Capítulo dieciocho

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El reino de las brujas era hermoso, casi tanto como el de los eres mágicos y, sobre todo, mucho más que el de los humanos.

La naturaleza era la reina protagonista por dondequiera que se mirase. Estaba cubierto de verde. Ya no solo en los bosques donde abundaban ricos árboles, sino en la mínima esquina de aquel pueblo en el que convivían. Sus casas, muchas de ellas cabañas, eran humildes y estaban cubiertas por plantas trepadoras que le daban un aspecto de ensueño, típico de las películas. Aunque por su encanto, los humanos se atreverían a decir que aquel era el reino de las hadas. Que confundidos estaban, sin duda los creadores de ficción en su mundo tenían los conceptos enredados.

Caminé sin prisas, deleitándome con el escaso ruido que había en la zona. Era todo tan tranquilo que supe de inmediato que aquel no era mi entorno.

Claro, las brujas se caracterizaban por ser seres solitarios, no compartían con nadie, ni siquiera con sus familiares. Había pocas excepciones, de ahí que cada vez fueran menos los habitantes de ese reino, si no se reproducían no podían seguir existiendo.

—Vaya, vaya... —la femenina voz de alguien a quien yo ya conocía se hizo presente a mis espaldas—. Creo que te has confundido de reino, cariñito mío, tus vibras gritan ser mágico aunque... Uhm, tampoco del todo, ¿eh?

—Praux, deberías de dejar de hacer eso —recomendé, volteándome para enfrentarme a ella—. No voy a ser un niño toda la vida, no puedes asustarme ya.

Me brindó una amplia sonrisa. Su verdoso y largo cabello caía en perfectas ondas sobre sus hombros.  Sus ojos son de un rico verde oscuro, brillante como las esmeraldas. Tiene puesto un vestido un tanto arriesgado, de terciopelo, corte bajo y que se adhiere a sus pequeñas leves. Ella llama peligrosamente la atención de cualquier ser, como todas las brujas tenía ese encanto que te hechizaba con solo fijar los ojos en ella.

—¿Qué haces por aquí? —inquirió, acercándose a mí con su peculiar balanceo de caderas—. ¿Hay algo en lo que puedo ayudarte?

—Creo que si, me apareció una marca en el pecho y Toth sabe de que se trata. Yo pienso que es una maldición o algo así, ¿y que sabe más de maldiciones que las brujas?

—Una marca en el pecho —repitió, relamiéndose los labios en el acto—. Eso suena interesante. ¿Que gano yo si decidió ayudarte?

—Una bonita experiencia —respondí, burlón. La respuesta no pareció ser de su agrado porque me miró con el ceño fruncido durante unos segundos.

—Omet, Omet... —meneó su cabeza en desacuerdo—. ¿Que te parece si a cambio pruebas una de las pociones en las que estoy trabajando? Es uno de esos encargos raros que hacen los humanos... Tú eres medio humano así que podría hacer efecto en ti.

¿Probar una poción?

Bueno, mientras no me saliera un ojo en la frente, me cambiara el tono de piel a un violeta llamativo o terminara escupiendo fuego... Creo que podría aceptar, tampoco podía ser tan malo.

—Acepto —asentí con la cabeza, ella sonrió ampliamente antes de señalar con su cabeza el camino. Quería que la siguiera hasta su casa así que eso haría.

Durante el camino no me atreví a hacer ninguna pregunta a pesar de que me moría de curiosidad, había aprendido que a veces era mejor estar en silencio a arrepentirse después de haber hablado.

Su casita era pequeña y acogedora, similar a todas las que la rodeaban. Varias brujas se asomaron a la ventana al sentir mi presencia, pero me ignoraron completamente, ninguna sé inmutó. ¿Es que era tan normal que otros seres vinieran a sus reinos?

Los humanos solo podían hacerlo si encontraban uno de los cinco amuletos mágicos que había enterados por el mundo. De ese modo podían invocar a una bruja y pedirle un favor, normalmente pociones o algo de magia negra. En ese caso eran muy simples, se conformaban con cosas como "haz que ella/él se enamore de mi" (o viceversa, que se desenamore de equis) o "aprobar los exámenes sin estudiar", eran tan predecibles.

—Bien, primero mi poción —dijo, caminando hasta lo que supuse que era la cocina—. Tú ponte cómodo, nadie se siente en esos sofás desde el siglo pasado.

Que ilusión ser el primero después de mucho tiempo, eh:

Lo hice. Era más cómodo de lo que aparentaba. Poco después llegó ella con aquel frasco de cristal para darme la prueba, el contenido era verde, estaba empezando a pensar que tenía una ligera obsesión por ese color.

—¿Qué la hará?

—Lo veremos en cuanto lo pruebes —me guiñó un ojo antes de dejarlo en mi mano.

Venga, todo sea por la información de la marca que todavía llevas en el pecho...

Cierro los ojos y vierto el contenido en mi boca, sin detenerme a saborearlo simplemente me lo bebo.

—Demonios, Taika, estás tan húmeda...

—Uhum, lo estoy. ¿No tienes solución para esto, Omet?

Sus ojos me observaban con lujuria, a la espera de mi próximo movimiento. Estaba asombrado, no me esperé escuchar esas palabras salir de mi boca ni tampoco hacerlo de la suya.

Abrí los ojos de golpe, sintiéndome acalorado, tomé una profunda respiración antes de girar la cabeza a la bruja que me miraba casi con una sonrisa burlona dibujada en los labios.

—¿Qué ha sido eso?

—¿Que has visto para ponerte así, eh? —me mofó, tomando el frasco de mis manos.

—Eso no es de tu incumbencia —susurré, avergonzado.

—Bueno, el caso es que has visto algo, ¿no? —inquirió, yo asentí rápidamente con la cabeza—. ¿Era un recuerdo? —ahora me tocó negar, haciéndola sonreír de nuevo—. Estupendo, entonces funciona. Lo que hace es proyectar en tu mente una escena de un futuro próximo, quizá un futuro alterno... Al fin y al cabo son nuestras decisiones las que nos llevan a lo que viviremos o no en el futuro.

¿Había escuchado "futuro"?

Maldición, entonces Taika y yo nos acostaríamos en un futuro... próximo, a menos que nuestras decisiones nos llevaran por otros caminos.

Eso, lejos de asustarme como debería de haber hecho en otros momentos, me hizo palpitar el corazón con más intensidad, haciendo que la marca en mi pecho volviera a brillar como antes.

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