Capítulo 3: Infieles

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-¡Eh tú! -dijo una voz ligeramente familiar a sus espaldas. El corazón se le paro en seco. Los ojos abiertos como platos. Taer intentaba moverse, correr, aunque fuera. Pero su cuerpo no reaccionaba. El pánico se había apoderado de él.

-¿Taer? - preguntó la voz, cada vez mas cerca. Al cabo de unos segundos, Taer finalmente reconoció aquella voz. Era la voz de Tamatu. Un antiguo amigo que, por desgracia, abandonó la tribu con otras familias. A pesar de reconocer la voz de Tamatu, Taer se giró lentamente mientras estaba agazapado. Se sorprendió al ver de repente a Tamatu tan cerca.

-¿Qué haces fuera de la aldea ? -preguntó Tamatu. Taer no sabía si responder o no. Tamatu y los suyos eran los Infieles. Gente detestada y repudiada por los que quedaban en la aldea. Pero tampoco podía evitar su pasado y los momentos que vivió junto a Tamatu cuando la tribu todavía era nómada. Recordaba jugar juntos a las 7 piedras, cuando ambos apenas llegaban a los 10 años de edad. De hecho, las familias de ambos eran muy cercanas. Taer volvió su mirada a la aldea. Los hombres de negro y el resto de los Infieles avanzaban y dejaban atrás a Tamatu y Taer.

-He salido a explorar - respondió seco Taer - ¿Y vosotros, que hacéis con esos hombres de negro? ¿Qué quieren de nosotros?

-¿Explorar? No has cambiado nada. Pero escúchame Taer, debes irte de aquí. Ahora.

-¿Qué? No pretendo abandonar a mis padres.

-Taer -dijo Tamatu mientras resoplaba exasperado y le ponia una mano en el hombro - se que no eres idiota y por lo que puedes ver esta gente de negro no tiene buenas intenciones. Si te quedas, seguramente acabaras convertido en esclavo junto con tu familia.

Desde la aldea empezaban a surguir chillidos.

-No puedo contarte mucho. Además, si me pillan hablando contigo seguramente acabaremos muertos los dos. - dijo Tamatu.

-¿Por que deberia fiarme de ti Tamatu? -preguntó Taer. La duda en sus ojos.- Nos abandonasteis. Cuando por fin habíamos encontrado un hogar os fuisteis sin mirar atrás.

-¿En serio me reprochas eso en un momento como este? Además, ni siquiera tu sientes que ese sea tu hogar. -dijo Tamatu señalando hacia la aldea con la cabeza.

Una impotencia brotaba poco a poco en el interior de Taer. Tamatu, tenía parte de razón. No es que odiase la aldea o algo parecido. Simplemente, no quería que ese fuese su final. No quería sentirse encerrado. Y aquella aldea a veces se sentía como una pequeña prisión. Acogedora si, pero asfixiante al mismo tiempo. Pero a pesar de eso no podía abandonar a su familia.

De golpe, salir a explorar le parecía que habia sido mala idea. Debería estar con sus padres, no abandonarlos y dejarlos a su suerte. No era de ese tipo de personas. No era un Infiel. Taer se volvió hacia la aldea y se levantó para ponerse en marcha. No sabía como iba a pasar desapercibido y realmente sabía que le cogerían y le atraparían pero prefería eso a dejar su familia y aldea abandonados. Justo cuando se encontraba levantado, alguien salía de la aldea corriendo. Por sus vestimentas Taer pudo deducir que era el patrón de la tribu. Detrás de el, un par de hombres de negro corrían con los fusiles en alto y apuntándole. En ese instante, Tamatu empujó de nuevo al suelo a Taer.

-¡Alto! -chillaba uno de los hombres de negro - ¡Alto o te dispararemos!. - El patrón siguió corriendo a pesar de las advertencias. El sonido de una detonación, a causa de un rifle, invadió la noche. El patrón de la aldea cayo fulminado al suelo.

Las nauseas llegaron sin aviso, como un tren a máxima potencia incapaz de detenerse. Taer se llevó las manos a la boca, intentando que las nauseas no fueran a más. Era la primera vez que experimentaba tan de cerca la muerte. Tamatu se puso a su lado y con un gesto le pidió que mantuviera silencio. Algo difícil, dadas las circunstancias. Los hombres de negros fueron hacia el cadaver, lo cogieron por los pies y lo arrastraron de vuelta a la aldea sin ningún miramiento. Aldea que seguía inundada de gritos y chillidos.

Taer estaba en shock. El patrón de la aldea asesinado. Pero no solo eso lo había impresionado en el mal sentido. El patrón, el líder de la aldea, aquel que predicaba que traicionar a la aldea era el pecado más grande que alguien podía cometer, había huido sin ningún reparo. Dejando a los suyos a la merced de aquellos hombres de negro. Las creencias de Tae se tambalearon, como se tambalea un castillo de naipes sacudido por la leve fuerza del viento. 

Los chillidos no cesaban y amartillaban la cabeza de Taer sin cesar.

-Escucha Taer. Vete. Escóndete y busca refugio. Yo me haré cargo de tus padres. Intentaré encontrar un método para ponerme en contacto contigo, pero no se si lo lograré.

Taer se quedó callado durante un minuto y inspiró profundamente y espiró todo el aire lentamente. Ambos seguían agazapados en la hierba.

-Prométeme que los protegerás - dijo Taer. Era una suplica, pero no sonaba como tal. Sonaba como una orden.

-Lo juro - dijo firmemente Tamatu mirando a los ojos vidriosos de Taer.

Acto seguido, Taer se levantó. Dirigió su mirada hacia la aldea, deseando que ningún hombre de negro saliese por sorpresa. Volvió la mirada a Tamatu, se despidió con un leve gesto con la cabeza y se marchó corriendo. Con el macuto tambaleándose de lado a lado en su espalda y las lagrimas escapando de sus ojos y resbalando por sus mejillas. 

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