Capítulo cinco

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Camina en silencio por la casa mientras que yo espero una respuesta, no vamos a evitar este tema toda la vida, tengo derecho a saber lo que pasó.

Me muevo también, siguiéndola para que no se escape poniéndome alguna excusa ridícula, finalmente se da por vencida y tras mirarme con mala cara me pide que tome asiento. Lo hago, satisfecho de obtener lo que quería.

—Yo no me enamoré de tu padre —habló, dejándose caer en el sofá sin siquiera mirarme—. Los humanos tienen costumbres divertidas... Y placenteras. Me dejé llevar por la curiosidad y terminé embarazándome de un humano, ¿que curioso, no?

—Se supone que para tener un hijo es necesario el amor —me señalé por obvias razones.

—Aquí si, pero en la Tierra no sólo procrean por amor —suspiró, como si estuviera recordándolo—. Hay algo que se llama sexo, seguro que has oído hablar de él porque has convivido muchos años con los humanos, si el hombre termina el acto dentro del cuerpo de la mujer lo más probable es que la haya dejado en estado.

Parpadeé, asimilando lo que acababa de decirme. Sabía lo que era el sexo, complacía los deseos de gente joven con las hormonas alborotadas, además de que Sulymar leía libros con alto contenido sexual. No me había dejado leer ninguno porque según ella me iba a traumar, pero me los había resumido. También Ari me comentó sobre el tema y todavía no me olvido de la cara de vergüenza que se le puso cuando le pregunté si ya había tenido sexo con su novio, supuse que era uno de esos temas privados que no se comentaban con cualquiera.

—Yo pensé que era fruto del amor entre vosotros dos...

—Es mejor decir eso a decir que fuiste fruto de la lujuria, Omet —me sonrió apenada—. Él ni siquiera sabe de tu existencia, solo fue algo de una noche... Y ya. No busques algo más.

—Entonces no estabas enamorada de él, nunca lo estuviste... Yo no nací como los demás seres mágicos —murmuré en un hilo de voz—. Todos aquí han sido producto de la unión de dos personas que se amaban... Y yo...

—Hijo, no pienses en eso ahora, ya han pasado muchos años y...

—¿Me quieres? —me atreví a preguntar, sintiendo como mis ojos se aguaban en el momento que esas palabras abandonaron mis labios—. No me hiciste con amor así que he de suponer que no estaba en tus planes...

Su expresión no me dice nada, tal vez solo me da la razón, y eso me hace querer llorar como si fuera un niño pequeño sin saber usar su magia. Aunque en realidad ya era un adulto al que le acababan de poner la verdad de su vida delante de sus ojos y se negaba a aceptarla.

La hija que tiene con su alma gemela llega dando saltos de alegría mientras tararea una de esas ridículas canciones que le enseñan a los niños pequeños, me mira mientras agita la varita que tiene entre los dedos y sonríe de forma dulce. Yo no puedo devolverle la sonrisa por mucho que lo intente, ni siquiera la magia podría remediar esta situación. No me despido de ninguna de las dos, simplemente desaparezco sin saber a dónde ir. No podía aparecerme en casa de alguno de mis humanos, sería algo insensato de mi parte, además de que me pedirían explicaciones y yo no podría dárselas porque eso en mi mundo estaba prohibido. ¿Qué debía de hacer entonces?

No actuaría con inconsciencia como hacían los humanos, como esa vez que May se emborrachó hasta el punto de olvidarse de su apellido y tuve que venir a su rescate, son experiencias que no se olvidan pero que yo no quiero vivir en carne propia. Aunque yo no tenía apellido, así que no tenía nada de lo que olvidarme.

En medio de mi drama escuché a Mel llamarme, la última vez que tuve noticias suyas fue hace una semana, deseaba visitar Portugal así que yo cumplí esa fantasía rociándole polvos mágicos por su cabello. Suponía que ya estaría de vuelta, era de esas personas que no podían pasarse mucho tiempo fuera de casa.

—¡El viaje fue alucinante! —exclamó nada más verme. Su piel estaba un poco más morena y su cabello tenía un nuevo corte que le favorecía bastante—. Ya casi vuelvo hablando portugués, ¿eh?

—Habría sido divertido —admito, cruzándome de brazos y mirándola con una ceja alzada—. ¿No te has conseguido un novio portugués?

—¿Yo? Anda, que buen chiste ese —soltó una risotada mientras sacaba algo de su mochila y me lo extendía—. No sabía que regalarle a alguien que ya lo tiene todo así que... Solo es un detalle.

Miré con curiosidad la pequeña caja y sonreí cuando al abrirla me encontré una pulsera con los colores de la bandera portuguesa y una eme de metal colgando de ella.

—Así te acuerdas de mi y del pequeño viaje mágico que me regalaste —me dice sonriendo, es un amor de niña y cada cosa que hace es más adorable que el anterior—. Anda, póntela... Además, estabas amargado y al menos te hice sonreír.

En eso tenía razón.

Quizá me sentía mucho mejor rodeado de humanos que rodeado de seres mágicos. Quizá tenía la magia de mi madre pero en todo lo demás era como mi padre. Quizá la magia no solo eran polvos mágicos sino que también lo eran estas personas a las que concedía deseos... Fue entonces cuando la imagen de Taika vino a mi mente, así sin más, como algo mágico también.

Polvos Mágicos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora