—Todos los niños creen en la magia, supongo que ellos son más fáciles para ti, ¿no? —preguntó apoyando sus codos en la barra.Hacía al menos un cuarto de hora que se dedicaba a beber y a decir cosas sin sentido.
—Ninguno de mis humanos está en su etapa de niñez, todos pasan de los trece —hice una mueca—. Ya sabes, esa edad en donde se obsesionan con algún cantante o con algún actor, dejan de lado los estudios y sus deseos son platónicos.
—¿Y te piden aprobar los exámenes sin estudiar?
—Todo el tiempo —admití—, a pesar de que esa es una responsabilidad suya. O los deberes, no te imaginas la cantidad de veces que no los hacen por pereza y me piden que arregle ese pequeño detalle.
—Los estás malcriando.
—Los estoy mimando —corregí—. Los estaría malcriando si fueran mis hijos, pero por suerte no lo son.
—Es como si lo fueran —rebate.
Mis ojos la miran y por un momento analizo sus palabras. El estado de embriaguez le ayuda a tener más suelta la lengua y, había escuchado por ahí un dicho que decía "los borrachos y los niños dicen siempre la verdad" o quizá se lo escuché a Melendi en alguna canción.
—Entonces tú también lo serías —chasqueé mi lengua observándola con detenimiento—. ¿Te consideras mi hija, Taika?
—¡Puaj! Definitivamente no —arrugó su nariz en muestra de desagrado—. Nos hemos besado, ¿recuerdas? Creo que los morreos no entran dentro del vínculo padre-hija.
—¿Podemos olvidar el morreo, por favor? O al menos deja de mencionarlo cada quince minutos —pedí, pasando una de mis manos por mi cabello.
—No quiero olvidarlo, de hecho quiero repetirlo —sonrió juguetona, una de sus manos se posó en mi pecho, el acelerado latir de mi corazón me delató en ese momento—. Creo que tú también deseas lo mismo, ¿no es así?
Trago saliva. No quería y al mismo tiempo estaba deseándolo. ¿Por qué el corazón estaba a punto de salirme del pecho? Estaba contradiciéndome a mí mismo, pasar tanto tiempo con los humanos estaba jugando en mi contra en esos momentos. Reprimir los impulsos nunca fue tan complejo.
—Esto no es correcto.
—¡A la mierda lo correcto! —gruñó, acercando su rostro al mío para mirarme más de cerca.
La tensión estaba flotando en el ambiente y esa canción de Dani Fernández que Andrea escuchaba todas las tardes en Spotify estaba sonando de fondo. Si esto fuera una serie de dibujos animados estarían flotando corazones... No, me corrijo, estarían flotando llamas.
—Somos desconocidos que se tienen ganas, no veo la necesidad de seguir ignorando ese detalle.
—No somos desconocidos —refuté, ladeando mi cabeza para mirarla.
—Claro que lo somos, ni siquiera sé tu nombre —soltó una risa que sonó amarga en mis oídos.
No, no lo sabía, yo nunca se lo había dicho ni a ella ni a ninguno de mis humanos. Ellos nunca se quejaron de ese detalle. ¿Por qué tenía que complicarme ella las cosas de este modo? Me había dejado llevar demasiado, esto había estado yendo mal desde el primer momento y yo era consciente ello. Ingenuo de mi al pensar que las cosas podrían virar.
Son sus frías manos acunando mi rostro las que me devuelven a la realidad, su aliento no era fresco como de costumbre, chocaba en mis labios siendo casi desconocido para mi. Si no supiera a ciencia cierta que salía de su boca, juraría que era el de otra persona. Pero no, el aliento cargado de alcohol es el suyo y estaba cada vez más cerca de tocar el mío.
Cierra sus ojos invitándome a hacer lo mismo y une su boca con la mía, dejando que sean nuestros labios los que decidan jugar a ciegas entre ellos. Pequeños suspiros se escapan por parte de ambos, yo no hago el más mínimo ademán de alejarme, por muy malo que fuera esto se sentía bien. Tomo sus manos con las mías para poder darle calor, no era normal que siempre tuviera un tacto tan frío. Sus dedos se enrollan en los míos con facilidad y me es inevitable sonreír en medio del beso por esa simple acción.
—¿Sería mucho pedir si quiero que me beses toda la noche? —cuestionó en voz baja.
—Si, si que lo sería —admití, sus ojos me miraban con ese brillo tan característico suyo que tanto me gustaba. Esta vez fui yo el que se inclinó para tomar sus labios y degustarlos, su roce me gustaba, podría besarla toda la noche tal y como acababa de pedirme, aunque no lo haría... ¿O si?
Por ahora me conformaba con eso, con inocentes besos que no pasaban del roce de lenguas dentro de la boca y en donde las manos no iban más allá para sobrepasarse en el toque. Ella tampoco se quejaba, ni intentaba ir más allá porque sabía que yo no lo aceptaría, suponía que ni siquiera probaba por miedo al rechazo.
—Omet —susurré sobre sus labios, sintiendo como los míos palpitaban después de habernos besado durante un buen rato.
—¿Qué? —alzó sus cejas mirándome desconcertada.
—Omet —repetí, separándome para regarle una pequeña sonrisa—. Me llamo Omet, supongo que ahora no puedes ir diciendo por ahí que somos unos completos desconocidos.
Sus labios se estiran en una sonrisa, quizá para ella eso no signifique nada y sea de lo más normal. Pero para mi era demasiado. Con Taika estaba rompiendo regla tras regla y lo peor era que no me preocupaba demasiado, era consciente de lo mal que hacía y aún así seguía haciéndolo.
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Polvos Mágicos
Fantasía¿Y si te dijera que la magia existe? ¿Qué tus deseos sí pueden cumplirse? ¿Y que para ello solo se necesita a una persona especial?