30. Que arda el fuego

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Los días siguientes al "regalo" de Charly habían sido peores de lo que Yeimy esperaba. No podía salir a la calle sin que aparecieran periodistas y paparazzi buscando información como buitres, y quedarse todo el día en lugares cerrados la estaba volviendo loca. Al final resultó que aquel viaje era justo lo que necesitaba.

Yeimy y Erik fueron en el carro de la primera, conversando y riendo, mientras Juancho iba solo en el suyo. Acabó alegrándose de que su destino estuviera tan lejos, a algo más de dos horas, porque no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba aquel tiempo con su hijo hasta ese día. El hotel era elegante y estaba rodeado de un increíble paisaje, y pasaron toda la tarde caminando por ahí y visitando algunos pueblos cercanos hasta que hubo noche cerrada.

La habitación que compartían era bastante bonita. Al llegar Erik preguntó rápidamente si podía ir a una rumba que habían montado unos jóvenes del hotel en un descampado cercano, y Yeimy aprovechó para ponerse su ropa de deporte y salir a correr un rato. Lo echaba de menos por no haber podido hacerlo en los últimos días y sabía que eso la ayudaría a dormir, además de que a la mañana siguiente no iba a tener tiempo para ello y ya se había convertido en parte de su rutina. Bueno, menos los días que amanecía con Charly, pero eso ya lo compensaba con el ejercicio que hacían por las noches.

Se puso los audífonos y comenzó a dar vueltas alrededor del hotel hasta que empezó a sonar Reflejo. La había metido en su playlist cuando las cosas iban bien con Charly, y se había olvidado de sacarla. Escuchar aquella voz era una bonita forma de arruinar su día, en el que por fin, entre la compañía de Erik y el exceso de trabajo, apenas se había acordado de él.

Regresó a la habitación completamente sudorosa con la única intención de darse una buena ducha e irse a dormir. Avanzó por el corto pasillo que separaba la puerta de la habitación en sí y casi le dio un infarto al ver a Charly sentado en una de las camas, con su camisa estampada apenas abrochada hasta el centro del pecho.

—Hola, reina —saludó este con una pequeña sonrisa.

—¿Qué hacés vos acá? —fue lo único que le salió decir mientras se acercaba, furiosa—. Erik puede llegar en cualquier momento.

—¿Y vos quién creés que me dijo donde estaban y me dio la llave? —preguntó él con una sonrisa ladeada.

Yeimy parpadeó, sorprendida. No se esperaba que su hijo fuera a prepararle aquella sorpresa tan desagradable.

—¿Qué le dijiste para convencerle?

—Que quería disculparme con vos —respondió encogiéndose de hombros.

—Algo me dice que no es verdad.

—Vos me llamaste mentiroso, solo quería darte la razón, Yeimy —dijo Charly haciendo un puchero, pero sin dejar de fijar en ella una mirada profunda y peligrosa.

—¿Y a qué viniste? —preguntó al final, dando un paso al frente para demostrarle que no tenía miedo.

—Quería verte la cara después de mi sorpresita. Vos destruiste mi carrera y mi familia, ahora era mi turno. ¿Cómo se siente?

—Sos una rata miserable y no sé cómo pude creerte cuando me dijiste que habías cambiado.

Charly sonrió, como si no le importaran sus insultos. Su camisa se entreabrió más cuando se inclinó hacia atrás apoyando las manos en la cama. Los ojos de Yeimy se dirigieron involuntariamente a su pecho musculado, pero apartó la vista cuando Charly sonrió mostrando que se había dado cuenta de ello.

—Pero bien que te gustaba esta rata miserable cuando estabas entre mis sábanas —dijo con voz ronca.

Aquella mirada le hacía estremecerse y recordar todo lo que habían hecho juntos en el pasado. Charly se relamió el labio mientras sus ojos iban de arriba abajo por el cuerpo de Yeimy, una vez más como un depredador.

Será mi perdición (Charleimy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora