La Avanzadilla

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El día más caluroso en lo que iba de verano llegaba a su fin, y un silencio perfecto se extendía sobre el jardín de la mansión Price. La única que se había quedado fuera era Bella que estaba tumbada boca arriba en un parterre de flores, frente al despacho de su tía, Minorka Price.

Bella era una chica delgada, con el pelo rubio claro, que tenía el aspecto dulce y angelical, con un notorio cuerpo en desarrollo, el cual había crecido mucho en poco tiempo.

Bella suspiró lenta y profundamente y miró hacia el cielo, de un azul intenso. Aquel verano había experimentado lo mismo todos los días: diversión, entrenamientos duros, la tensión, las expectativas, el alivio pasajero, y luego otra vez la tensión... Y siempre, cada vez más insistente, la pregunta de por qué no había pasado nada todavía.

En el despacho tras ella, estaba su tía Minorka, sentada firmando unos papeles tras el escritorio. También estaba la señora Clebel Kriestly, el ama de llaves y nana de su tía, que estaba limpiando el despacho mientras escuchaba la radio.

Bella abrió los ojos. Rodó con cuidado hasta quedar boca abajo y se puso a cuatro patas, preparada para salir gateando.

Se había movido unos cuantos centímetros cuando varias cosas sucedieron en un abrir y cerrar de ojos. Una fuerte detonación, parecida al ruido de un disparo, rompió el precioso silencio; un gato salió disparado de debajo de uno de los coches aparcados en el estacionamiento exterior de la mansión y desapareció; del despacho llegaron unos chillidos, un juramento y el ruido de porcelana rota, y como si ésa fuera una señal, Bella se puso en pie de un brinco al mismo tiempo que sacaba su varita; pero antes de que pudiera enderezarse del todo, su coronilla chocó contra la ventana abierta del despacho.

Seguía siendo un tanto torpe.

El ruido de la colisión hizo que la señora Clebel gritara aún más fuerte.

Bella tuvo la impresión de que su cabeza se había partido por la mitad. Se tambaleó, con los ojos color rojos bañados en lágrimas, e intentó enfocar la calle para localizar el origen de la detonación, pero cuando apenas había conseguido recobrar el equilibrio, dos manos pálidas salieron por la ventana abierta y la tomaron por los hombros. Era su tía.

—Bella Carolinne Price, ¿qué fue eso? —le gruñó tía Minorka, girándola.

Minorka miró a todos lados. Estaba cerciorándose de que los empleados muggles no hubieran visto la varita de Bella.

—No lo sé. Ese ruido no lo cause yo...

—¡Entra!

Bella obedeció. Tomó impulso y usó el alféizar de la ventana poco apoyo, y saltó hacia adentro, quedando de pie junto a su tía.

—Mi niña, me diste un susto tremendo —dijo la señora Clebel con la mano en el pecho—. ¿Estás bien? ¿Te pegaste muy duro, quieres un chocolate ca...?

Bella negó y miró hacia la gran reja de entra a la mansión. No había ni rastro de lo que había causado la detonación.

—No la consientas tanto —interrumpió Minorka, mirando hacia donde lo hacía Bella—. ¿Qué hacías agachada debajo de la ventana, niña?

—No estaba agachada... —dijo Bella, frotándose la frente— estaba acostada, mirando el cielo.

Minorka la miró detenidamente y dijo:

—Te pareces a tu madre —dijo con cara de asco que, de cierta forma, le causó gracia a Bella—. Ella hacia esas cosas.

Minorka, no era una persona muy afectuosa ni cursi; era, la mayor parte del tiempo, inexpresiva, cortante y dominante con todos, pero su adoración era su sobrina. Bella causaba en ella lo que más nadie podía, a excepción de Sirius Black.

Bella Price y La Orden del Fénix©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora