dolor se sentía en cada palabra—; y nos amaba —agregó, entregándole con brusquedad a su hermana el trozo de papel que Sybil le diera en el auto.

Una fotografía mostraba a una bella mujer de cabellos oscuros, su cara muy cerca de las de dos niños —un niño y una niña— que sonreían con dulzura. La sangre había empapado el maltratado material, y comenzaba a secarse, volviéndolo rígido. Las lágrimas que Hank reprimiera antes, corrían ahora por sus mejillas en abundancia.

Sophia observaba la fotografía detenidamente, demasiados pensamientos se agolpaban en su mente. Las piezas estaban ahí, pero requería un considerable esfuerzo el hacerlas encajar.

—Esto es imposible —expresó Sophia lentamente.

—Es complicado, pero… —respondió Hank.

—Déjame terminar —interrumpió ella—. Esto es imposible… pero si esta mujer es quien yo creo, es peligrosa, debe irse de aquí.

—¡Esa mujer salvó a tu hija, maldita sea! —explotó Hank, perdiendo por completo el control sobre sus emociones—. ¡Se produjo un coma etílico a sí misma, para salvar el alma de una niña que no conoce!

Se dirigió a la puerta de salida; necesitaría conseguir muchas cosas. Sabía que Sybil no despertaría hasta dentro de algunos días. Si quería resolver todo este embrollo, tenía que apurarse.

—Lo mínimo que merece es tu respeto —le espetó a su hermana antes de dar un portazo.

Si el demonio quiere [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora