Capítulo XVII

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«— Con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad»

Hamlet


A Sasuke le costó despertarla.

Durante la noche, Hinata se le había acercado (o tal vez, él reconoció, la había atraído hacia él) y, al despertar, halló su cuerpo tibio contra el suyo, y el cabello de Hinata le hacía cosquillas en la nariz. Se apartó un poco con cuidado y, al salir el sol, se quedó observándola, contemplando adormilado cómo se reflejaba el arrebol del cielo en su cabello, sonriendo al verla crisparse y resoplar cuando el humo del fuego que se extinguía llegó a su nariz. Pero le había prometido que se pondrían en marcha temprano, de modo que le apretó un poco el hombro.

— Déjame, Hanabi, aún no amanece.

Sasuke rio entre dientes.

— Ya es de día Hinata. ¿No oyes la alondra?

Hinata se dio vuelta y levantó un brazo contra su rostro.

— Calla —masculló— No es la...

Se paralizó, quizás al tomar consciencia de que no estaba en su cama y de que Sasuke no era su hermana. Abrió apenas un ojo.

— Tal vez sí es la alondra —reconoció.

Sasuke sonrió.

— Estoy dispuesto a declarar que es el pájaro que tú digas.

Lo miró irritada y se incorporó.

— ¿Sabes a qué distancia estamos del monasterio?

— A unos 40 kilómetros, diría yo.

Sasuke se levantó y se desperezó, e hizo una mueca ante las protestas de su cuerpo adolorido por la poca costumbre de montar los tigres. Luego de desayunar un poco de las provisiones que traía en un pergamino, levantaron el campamento y se pusieron en marcha, esta vez juntos. Pasado apenas el mediodía, doblaron una curva en el camino y vieron ante ellos en la colina un gran edificio de piedra caliza, rodeado de tierras de cultivo. A un costado había otro edificio, gris y más pequeño.

— El monasterio de Taki —dijo Sasuke— Y a su lado el cenobio de Miko. Iré a anunciar nuestra llegada. Por favor quédate y descansa, debes estar cansada por mantener tanto tiempo tu invocación.

— Sí, está bien.

Sasuke se acercó por el sendero y levantó el pesado llamador de hierro. El golpe hueco sonó tan apagado por la enorme puerta de roble que se preguntó si adentro alcanzarían a oírlo. Pero un momento después una voz respondió:

— ¿Quién llama?

— Soy Sasuke Uchiha de Konoha —anunció— Busco una audiencia con el monje Kagami, que residía en nuestra aldea y ahora se encuentra entre ustedes.

Hubo una pausa y luego se abrió la puerta con un chirrido. Salió un monje con cabello blanco.

— ¿Con su excelencia Kagami, dices? ¿Por qué?

Sasuke no quería relatar toda la sórdida historia a un desconocido, aunque fuera un monje.

— Fue mi maestro de pequeño. Necesito un consejo suyo —respondió.

— Lo siento, joven, pero su excelencia Kagami no recibe a nadie. Acaba de llegar, y desde entonces pasa el tiempo meditando y habla muy poco. No desea compañía.

Sasuke disimuló un suspiro de frustración bajo una sonrisa amable. El monje sonrió a su vez.

— Solo dígale que estoy aquí —dijo Sasuke— Estoy seguro de que cambiará de parecer. Le pido que le informe que es un asunto urgente, relacionado con el clan Uchiha.

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