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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene lemon Y TEMAS GROTESCOS, lee por favor bajo tu propio riesgo.


Osamu no era un hombre de arrepentirse, pocas veces lo hacia en serio.

Obviamente era un humano, sentía de vez en cuando que pudo haber hecho mejor algunas cosas, o de otra forma, pero al punto de arrepentirse, de querer volver al pasado para cambiar una decisión; no, eso no era mucho de su estilo.

Claro, hasta ahora.

Porque jamás había deseado tanto que Nakahara y él no se hubieran conocido jamás.

Oh... cuanto deseaba volver a esa noche donde lo tenia acorralado contra la pared y decirle en la cara que no iba a joderlo, no iba a dejarse joder, y no iba a sostener ninguna clase de relación con él. Cuanto deseaba jamás haber cerrado ese trato que, en su momento, lo lleno de felicidad y calor, pero ahora, mierda, ahora lo había vuelto un delirante hombre.

Si antes comía mal, ahora ya no comía nada, y eso era todavía peor. El hecho de poder pasar dos días completos sin probar bocado y vivir a base de agua le era sumamente doloroso; pero no era como si no pudiera sacar arroz de la alacena y hacer para toda la semana, si tan solo fuera la pereza lo que se lo impidiera.

Se sentía mal, se sentía mareado, se sentía solo, triste, sin nadie. Pero al comentarlo le daba miedo que sus amigos se terminaran por alejar de él; Osamu sabia que Ango y Oda siempre estarían para él, entonces ¿Por qué ese sentimiento de soledad intensa lo rodeaba?

El día se pasaba tan lento que, si pudiera hacer algo, estaba seguro de que rompería su récord de productividad, haciendo lo que usualmente le tardaba meses, en un día. Pero era solo una impresión de la mente al no tener ganas de hacer algo. La mente era así, mientras la mantuviese ocupada el tiempo pasaría volando, pero al estar en reposo, la mente puede contar los segundos, haciéndolos parecer minutos eternos.

Y mejor no hablemos de sus problemas sexuales.

En ese tema, básicamente paso de estar teniendo activamente acciones de esa índole, lo cual le sentaba bastante bien; a estar en un cero porciento de actividad; obviamente, decayendo su estado de animo y de salud todavía más.

Su atención era pésima, su estado de animo también, su salud estaba deteriorada, sabia que si llegaba a salir de repente se enfermaría por cualquier razón; su estado mental estaba peor que siempre.

Ni siquiera ganas de escribir tenía.

Pero había una actividad que sí lograba hacer, eso sí, muy de vez en cuando, pero era mejor que nada.

En un rincón de su pequeño apartamento había un caballete y un lienzo cubierto por una tela blanca; pintar era una actividad des estresante para él, pero sin duda no iba a mostrar un cuadro donde todas sus emociones del momento se veían reflejadas a medio mundo. Era mejor la modestia.

Y todos los días pensaba la misma barbaridad: ¿volvería a ver a Chuuya?

Se sentía un poco mal por no haberlo visitado en el hospital, ni siquiera enviarle flores, pero eso seria como echarle sal a la herida. Aun y con eso, lo extrañaba, extrañaba su calor y extrañaba sus toques, extrañaba tenerlo disponible siempre y extrañaba mucho poder confiar en que, en cualquier momento, podría perderse en el éxtasis que se provocaban mutuamente, como si de una droga se tratase.

Pero entonces la imagen mental de Teruko con un hermoso bebé en sus brazos y a Nakahara sonriente, jugando con las manitas de su niño adorado, lograba hacerlo sentirse la peor persona por aun seguir deseándolo.

Como la flor de durazno (BSD chuuzai/dachuu authors au)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora