Progresos

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Hank detiene el motor y se baja del automóvil con movimientos suaves y elásticos. Su hogar se halla un tanto alejado de la ciudad, pero le resulta agradable la quietud y armonía que se respiran allí. La casa no es grande, pero sí cómoda; con amplios ventanales, varias habitaciones y un cobertizo a un lado. La construcción es rústica, pero elegante; parece salida de una antigua postal, o tal vez de las ilustraciones de un libro para niños.

Un frondoso bosque rodea a la casa, provocando una ilusión de pequeñez en ésta, en comparación con los altos árboles de gruesos troncos, largas ramas y diminutas hojas ovaladas. Los insectos se posan sobre las flores, pasando de una a otra con ritmo mesurado, y encandilan a Hank en los cálidos anocheceres con su relajante zumbido.

Éste, tras años de ahorro y sacrificio, ha logrado comprar un práctico auto con el cual viajar a la ciudad cuando debía ir al laboratorio, y una confortable casa donde podía descansar de sus labores en compañía del aire fresco y los pajarillos.

Atraviesa la puerta y, al pasar por la adorable cocinita, activa la cafetera eléctrica e introduce dos rebanadas de pan en la tostadora. Enciende la vieja televisión, y un deja vú lo golpea con la fuerza de una ráfaga de viento. La pantalla muestra a la misma reportera que viera años atrás en su antiguo departamento; ahora cubre un desastre natural acaecido en un lago de varios kilómetros de longitud, al oeste de la ciudad.

Por lo que relata, las aguas se han ido enturbiando progresivamente, para luego aumentar su temperatura en una escala anómala de grados, al punto de comenzar a evaporarse en algunos sectores cerca de las orillas.

Hank se lleva ambas manos a la cabeza, sentimientos encontrados luchan en su interior: urgencia, responsabilidad, miedo. Se están quedando sin tiempo. Entonces, el pan sale despedido en forma de tostada, y corta el hilo de sus pensamientos. Acto seguido, Hank se mete al baño y cierra la puerta de un golpe.

Tengo que calmarme, el pánico no me permitirá pensar con claridad, no lograré nada poniéndome así”, se repite. La cara que lo mira desde el otro lado del espejo denota agotamiento, las profundas ojeras que se dibujan debajo de sus ojos no llegan a afear su rostro todavía joven. Con un prolongado suspiro, termina de enjuagarse la cara; justo a tiempo para oír el sonido del timbre.

¿Quién podría ser? ¿Quién recorrería tantos kilómetros para visitarlo?

Hank se acerca a la puerta, y espía por la cortinilla de suaves tonos rosados. Una sonrisa ilumina su rostro, arrancándole varios años de encima a su expresión cansada.

—¿Qué haces aquí? —exclama, recuperando su buen humor.

—Quise venir a verte —responde Sophia, mostrándole el envoltorio que trae en las manos; el aroma de los deliciosos bizcochos se filtra a través de los pliegues en el papel—. Pensé que podíamos desayunar juntos, y charlar un poco.

El cansancio y los nervios de Hank se evaporan como por encanto, con Sophia aquí no puede dejar de sonreírse. La relación entre ambos ha tenido baches desde que sus padres se separaron, mas siempre han encontrado la forma de reconectarse y mantener vivo el vínculo entre ellos. Se aman, y desean lo mejor el uno para el otro.

Tres horas más tarde, aún están desayunando; todos los posibles asuntos pendientes entre ellos han quedado saldados, se han dicho todo lo que se podían decir, o eso parece.

—Lo cierto, Hank, es que la razón por la cual vine hoy a verte es porque hay algo que necesito pedirte —confesó Sophia, apesadumbrada—. Me produce mucha vergüenza el pedírtelo, sobre todo sabiendo que tú te has ganado todo lo que tienes con el sudor de tu frente.

—Soph, ¿qué ocurre? —pregunta Hank, inquieto—. Por favor, no me asustes.

—No es la gran cosa en realidad, ¿recuerdas el internado de señoritas al que asistía? —menciona Sophia, con los ojos bajos.

—¿Cómo que “asistías”? —inquiere Hank, levantando una ceja.

—Ya no me interesa recibir un título de ese colegio, me he dado cuenta de que nunca me interesó —estalla Sophia con vehemencia—. Sólo me quedaba en ese lugar, porque no tenía otro sitio al que ir, ni ninguna motivación por la cual irme.

—¿Y… ahora?

La pregunta flota por unos segundos entre los dos, provocando una sensación de pesadez que no ha existido antes entre ellos.

—Quiero ser policía —suelta Sophia de pronto.

—¿Policía?

—Si, pensé que podía vivir aquí contigo, y viajar a la ciudad para inscribirme en la academia este otoño.

Una lenta sonrisa se forma en los labios de Hank.

—Lo has pensado todo muy bien, ¿verdad?

—Vamos, no te burles —le pide ella, con ojos suplicantes—. Sé que puedo hacerlo.

—Créeme, yo también sé que puedes —afirma Hank con su habitual tono jovial—. ¿Estás segura de que es lo que quieres para tu futuro?

—Muy segura —contesta Sophia, entusiasmada—. Deseo ayudar a la gente, dejar una huella en el mundo; sé que soy capaz de utilizar mi cuerpo y mi mente para generar un cambio genuino, y lograr salvar vidas humanas. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Un suspiro escapa del pecho de Hank.

—Claro que te entiendo, Soph —responde con dulce voz.

—Entonces —duda ella—, ¿qué dices? ¿Puedo mudarme contigo?

Hank se para repentinamente, asustando a Sophia y tumbando todo lo que está sobre la mesa en el proceso. Sostiene a su hermana por la cintura, y le da una rápida vuelta por la diminuta cocina, su oscuro cabello revoloteando por doquier. Las risas de ambos retumban contra las paredes, y se escabullen por las perfiladas ventanas abiertas.

—Por supuesto que puedes quedarte conmigo, todos los años que quieras, Sophia —exclama Hank, dando gritos de dicha y entusiasmo—. ¿Cómo vas a preguntarme algo así? La respuesta siempre será “sí”, hermanita, deberías de saberlo.

—Gracias, Hank —susurra Sophia, el mentón apoyado sobre el hombro de su hermano.

Después de todo, esa preciosa casita perdida en medio del bosque semeja el lugar idóneo para que viva la magia, los sueños se cumplan y las buenas personas alcancen sus finales felices. Sophia abraza a su hermano mayor con ternura, y se jura a sí misma que trabajará muy duro para lograr el éxito, para nunca decepcionarlo.

Si el demonio quiere [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora