Capítulo diecinueve

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Los ojos de Praux se abren con fascinación cuando ve como el brillo lucha por hacerse ver por debajo de mi ropa. Hace un gutural sonido con la boca y se acerca para quitarme la prenda y verla mejor.

—¿Pero que tenemos aquí? —su dedo índice traza el diseño, absorta en sus pensamientos en lugar de decirlos en voz alta para que yo también pudiera enterarme.

Por poder podía leerle la mente, pero no iba a hacerlo, me gustaba cuando hablaban con su propia voluntad y no les obligaba yo a hacerlo.

—¿Qué es, Praux? —insistí, pero la duda en su mirada era más que notable.

—No tengo ni la menor idea —admitió, por fin, en un febril susurro, todavía fascinada con aquella marca que sin más brillaba en mi piel—. Parece una runa de las antiguas, aunque eso es cosa de mortales y no nuestra, les ayudaban a ser más poderosos, es como hacer trampas. Al fin y al cabo adquirían habilidades que no eran suyas mediante estos dibujos que ellos mismos hacían.

—Mi padre es humano —recordé lo obvio—. Mi madre se dejó llevar por la lujuria y bueno... Aquí estoy, no soy solo un ser mágico, tengo debilidades humanas.

—Por eso me pareces un chico interesante, podría experimentar tanto contigo si me dejaras.

—No voy a ser tu rata de laboratorio —dejé claro—. He venido aquí por esta dichosa marca, todo lo demás me da igual.

Sus labios se curvaron en una sonrisa cuando apartó los ojos de la supuesta runa y me miró a los ojos. Se veía en ellos el debate interno que estaba teniendo, su lado sensato le decía que me dejara estar, que ese no era un asunto en donde debía de meterse, pero su lado curioso picaba en el fondo de su ser. Quería saber, no podía quedarse con la duda.

—Puedo buscar información, pero no te prometo nada.

—Se supone que todo cuanto pasa lo tenéis anotado en vuestros libros, ¡algo tiene que haber!

—Ajá, algo tiene que haber, pero no prometo que ese alto sea de ayuda... Vale, lo principal es saber de que se trata, ¿pero después que? ¿Piensas borrarla?

—¿Se podría hacer? —cuestioné, ella me lanzó una mirada como queriendo decirme "¿en serio?". Si, claro que se podía, en el mundo de la magia todo era posible.

—Claro que si, solo necesitaríamos diferentes cositas de los demás reinos para crear una pócima que borrara esas líneas de tu piel. Aunque si me permites, se te ve bien, casi como un tatuaje a los humanos.

—Un tatuaje que brilla —recordé, empleando mi más sentido del humor.

—Eso lo hace más mágico —señaló y chasqueó sus dedos en el aire, como si acabara de acordarse de algo—. A todo esto, ¿cómo apareció? Quizá es por un momento o un estímulo de tu cuerpo que se activa.

Maldición.

¿Cómo se supone que iba a explicarle yo eso?

Praux no me delataría diciéndole a los superiores que por poco me acuesto con una humana ni tampoco que había visto ese maldito futuro donde estábamos desnudos, jadeantes y a punto de hacerlo de nuevo. No, ella probablemente me incitaría a seguir cometiendo errores sin importar nada.

Porque así eran las brujas. Encantadoras pero llenas de malicia.

—Por como te estás poniendo creo que puedo hacerme una idea —se burló, meneando la cabeza—. El sexo vuelve locos a los humanos, ¿no es así?

—¡Yo no soy humano!

—Tú lo has dicho, tienes las debilidades de cualquier humano como tu padre. El sexo de hace vulnerable, es normal que quieras experimentar con tu cuerpo, tu alma gemela no va a ser un ser mágico sino un humano... Y al parecer ya encontraste a ese alguien que te hace querer romper la barrera, ¿no es así? —esperó mi respuesta, pero esta nunca llegó—. Lo que viste fue más de lo mismo, estoy casi segura, pero déjame decirte que no tiene nada de malo. Investigaré sobre la runa, puedes tener sexo libremente, no importa que se active. Hay que experimentar un poco de todo.

—No, Praux, tú no lo entiendes...

—Creo que el que no lo entiende eres tú —chasqueó su lengua contra su paladar—. Tienes una vida, aprovéchala. Vives concediéndole deseos a la gente, ¿pero quien se encarga de cumplir los tuyos?

—Yo no tengo deseos.

—Todo el mundo tiene deseos —susurró—. Incluso tú, un ser mágico. Ahora cierra los ojos, tómate un segundo y piensa seriamente cuáles son tus deseos.

Mis deseos.

¿Mis deseos?

¿Qué podría desear yo? Si básicamente tenía todo lo que quería y más...

Pero no la tenía a ella, a la supuesta humana que era mi alma gemela, a Taika. No, ella era de esas chicas imposibles de tener, incluso la magia se quedaba corta a su lado.

No tenía tampoco a mi padre, un ser que supuestamente es esencial en la vida de los hijos, pero que yo no había visto jamás.

Deseaba el amor de una madre que no me quería, pues al fin y al cabo había sido un error en su vida.

Deseaba no tener que ahogar mis deseos en la soledad, fingiendo que todo estaba bien, que yo no podía estar mal. Después de todo tenía debilidades como cualquier otro y ningún polvo mágico iba a ayudarme.

Pero siempre era más fácil pretender que era igual a los demás, ¿no?

Quizá por eso empecé a reprimirme, metiéndome en un ser que no era, porque yo era mucho más de lo que aparentaba y ningún humano veía más allá de eso.

Me molestaba que tuviera que ser una bruja la que me hiciera abrir los ojos y hacerme ver que tenía que vivir mis dos naturalezas como si nada.

—¿Y bien, Omet? —preguntó al verme abrir los ojos—. ¿Estás listo para dar rienda suelta a tus deseos?

—Yo... tengo obligaciones como ser mágico que soy.

—No te he preguntado por eso. ¿Estás listo para dar rienda suelta a tus deseos? —repitió.

Si, estaba listo, aun siendo consciente de que todo eso me llevaría a un lugar peor del que ya estaba.

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