El Ejército de Dumbledore

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—Umbridge leyó tu correo, Harry —le dijo Bella.

—Sí —apoyó Hermione—, no hay otra explicación.

—¿Creen que fue ella quien atacó a Hedwig? —preguntó Harry indignado.

—Estoy prácticamente convencida de ello.

—Cuidado con la rana, se te escaba —dijo Bella.

Harry apuntó con la varita a la rana toro que iba dando saltos hacia el otro extremo de la mesa.

—¡Accio! —exclamó. Y la rana, resignada, volvió a saltarle en la mano.

La clase en encantamientos siempre había sido una de las mejores para charlar en privado con los compañeros. Generalmente, había tanto movimiento y tanta actividad, que no había peligro de que te oyeran.

Aquel día el aula estaba repleta de ratas toro que no dejaban de croar y cuervos que graznaban sin cesar, y un intenso aguacero golpeaba y hacia vibrar los cristales de las ventanas, de modo que los cuatro chicos podían hablar en voz baja y comentar cómo Umbridge había estado a punto de atrapar a Sirius, sin que nadie reparara en ello.

—Empecé a sospechar que la profesora Umbridge te controlaba el correo cuando Filch te acusó de encargar bobas fétidas, porque me pareció una mentira ridícula. En cuanto hubiera leído tu carta habría quedado claro que no las estabas encargando, o sea, que no hubieras tenido ningún problema, ¿no te parece? Pero entonces pensé, ¿y si alguien solo buscaba un pretexto para leer tu correo? Esa hubiese sido la excusa perfecta para la profesora Umbridge, le da el dato a Filch, deja que él haga el trabajo sucio y que te confisque la carta, luego, busca una forma de robársela o le exige que se la deje ver y no creo que Filch hubiese puesto objeciones porque ¿alguna vez ha defendido los derechos de los estudiantes?

—¡Harry, estás apachurrando tu rana! —le dijo Bella, dejando de ver a Hermione.

Estaba aprontando tan fuerte al animal, que casi se le saltaban los ojos. Harry la dijo apresuradamente sobre el pupitre.

—Anoche nos salvamos por los pelos —prosiguió Hermione—. Me pregunto si la profesora Umbridge está consiente que de lo poco que le faltó. ¡Silencius! —exclamó, y la rana con la que estaba practicando, con su encantamiento silenciador, enmudeció a medio croar, y la miró llena de reproche.

La rana de Bella estaba muy tranquila mientras descansaba apaciblemente en las manos de la rubia.

—Si llegara a atrapar a Hocicos... —dijo Harry— de seguro lo hubiesen devuelto a Azkaban esta misma mañana.

Luego, agitó la varita sin concentrarse mucho y su rana se infló como un globo verde y empezó a emitir un agudo silbido.

—¡Silencius! —repitió Hermione con rapidez, apuntando su varita hacia la rana de Harry, que se desinfló lentamente ante ellos—. Bueno, ahora sabemos que no debe hacerlo más, pero no sé cómo vamos a comunicárselo; no podemos enviarle una lechuza.

—No creo que vuelva a arriesgarse —terció Ron—. No es estúpido. Debe saber que Umbridge estuvo a punto de atraparlo. ¡Silencius! —dijo y el enorme cuervo que tenía delante soltó un graznido desdeñoso—. ¡Silencius! ¡SILENCIUS! —soltó aún más fuerte.

—Es que no mueves la varita correctamente —observó Bella—. No hay que sacudirla, sino darle un golpe seco.

—Con los cuervos es más difícil que con las ranas —se defendió.

—¿Cambiamos? —propuso, tomando el cuervo de Ron, y dándole su rana que, al parecer, se le estaba quitando la tranquilidad que tenían hacía un instante—. ¡Silencius! —dijo, mientras el cuervo cerraba y abría el pico sin emitir algún sonido—. Lo siento —dijo la rubia, acariciando sus plumas.

Bella Price y La Orden del Fénix©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora