Hospital de San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas

810 88 3
                                    

Bella se sintió tan aliviada al comprobar que la profesora McGonagall se lo tomaba en serio que no vaciló: se levantó de inmediato de la cama y se puso la bata.

Salió con ella del dormitorio, donde dejaron a Hermione, Lavender y Parvati, que no se atrevieron a abrir la boca, bajaron por la escalera de caracol hasta la sala común, donde las esperaban Ron y Harry, que estaba igual o peor que Bella. Salieron por el hueco del retrato y llegaron al pasillo de la Señora Gorda, iluminado por la luna. Bella tenía la impresión de que el pánico que se acumulaba en su interior podía desbordarse en cualquier momento; le habría gustado echar a correr y llamar a gritos a Dumbledore, además, se sentía estúpida en ese momento porque también sentía mucha preocupación por Harry, y éste, aunque no lo dijese, también estaba preocupadísimo por Bella, a la cual veía de reojo mientras caminaban. El señor Weasley estaba desangrándose mientras ellos andaban tranquilamente por el pasillo; ¿y si aquellos colmillos (Bella hizo un esfuerzo para no pensar «mis colmillos») eran venenosos? Se cruzaron con la Señora Norris, que los miró con los ojos como lámparas y bufó débilmente, pero la profesora McGonagall dijo «¡Fuera!» y la gata se escabulló en las sombras. Al cabo de unos minutos llegaron a la gárgola de piedra que vigilaba la entrada del despacho de Dumbledore.

—¡Meigas fritas! —dijo la profesora McGonagall.

La gárgola cobró vida y se apartó hacia un lado, y la pared que tenía detrás se abrió dejando ver una escalera de piedra que se movía continuamente hacia arriba, como una escalera mecánica de caracol. Montaron los cuatro en la escalera móvil; la pared se cerró tras ellos con un ruido sordo y empezaron a ascender, describiendo cerrados círculos, hasta que llegaron a la brillante puerta de roble en la que sobresalía la aldaba de bronce que representaba un grifo.

Era más de medianoche, pero en el interior de la habitación se oían voces, como un agitado murmullo. Parecía que Dumbledore estaba reunido por lo menos con una docena de personas.

McGonagall llamó tres veces con la aldaba en forma de grifo y las voces cesaron inmediatamente, como si alguien las hubiera hecho callar pulsando un interruptor. La puerta se abrió sola, y la profesora precedió a Bella, a Harry y a Ron hacia el interior.

El cuarto estaba en penumbra; los extraños instrumentos de plata que había sobre las mesas estaban quietos y silenciosos en lugar de zumbar y despedir bocanadas de humo, como solían hacer; los retratos de anteriores directores y directoras que cubrían las paredes dormitaban en sus marcos. Junto a la puerta, un espléndido pájaro rojo y dorado del tamaño de un cisne dormía en su percha con la cabeza bajo el ala.

—Ah, es usted, profesora McGonagall..., y..., ¡ah!

Dumbledore estaba sentado en una silla de respaldo alto detrás de su mesa, inclinado sobre la luz de las velas que iluminaban los papeles que tenía delante. Aunque llevaba una bata de color morado y dorado con espléndidos bordados sobre una camisa de dormir blanquísima, estaba completamente despierto y tenía los penetrantes ojos azul claro fijos en la profesora McGonagall.

—Profesor Dumbledore, Price y Potter han tenido..., bueno, una pesadilla —declaró la profesora—. Dicen que...

—No era ninguna pesadilla —se apresuró a corregir Harry.

—No. No lo era —aseguró Bella.

La profesora McGonagall miró a los muchachos con el entrecejo fruncido.

—Está bien, cuéntenselo ustedes al director.

—Verá... —dijeron a la vez. Ambos se miraron y se callaron de inmediato, hasta que Bella le hizo una seña a Harry con la mano para que prosiguiera.

—Yo... estaba dormido, es verdad... —empezó a explicar Harry, y pese al terror que sentía y la desesperación por conseguir que Dumbledore lo entendiera, le molestó un poco que el director no lo mirara a él, sino que se examinara los dedos, que tenía entrelazados—. Pero no era un sueño corriente..., era real... Vi cómo pasaba... —Inspiró hondo—. Al padre de Ron, el señor Weasley, lo ha atacado una serpiente gigantesca.

Bella Price y La Orden del Fénix©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora