¿Alguna vez has sentido un inmenso deseo hacia alguien? No, no hablo de desearla en un ámbito sexual, me refiero a ese deseo por calentar sus manos frías cada día de invierno.Ella es de esas mujeres que se valen por sí solas, que no necesitan a alguien que le caliente las manos, ya que puede hacerlo ella misma al frotar la una con la otra.
Por eso es que los próximos días yo pensé en ella muchísimo y yo por su mente no me aparecí ni un solo segundo.
Decir que no me importaba era la solución fácil. Pensar que eso era lo correcto también. Tratar de convencerme de que eso era insignificante para mi, más de lo mismo. Porque lo cierto era que me dolía pensar en ello, quizá me estaba calentando la cabeza más de lo que debería, tal vez le estaba dando más vueltas de las que tendría que darle... Pero me importaba. ¿Tan mal besador era para que no pensara en ello ni un maldito momento?
¿Con que cara iba a aparecer ahora en su vida?
Hola, soy Omet, nunca te había dicho mi nombre porque es una regla que no se debe de romper, ¿pero que más da? Si yo ya he roto unas trescientas cuando decidí besarte.
Ridículo.
Se me estaba pegando la ridiculez de los humanos y eso es imperdonable.
—Deberías de visitarla —opinó Sulymar, cerrando el libro que estaba sobre sus piernas—. Estás triste, rubito, no me gusta verte así... Hasta me da pena pedirte deseos si me pones esa carita.
Mis labios se estiran en una sonrisa con solo escucharla. Sulymar había estado al tanto de la situación y era una buena consejera, pero no sé si debería de hacerle caso.
—Sabes que ese es mi trabajo —chasqueé, ignorando sus anteriores palabras—. ¿Qué deseas?
—Que no estés triste.
—Esto no funciona así.
Sus labios hacen un puchero y sus brazos se cruzan sobre su pecho. Ay, no... Ya iba a empezar con el drama. No estaba para soportar sus berrinches y menos si estos tenían que ver conmigo.
—Hablaré con ella —prometí, soltando un pesado suspiro que me dejó los pulmones vacíos.
—Ahora.
—No.
—Si —asintió, esta vez frunciendo el ceño. Estaba poniendo su expresión desafiante, la que me decía que íbamos a empezar una discusión si no le daba la razón en ese mismo instante.
—He dicho que no.
—Y yo he dicho que si —rebatió. Nuestras miradas hicieron contacto durante segundos, sin que ninguno de los dos parpadease. Yo, como ser mágico que soy, no necesito parpadear. Pero sé que es una función básica en los seres humanos y lo que menos quería era que Sulymar terminase mal de la vista por mi culpa. Parpadeé, ella sonrió satisfecha—. Así me gusta.
Es tarde, por lo que decido despedirme de ella para que se vaya a dormir, y así yo hacer lo que tanto insistió. Me esperaba aparecer en la habitación de Taika, si me la encontraba dormida sería un alivio, si estaba despierta tendría que mantener una conversación con ella que quizá me podría afectar más de lo deseado. Pero no... Desgraciadamente aparecí en una discoteca, esos lugares que tanto me estresaban, en donde la música vulgar que los jóvenes escuchaban estaba muy alta y el alcohol era el principal protagonista, siempre y cuando no mezclaran otras substancias. La primera vez que entré en una discoteca fue por Michelle, ella estaba tan desorientada como yo cuando llegamos pero no tardó demasiado en unirse a la multitud cuando "Reggaeton Lento" empezó a sonar. Esta vez estaba sonando algún remix de Bad Bunny, para mi todas las canciones eran iguales así que no sabría identificar de cuál se trataba, lo único que sé es que Taika estaba dándolo todo en la pista con un completo desconocido.
Lejos de hacer una estúpida escena de celos, me mantuve en mi lugar, mirándola con interés. Sentí las manos de una mujer en mi cuerpo, invitándome a bailar mientras ella se movía para incitarme a hacerlo también. No es que no supiera bailar, claro que sabía, pero en ese instante estaba entretenido admirando el movimiento de caderas que la morena estaba haciendo.
Cuando me vio no disimuló la sonrisa que surcó sus labios, se disculpó con el chico que tenía detrás y, sin más, caminó hasta mi.
—Pero si es el desconocido que me besó y después desapareció por arte de magia —se mofó, no necesitaba oír más para saber que había bebido—. ¿Lo pillas? Por arte de magia.
Se carcajeó de su propio chiste como si fuera de lo más gracioso del mundo mundial.
—No puedes pretender que no ha pasado, creo que fue un buen beso —habló, quitándome esa espinita que tenía clavada en el pecho—. ¿Vamos a volver a besarnos algún día? Digo, para estar preparada.
—¿Qué soy para ti, Taika? —soy directo, no quiero líos ni confusiones. No podía seguir con este cuento en donde el amor era más protagonista que la magia.
Ella baja la mirada, —¿Tú? Eres mi ser mágico, ¿no? El que se aparece por mi casa como si nada, el que me saca pesos de encima, quien me libera del pasado y me obliga a vivir el presente. No sé si eso es sinónimo del amor de mi vida, pero gustaría que lo fuera.
—No lo es —chasqueo mi lengua contra mi paladar, sus oscuros ojos me observan y creo que podría quedarme toda la noche en esa posición—. Son cosas muy diferentes.
—¿Y a ti cuál te gustaría que fuera?
—Ser tu ser mágico es difícil...
—¿Ser el amor de mi vida sería más fácil? —cuestiona con diversión.
—No lo sé —admito de la misma manera.
Y tampoco lo sabría nunca porque yo no tenía alma gemela, estaba destinado a vagar por el mundo triste y melancólico, cumpliendo los deseos de los humanos. Taika no entendería eso, ni aunque estuviera borracha y pareciera creer en la magia.
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Polvos Mágicos
Fantasy¿Y si te dijera que la magia existe? ¿Qué tus deseos sí pueden cumplirse? ¿Y que para ello solo se necesita a una persona especial?