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Esto era el infierno mismo.

Se maldijo mentalmente por haber tomado a la ligera la declaración de guerra de Nakahara, lo hizo y se golpeó la frente con la palma lo más duro que podía para reprenderse a sí mismo por su estupidez ¿Por qué? Bueno, lo que ocurrió fue que, una vez cayo de nuevo la noche al día siguiente, la misma escenita se volvió a presentar.

El pelirrojo se disculpaba por su comportamiento, lo invitaba a tomar, Dazai le decía que no, pasaban las horas y ¡Boom! Llegaba el estruendoso petizo alcohólico a golpear la puerta como si tratara de aplastar un mosquito; parecía que la iba a tumbar.

Entonces Dazai se levantaba con lágrimas en sus ojos y encaraba de nuevo al pelirrojo, quien cada día que pasaba parecía estar más irritante y pegajoso que el anterior.

Hoy, ya era la quinta vez que hacía esto.

—«Oye, tengo sueño ¿Te puedes ir? Es que no soporto tu voz»— confeso el de ojos marrones mientras lo agarraba por los hombros y lo alejaba de su pecho, donde hace unos minutos había dejado caer su frente. El poeta soltó unas risillas bobas mientras se quedaba mirando el techo guardando el equilibrio, y luego bajo la mirada para negarle con la cabeza—«Nakahara-san, ándate para tu casa por lo que más quieras»— rogo el castaño mandando todo su orgullo al carajo; le iba a implorar, incluso estaba dispuesto a arrodillarse con tal de que así logara mandar lejos el rostro de Chuuya.

Ya no quería más de sus visitas, ya no lo aguantaba, estaba a muy poco de agarrar un cuchillo y asesinarlo si con eso lograba alejarlo.

—«Ay, pero si tú tienes casa también, no seas tacaño y déjame dormir aquí»— berreo el más bajito mientras trataba de aparentar que no estaba a punto de desplomarse de nuevo por el cansancio.

Osamu abrió los ojos con sorpresa, jamás, en sus anteriores visitas, había dicho algo así. Y lo peor del momento no fue la propuesta que se le hizo, lo peor fue que la pensó.

—«Ni de loco»— escupió al recapacitar—«Vamos, si quieres te acompaño hasta abajo, pero por favor, quiero dormir.»

—«¿Oh? ¿Tu duermes? Creí que los peces no dormían»— se burló con descaro el de sombrero mientras soltaba la carcajada que dejaba sin paciencia al más alto.

—«Dios, haces esto todos los días ¿No te cansas?»— Nakahara negó conservando aun su sonrisa tonta y, parándose de puntitas apoyándose en el hombro del más alto, busco ver el interior de su apartamento.

—«¡Mira, pero si yo puedo dormir ahí!»— dijo eufórico mientras señalaba con el dedo índice la mesita de madera que había en el suelo; por supuesto, nada cómoda. Osamu frunció el ceño, cansado y lo volvió a apartar lejos de él.

—«Estas delirante si crees que enserio te voy a dejar entrar»— y con esto planeaba cerrar su discusión y volver a dormir.

Chuuya, no obstante, hizo caso omiso a lo que el castaño le decía, y con algo de torpeza se pretendió meter a la fuerza al apartamento del escritor, quien, entrando en pánico le bloqueo la entrada con todas y cada una de sus extremidades.

—«Te dije que no»

—«Y yo he dicho que si»

Entonces un forcejeo empezó repentinamente cuando el pelirrojo se le abalanzo a tratar de tumbarlo; estaba borracho y todo, pero el hijo de su madre tenía fuerza, muchísima más que Osamu y, lo peor, sabia como distribuirla por más que sus sesos estuvieran empapados de sake. Así fue como, después de cinco o seis segundos de lucha, el menor termino en el suelo con el contrario encima suyo.

El ambiente había cambiado, el aire se puso pesado y la confusión no podía ser más notable.

La poca distancia entre ambos lo estaba poniendo nervioso; ya no estaba irritado, solo sentía la ansiedad creciente en su interior que le gritaba que saliera corriendo lo más pronto de allí. Las manos de Chuuya estaban sobre su pecho, y, en determinado momento empezaron a acariciarlo de una forma imprevista para él.

«Es el alcohol» Pensó en cuanto alzo la mirada para ver el rostro del mayor; cachetes levemente sonrojados, ojos entre cerrados, ceño fruncido, y observándolo de una forma que le aterrorizaba nombrar ¿Qué era? ¿Qué buscaba con eso? ¿Qué era todo esto que estaba pasando? Pensó en huir, en apartarlo, de seguro por el aturdimiento habría sido capaz de alejarlo, pero la curiosidad por saber que haría le gano; y por no hacer caso a su aviso, termino pagando las consecuencias.

En una fracción de segundo, observo el rostro de Nakahara, quien había cambiado de expresión tan rápido que empezaba a ser preocupante; y en la otra fracción, sintió el aliento embriagado posado en su rostro y sus belfos presionando contra los suyos.

«¿Mierda, pero que...?»

¿Qué era? ¿Qué hacía? ¿Lo estaba... besando?

Obviamente no correspondió al contacto, pero no lo alejo pues había entrado en un estado en el cual solo podía encontrarse pasmado e inmóvil, rojo cual tomate y a merced de cualquiera que decidiera hacerle algo.

En su asombro había dejado su boca entreabierta, y eso lo aprovecho Nakahara para introducir su lengua; sacando en el acto al castaño de su estado de shock. Lo agarro entonces de los hombros forcejeando para apartarlo y esforzándose por no caer en la sincronía de los suaves labios del contrario presionando contra los suyos. Luego de un tiempo, lo logro separar con brusquedad de su boca, haciéndolo sacar un suspiro de insatisfacción. Sus respiraciones agitadas formaban un ambiente pesado mientras trataban de esclarecer su mente.

—«Vete.»— dicto con seriedad Osamu mientras batallaba con quitárselo de encima.

—«Con gusto»— contrataco Nakahara quien, para sorpresa del menor, le hizo caso por primera vez en su vida. Se levanto y, como si en esta ocasión la embriaguez hubiera disminuido sorprendentemente, podía estar lucido y balanceado al caminar —«Ya tomé lo que quería, ahora me retiro»— Aparentando una reverencia con su sombrero, se despidió, dejándolo botado en el suelo del lobby.

Escucho como llamaba el ascensor al tararear una canción, y la campanilla confirmando la llegada de su transporte lo saco de su concierto para centrarse en él y desaparecer por lo que quedaba de la madrugada.

Dazai siguió en el suelo con los ojos desorbitados.

Su respiración se agito ante el recuerdo, y poso su mano sobre sus labios que estaban lucidos rememorando el calor que hace unos segundos habían sentido.

Ese calor tan especial que llamaban primer beso.

El castaño soltó un suspiro entrecortado y molesto, mientras maldecía en voz alta y se agarraba de las greñas para tratar de tranquilizarse.

Estaba molesto ¡¿Cómo había osado a robarle ese momento tan especial en sus labios?!

Estaba confundido ¿Por qué lo había hecho? Había dicho que eso era lo que venía a hacer ¿Qué acaso es cosa de borrachos?

Pero, ante todo, estaba frustrado; él pudo haberlo apartado, pudo haberlo previsto, siempre leía los movimientos de la gente y nada le tomaba por sorpresa ¿Pero esto? Dios... esto no lo imagino ni en mil años.

Una cosa era cierta.

El imbécil de Chuuya Nakahara le debía una explicación.

Como la flor de durazno (BSD chuuzai/dachuu authors au)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora