Sonó el teléfono y como pude corrí hasta él, tirando prácticamente el trapo con el que estaba limpiando las enormes ventanas de esta gran casa.
-Casa de la señorita Lacunza - contesté -. ¿Quién habla? - pregunté.
Medio minuto después, emprendí el camino hacia las escaleras tan largas de la enorme casa de tres pisos. Es que esta chica a su edad, con una casa tan enorme no es normal. Pero lo bueno es que son cómodas al no ser tan altos los escalones.
A los tres minutos, sí, tres minutos. Porque es muy larga la escalera, llego delante de la puerta del dormitorio de la señorita Lacunza. Y ahí está el típico cartel de "llama antes de entrar". Hago lo propio y llamo a la puerta.
-¿Quién es? - se oyó desde dentro.
-Soy Alba, señorita Lacunza - contesté.
-Pasa - me dice y abro la puerta.
Cuando entro, me encuentro con la misma imagen que desde hace seis meses es muy constante. Misma protagonista y diferentes coprotagonistas todos los días.
Cuatro chicas están desnudas en la cama de mi jefa.
-¿Qué es lo que quieres, Alba Martínez Reche?
Sí, Alba Martínez Reche, así me llama mi jefa.
-Llaman del hospital, señorita Lacunza.
Al mencionar eso, mi jefa se quitó el antifaz que llevaba puesto a toda velocidad y del mismo modo, se bajó de la cama y me arrancó el teléfono de la mano.
Llevaba puesto un conjunto de Adidas, una de las marcas que la visten, formado por un culotte de color negro y por arriba una bailarina del mismo color.
Se puso al teléfono y tras varios minutos hablando con el que supongo que es el doctor Núñez, cuelga y se pone de rodillas, llorando.
Jamás le había visto así.
Debió de haber recibido una mala noticia. Su novia, la señorita Alicia, con la que lleva saliendo desde que iban al instituto, está enferma.
Hace año y medio le diagnosticaron un tumor en el cerebro y, hasta hace seis meses exactos, llevaba un tratamiento hasta que los doctores dijeron que era necesario ingresarla, ya que el tumor había avanzado ya bastante y las posibilidades de que sobreviviera a una operación eran las mismas de que no sobreviviera.
La señorita Lacunza se vistió lo más rápido que pudo y salió por la puerta de su dormitorio. Y a mí me tocó lo hacer lo que vengo haciendo desde que trabajo para la señorita Lacunza, echar a sus amantes.
Mi jefa no es nada fiel, ya que antes de que su novia se pusiera enferma la engañaba con otras chicas. Ya sea cuando ésta se encontraba fuera de la ciudad o en algún viaje de trabajo.
Sé que ella quiere a su novia, la quiere mucho, pero, prácticamente, desde que la señorita Alicia está en el hospital, la rutina de la señorita Lacunza es: de lunes a viernes trabajo, los fines de semana fiestas, orgías, tríos...
Yo misma he sido testigo de todas esas cosas.
-Venga, chicas. Gracias por venir - las despido entregándoles a cada una su cheque, y como pueden van vistiéndose escaleras abajo.
Resoplo y vuelvo a mis quehaceres.
Por cierto, soy Alba, Alba Martínez Reche, como a mi jefa la encanta llamarme. Soy valenciana, concretamente de Elche. Tengo veinticuatro años y vivo en Madrid. Me fui de Elche hace ya seis años, quería estudiar bellas artes en Madrid, pero no tenía el dinero suficiente para poder pagar mis clases.
Conocí a la señorita Lacunza en uno de sus conciertos en el Wizink Center. Iba acompañada, por supuesto, de su novia, la señorita Alicia.
Yo trabajaba de moza en aquel lugar porque necesitaba dinero para seguir pagando mis clases.
La señorita Lacunza estaba a punto de subirse al escenario, pero algo inesperado retrasó su subida al escenario. Resulta que uno de los realizadores del concierto, sacó su guitarra del camerino por error. Y no sé cómo se me ocurrió ir a mirar en el vestuario del equipo local, osea, el Real Madrid. El caso es que encontré la guitarra y se la llevé a la señorita Alicia, quien me agradeció y nos intercambiamos los contactos, en caso de que yo necesitara algo.
Un par de días más tarde, el jefe de servicio del Wizink Center me despidió porque según él, yo escondí a propósito la guitarra de la señorita Lacunza.
Intenté negarlo y defenderme, pero no me dieron la oportunidad. Así que llamé a la señorita Alicia, le comenté mi situación y ella hizo todo lo posible para que me recontrataran, pero no fue posible.
Así fue como llegué a la casa de la señorita Lacunza. Gracias a la señorita Alicia, que le convenció de que me contratara como su criada.
Sé que a la señorita Alicia le debo muchas cosas, pero a la señorita Lacunza le debo lealtad y fidelidad, aunque haya intentado correrme varias veces inventando excusas vagas. Por eso, aunque le ponga los cuernos a su novia de aquí a la otra punta del mundo, no le diré nada a la señorita Alicia.
Un par de horas más tarde, veo entrar a la señorita Lacunza, muy rota.
-Señorita Lacunza...- le llamo, por que además, tengo que preguntarle qué le hago para cenar.
-No estoy para tí, Alba Martínez Reche - me contesta y sube las escaleras corriendo tal cual deportista.
A los pocos minutos llegan la señorita Marta y el joven Famous, los mejores amigos de la señorita Lacunza. Muy tristes se les veía y yo todavía no entendía por qué hasta que escuché hablar a la señorita Marta por teléfono.
-Sí, no te preocupes... Y por favor, encárgate de que todos los preparativos del velatorio estén listos para esta misma noche y mañana sea el entierro, Natalia no quiere que esto se alargue.
En el momento en que escucho esas palabras, los vasos que tengo en mis manos se caen al suelo y se rompen. Salgo corriendo del lugar echa un mar de lágrimas.
Me metí en mi cuarto y ahí estuve hasta que África, la otra chica que trabaja conmigo vino a llamarme para decirme que la señorita Lacunza se iba ya al velatorio de su novia. Por si quería acompañarla.
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Comprando El Amor
FanfictionLa vida es tan incomprensible y él destino tan caprichoso... Natalia Lacunza lo tenía ya todo: una carrera estable y fama mundial, una prometida, fiestas lujosas y todo el dinero que siempre quiso. Pero, sin embargo, de un día para otro todo cambia...