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ANGUS

La enfermera entró a mi habitación haciendo el mayor ruido posible.

-Joder, a ver si aprendemos a ser más silenciosos eh- le dije mientras me tapaba la cara con las manos.

Ni si quiera eran las 9 de la mañana y quería que me levantara. ¿Para qué? Si total, todos los días son la misma mierda. Desayuno, ducha, terapia, ver la tele, terapia, cenar y dormir.

Salí de mi cuarto y caminé el extenso pasillo hasta llegar al comedor. Allí estaban los demás desayunando.

Me senté en la mesa de siempre, otra enfermera me sirvió un vaso de leche y un rollito de canela.

Ese era el desayuno que nos daban en la casa. Muchas veces me encontraba recordando mi vida antes de la cuarentena.

La pandemia cambió la vida de todo el mundo, pero sinceramente, mi vida no la cambió directamente. Mi vida cambió en el momento en el que el cuerpo de una chica de nuestro grupo cayó al piso de abajo muriendo al instante.

Todo lo que pasó detrás fue un desastre, vivo en el desastre desde entonces. Como después de los terremotos, todo queda destrozado, lleno de escombros. Así es mi vida desde el día.

Apenas acababa de pisar la calle después de muchos meses y, ya estaban ahogando mis penas en alcohol. No en un bar. Ni en mi casa. Estaba ahogando mis penas en el local de ensayo de una banda de black metal.

Poco a poco me fui metiendo en esa banda, hasta que me ofrecieron ser uno de los guitarras. Íbamos de gira por los países nórdicos, todo el rato bebiendo, drogándonos y teniendo sexo.

Hasta que se nos fue de las manos. Llevaba ya 2 años con ellos. Dos maravillosos años en los que me había dado tiempo a perder totalmente la cordura. Había visto como el batería y el cantante del grupo apuñalaron brutalmente a un hombre que caminaba tranquilamente por la calle. Y no solo lo había visto, sino que les ayudé a deshacerse del cuerpo.

Teníamos tan solo 19 años, no podíamos ir a la cárcel tan jóvenes.

Casi un año después, ahí estaba. En la habitación de un psiquiátrico. Los que eran mis compañeros en la banda, me tendieron una trampa y me acabaron encerrando aquí.

Los muy cabrones no saben que yo soy la mente de todos los planes. Ellos solo son los impulsivos.

El desayuno del miércoles fue normal, como cualquier día. Pero, cuando regresé a mi habitación para coger mi ropa. Una sensación demasiado rara me invadió.

¿PELIGRO? Hacía años que no sentía eso, desde que la que era mi mejor amiga mató a una amiga.

No sentí peligro por mi vida, sentí un peligro diferente, como si tuviera que estar alerta por algo. Al igual que esa mañana en el psiquiátrico.

Algo pasaba y mi cuerpo ya se estaba preparando.

Con ese extraño nudo en la garganta, esa sensación de vacío en el pecho y vigilando siempre mis espaldas, me fui a duchar.

Los baños eran compartidos, pero por suerte las duchas eran individuales. Lo único que me faltaba por hacer en esta vida era ser un desviado. Gracias a Satán no lo era.

No tardé mucho en asearme y en menos de 10 minutos ya estaba caminando hacia el despacho de mi psicólogo.

Tenía que caminar más o menos 4 minutos hasta su sala, que estaba en el fondo del pasillo derecho de la quinta planta. La planta en la que estaban los más peligrosos.

Durante esos 4 minutos tatareaba (o silbaba) la canción de Pumped up Kicks. Un juego que a todos los peligrosos de la quinta planta les parecía muy divertido.

Ese día cuando entré al despacho, no estaba esperándome sentado. Lo primero que vi al entrar fue su espalda, estaba hablando con alguien que él mismo tapaba.

Carraspeé la garganta a modo de saludo y, sobre todo de decir “Hey, he llegado”. Lo que funcionó e hizo que el hombre se girara, revelándome así con quién estaba hablando.

Al principio no le reconocí, llevaba el pelo por la barbilla y moreno. Su cara ahora no reflejaba ternura pero a la vez dureza. Directamente reflejaba dureza, frialdad. Quizá lo único que me ayudó a reconocerla, fue su altura.

Ese metro y medio que me hizo reír durante tantísimo tiempo, la que nos defendía en cualquier momento. Pero también la que le arrebató la vida a una amiga nuestra, que tampoco soy el más indicado para hablar, lo sé.

-Kaira?- sonreí mientras ella se acercaba a mí para abrazarme.

Algo curioso de Kaira, era que a pesar de ser muy pequeñita, le gustaba abrazar agarrando de los hombros. ¿Me entendéis? Espero que sí.

El hombre se sentó en su silla y nosotros tomamos asiento también.

-Bueno Angus, como ya sabrás, has mejorado muchísimo, por lo tanto, vas a pasar una semana fuera, después regresarás otra semana. Y así hasta que lo consideremos oportuno- concluyó levantándose de su silla y dándole unos papeles a mi amiga.

-Te quedarás con ella cuando salgas de aquí- dicho eso, nos sonrió y salió.

Mientras caminaba por el extenso pasillo de la quinta planta, imitaba los pasos de baile del joker en las escaleras.

Cuando llegamos a la casa en la que Kaira vivía. Un rico olor a comida invadió mis fosas nasales.

-Madre mía, que hambre- dije mirando a mi amiga. Ella me miraba con una sonrisa, pero sus ojos reflejaban miedo. –Dime que no me tienes miedo- al no obtener respuesta, volví a insistir.

-¿Enserio?  ¿¿¿Me tienes miedo???VAMOS KAI SI TU MATASTE A UNA PERSONA CUANDO TENÍAS 17- Ella me dirigió a la cocina y, había 4 personas más mirándome atentamente.

-Ohhh ya entiendo. Habéis pensado en hacer un atraco a un banco estilo La casa de papel y os faltaba el loco, ¿no?- a esas alturas mis palabras salían sin ningún filtro, estaba tan emocionado de por fin estar fuera. –aunque bueno, ¿entonces porque está la metro y medio? Por si hay que matar a alguien será- directamente me contesté a mí mismo.

Hubo un silencio incómodo después de mi conversación. Kaira y yo estábamos enfrente de los otros 4. Había dos chicos sentados en dos sillas y las chicas de pie tras ellos.

Había uno de los chicos que me sonaba muchísimo, después me fijé en las chicas y me pasó lo mismo. Estaba seguro de que les conocía de algo…pero ¿de qué?

-Perdona Kai… ¿porque ellos tres me suenan?-me fijé detenidamente en los rasgos de cada uno.

El chico, tenía el pelo recogido en un moño. Era pelirrojo, su expresión intentaba ser seria, pero se le escapaba una sonrisa pícara. Giró su cabeza para mirar a la chica colocada tras él. Este le dedicó una sonrisa completa.

La chica a la que había sonreído, tenía el pelo moreno bastante largo. Su tono de piel era moreno. Esa chica al menos no era noruega, no del todo. Sus ojos eran azules, reflejaban una calma que por un segundo pude llegar a sentir.

La chica de al lado, tenía el pelo recogido en una coleta despeinada, tenía el pelo castaño, tirando a rubio. Y sus ojos me recordaron a los de una serpiente. Era la que menos confianza me transmitió. ¿Los locos nos reconocemos entre nosotros?

LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora