Capítulo cuatro

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—¡Soy un ser mágico! —refuto, quizá por quinta vez en la tarde mientras ella se carcajea.

—Si, si... ¿Y cómo va eso de la magia? ¿Con la varita? —preguntó burlona, señalando con su dedo índice mi entrepierna.

Lo que me faltaba...

¿Acababa de insinuar que mi pene era mi varita mágica?

En fin, humanos y sus comentarios raros.

—No, no preciso de varita —aclaro, intentando que el rubor no suba a mis mejillas. Su comentario y la dirección de su dedo no deberían de importarme, pero lo hacen—. Se soluciona más rápido con polvos mágicos.

Aprieta los labios, luchando por no reírse pero finalmente estalla en carcajadas y yo, ahora si, me sonrojo. Quizá debería de aclarar que eran literalmente polvos y no lo que los jóvenes entendían por polvos.

—Así que polvos mágicos, ¿eh? —alzó sus cejas con diversión—. ¿Así los describían tus novias o como va la cosa?

—Yo no tengo novias —recalqué—. No me atraen.

—Oh, pues novios, no pasa nada, yo soy bisexual y también estuve con personas de mi mismo sexo —declara abiertamente, creo que esta chica no hacía más que malinterpretar todo cuanto yo decía.

—No soy gay —aclaré—, simplemente no estoy con nadie... Las relaciones allá arriba no son como aquí, uno no se enamora de alguien y a los meses de otra persona. Uno cuando nace ya está enlazado a otro ser mágico, aunque no se conozcan hasta dentro de veinte años, son almas gemelas. Es todo mucho más bonito que esto de estar con idiotas que no saben valorarte.

Noté su incomodidad de inmediato. Estaba escuchándome con atención, con interés; hasta que escuchó la última oración y la sintió dirigida hacia ella. Una no se sentiría señalada si en el fondo supiese que no era así.

—¿Estás conforme con tu relación, Taika? —me atreví a preguntar, temiendo que me golpease la cabeza con el libro que estaba a su costado—. Sé sincera conmigo porque puedo saber si me estás mintiendo.

No respondió, se quedó en silencio como si quisiera meditar lo que estaba a punto de decirme. Yo esperé, paciente, tal y como Martín me había indicado que hiciese. No presioné por una respuesta inmediata.

Sus ojos dieron con los míos, eran todo lo contrario y tenía que admitir que me gustaban, el color de su iris era oscuro y estaban envueltos por unas rizadas pestañas que ansié ver de cerca para comprobar que eran naturales. Pasó por mi mente ese vez en la que Mel se puso pestañas postizas y, la verdad sea dicha, le quedaban bien... Aunque siempre preferí verla al natural, no se le marcaba tanto la mirada.

—Preguntar algo de lo que ya sabes la respuesta es una tontería, ¿no lo crees?

—No, creo que a ti te sentaría bien admitirlo en voz alta —aclaro, pues ella sabía de sobra que intentaba engañarse a sí misma.

—No, no estoy conforme, me ha engañado varías veces y sé que sigue haciéndolo... Pero también ha sido el único que estuvo ahí en mis peores momentos. Cuando mi madre murió estaba perdida, entré en una profunda depresión de la que todavía estoy intentando salir a día de hoy, supongo que ya notaste los cortes de mis muñecas —soltó una risa nasal, evitando mi mirada—, es lo primero en lo que todos se fijan. Y sienten pena, porque claro, pobrecita... Una huérfana suicida. Él nunca pensó eso, me ayudó a salir de la oscuridad poco a poco, quizá no sea el mejor novio del mundo pero ha sido la única persona que no me miró con pena y que se ofreció a devolverme una vida como la de los jóvenes de hoy en día. Si estoy hoy aquí es gracias a él, de lo contrario estaría en el infierno; es decir, porque al cielo no iba a ir ni de coña.

Me quedo sin palabras, ella me había necesitado mucho antes en su vida y yo no estuve ahí. Llegué tarde. No era su novio el que la tenía que sacar de la oscuridad, era yo. Si hubiera estado cuando su madre falleció, nada de esto estaría pasando. Taika podría estar feliz, con alguien que la quisiera bien, o sin nadie pero viviendo su vida con una sonrisa en el rostro y sin preocupaciones. Pero no era así. Por mi culpa.

—Taika...

—No, no te compadezcas —su voz sonó cortante—. Estoy harta de oír siempre lo mismo, no seas tú también así, no me mires con pena ahora.

—¿Mirarte con pena? Oh, Taika, eres una humana tonta —balbuceé mientras envolvía su cuerpo con mis brazos, no sé si ora consolarla a ella o para consolarme a mi.

Y ahí. En ese momento en donde sus brazos también se enredaron con mi cuerpo sentí que la magia iba más allá de lo que yo podía hacer. Me habían abrazado muchos humanos antes pero nunca había sentido que el corazón se me encogiese con dicha acción, o que respirar se volviera una acción casi imposible.

¿Qué era eso? ¿Qué acababa de pasar?

Se separó de mi poco después, a pesar de que yo quería que ese abrazo durase para siempre, y se excusó con que tenía muchas cosas que hacer. Me lo tomé como una clara invitación de largarme así que eso hice y en lugar de visitar a alguno de los humanos decidí hacerle una visita a la mujer que me dio la vida. Mamá me esperaba en casa, en nuestro mundo nunca era de noche y dormir era una función para nada necesaria, cuando llegué estaba leyendo el tercer libro de una saga que se había traído de la Tierra, compartía los mismos gustos que muchos de mis humanos.

—¡Hijo! —exclamó al verme, su rubio cabello caía a ambos lados de su cara en perfectas ondas, sus ojos azules me miraron con confusión pues mi visita era inesperada—. ¿Hubo algún problema con los humanos?

—No, mamá, nada de eso —la tranquilicé, su alma gemela no estaba en casa y eso era de agradecer. No nos llevábamos muy bien, con eso de que yo era hijo de otro hombre (y para más, un mortal ) nunca me vio con buenos ojos, desde pequeño tuve que vivir con el rechazo de ese hombre—. Hay algo que quiero preguntarte... ¿Por qué te enamoraste de papá si tu alma gemela es un ser mágico?

El libro que tenía entre manos se cierra con fuerza y es suficiente para saber que el tema de conversación no es de su agrado. Nunca lo hemos hablado, solo crecí con detalles que escuchaba por casa y otros tantos que escuchaba por ahí. Mi madre nunca me contó la historia completa y yo quería saberla.

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