Número Doce de Grimmauld Place

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—¿Qué es la Orden del...? —preguntó Harry.

—¡Aquí no, muchacho! —gruñó Moody—. ¡Espera a que estemos dentro!

Moody le arrebató a Bella el trozo de pergamino y le prendió fuego con la punta de la varita. Mientras las llamas devoraban el mensaje, que cayó flotando al suelo, Bella volvió a mirar las casas que había a su alrededor. Estaban delante del número 11; miró a la izquierda y vio el número 10; a la derecha, sin embargo, estaba el número 13.

—Pero —dijo Bella— ¿dónde está...?

—A ver, muñeca, piensa en lo que acabas de memorizar —le recordó Nehyban.

Harry frunció el ceño, mirando a Nehyban por encima de hombro.

«¿Por qué le dice "muñeca" a mi Bella? —pensó Harry, mientras Nehyban miraba a Bella de abajo hacia arriba, mordiéndose el labio inferior—. ¿Y por qué diablos la mira así? ¡Cómo se atreve!»

Bella, que no prestaba atención ni a uno ni al otro, lo pensó, y en cuanto llegó a las palabras «Número 12 de Grimmauld Place», una maltrecha puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas. Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino. Bella se quedó mirándola, boquiabierta. El equipo de música del número once seguía sonando. Por lo visto, los muggles que había dentro no habían notado nada.

—Vamos, deprisa —gruñó Moody, empujando a Harry por la espalda.

Nehyban hizo lo mismo con Bella, aunque más delicado. La chica subió los desgastados escalones de piedra sin apartar los ojos de la puerta, que acababa de materializarse. La pintura negra estaba estropeada y arañada, y la aldaba de plata tenía forma de serpiente retorcida. No había cerradura ni buzón.

Lupin sacó su varita y dio un golpe con ella en la puerta. Bella oyó unos fuertes ruidos metálicos y algo que sonaba como una cadena. La puerta se abrió con un chirrido.

—Entren, rápido —le susurró Lupin—, pero no se alejen demasiado y no toquen nada.

Cruzaron el umbral y se surgieron en la casi total oscuridad del vestíbulo. Olía a humedad, a polvo y a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado. Bella miró hacia atrás y vio a los otros, que iban en fila detrás de ellos; Nehyban le sonrió seductoramente a Bella; Lupin y Tonks llevaban sus baúles y la jaula de Hedwig. Moody estaba de pie en el último escalón soltando las bolas de luz que el apagador había robado de las farolas: volvieron volando a sus bombillas y la plaza se iluminó, momentáneamente, con una luz naranja; entonces Moody entró renqueando en la casa y cerró la puerta, y la oscuridad del vestíbulo volvió a ser total.

—Por aquí...

Les dio unos golpecitos en la cabeza a los chicos con la varita; esta vez la muchacha sintió que algo caliente le goteaba por la espalda y comprendió que el encantamiento desilusionador había terminado.

—Ahora quédense todos quietos mientras pongo un poco de luz aquí dentro —susurró Moody.

Los murmullos de los demás le producían a Bella una extraña aprensión; era como si acabaran de entrar en la casa de alguien que estaba a punto de morir. Oyó un débil silbido, y entonces unas anticuadas lámparas de gas se encendieron en las paredes y proyectaron una luz, débil y parpadeante, sobre el despegado papel pintado y sobre la raída alfombra de un largo y lúgubre vestíbulo, de cuyo techo colgaba una lámpara de cristal cubierta de telarañas y en cuyas paredes lucían retratos ennegrecidos por el tiempo que estaban torcidos. Bella oyó algo que correteaba detrás del zócalo. Tanto la lámpara como el candelabro, que había encima de una desvencijada mesa, tenían forma de serpiente.

Bella Price y La Orden del Fénix©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora