Capítulo 3

1.2K 82 3
                                    

Me dolió, tengo que admitirlo. Me dolió todo lo que dijo.

Tal y cómo me duele verla sufrir de esta manera.

Aunque no parezca, sé que la señorita Lacunza me necesita, y me necesita mucho. Además, por más que quiera, no soy capaz de dejarla tirada aquí.

¿Que ya no tiene para quién cantar? Y yo, ¿estoy pintada en la pared o qué? ¿Es que puedo ser más evidente? Llevo años a su lado y la acepto con todas sus locuras. Estoy con ella en los peores momentos...

¿Puede ser más evidente que me muero por la señorita Lacunza? Me enamoré de ella desde el momento en que escuché su voz por primera vez pronunciar mi nombre. Llevo años enamorada de ella a la sombra y me duele tanto verla con otras chicas... Siempre he tenido que ser yo la encargada de echar a sus amantes de su cama aunque por dentro estuviera rev...

-¡Alba Martínez Reche! - escuché desde mi cuarto.

La señorita Lacunza me llamó y en menos de un minuto, después de secarme las lágrimas corrí a toda velocidad escaleras arriba. En la puerta no había el cartel de "llamar antes de entrar" así que entré y me volteé lo más rápido que pude al percatarme de la imagen que vieron mis ojos.

-Señorita Lacunza, discúlpeme por entrar así. Como no ví el cartel en la puerta pensé que...

-Necesito un masaje - me interrumpió y yo me giré para mirarla pero volví a darme la vuelta.

-Alba Martínez Reche, te he dicho que necesito un masaje - se puso frente a mí.

Jamás le había visto completamente desnuda. Sí que le había visto en ropa interior y en bikini, pero jamás desnuda al completo. Es cierto que tenía un cuerpazo, pero verla completamente desnuda era otra cosa...

-Señorita Lacunza, no creo que pueda o que sea capaz de hacerla un masaje. No soy una experta en eso.

-¿Y en qué eres experta? - iba a responder pero no me dió tiempo -. Me iría al spa como suelo hacer, pero me da una pereza tan tremenda... Venga, Alba Martínez Reche, quiero un masaje y lo quiero ya - ordenó y y se puso boca abajo sobre su cama.

-Si no le gusta el masaje llamamos a un masajista profesional - propuse.

-Ajá - contestó y yo me quité los zapatos para subir a su cama ya que no hacía falta que me fuera a lavar las manos porque las tenía limpias.

Puse mis manos en su espalda y las retiré de inmediato al sentir una especie de corriente eléctrica que recorrió mi cuerpo. Era la primera vez, desde que conozco a la señorita Lacunza, que entre ella y yo había un contacto físico. Volví a poner mis manos y empecé a masajearla, pero me encontraba en una posición algo incómoda.

-Señorita Lacunza, ¿puedo sentarme sobre su espalda? es que desde esta posición me está costando un poco.

-Ház lo que tengas que hacer, pero yo necesito el masaje.

No lo dudé y me senté a horcajadas sobre su espalda, lo que provocó que mi uniforme que no era precisamente largo, se elevara y clavara prácticamente mi centro en la espalda de la señorita Lacunza.

El calor que sentía en esa zona por el contacto casi directo entre mi zona íntima y el cuerpo de la señorita Lacunza era interminable, y los gemidos de la señorita Lacunza por el masaje tampoco ayudaban.

Cerré los ojos para disfrutar del contacto de mis manos en su cuerpo y, no sé cómo ni en qué momento, la señorita Lacunza se las ingenió para darse la vuelta y tumbarme boca arriba en su cama.

Iba a protestar, pero la verdad es que se me quitaron las ganas cuando la ví mirar, sin disimular, mis labios. Y sin más, me besó. No tiernamente ni con delicadeza. Era un beso salvaje, ferroz, con ganas... Ganas que yo también tenía.

Me quité el uniforme, no llevaba sujetador, así que sólo quedaba con las bragas puestas. Bragas que tampoco tardaron en desaparecer debido a la habilidad de la señorita Lacunza, o mejor debería decir... ¿Natalia?

Ahora que entre nosotras... No quiero hacerme ilusiones, pero no sé por qué, pero tengo alguna esperanza de que esto no se acabe aquí.

Después de dos horas completas de sexo intenso, me quedé dormida. A eso de las seis de la tarde me desperté y ví a la señorita Lacunza fumándose un cigarro al lado de la ventana.

En cuanto se dió cuenta de que me había despertado, apagó el cigarrillo y se acercó a mí, aún sentada sobre la cama, y me besó. Me encantó y yo sonreí.

-Tu cheque está sobre la mesa.

En ese momento, la sonrisa que traía se me borró de inmediato. ¿Cómo que «tu cheque está sobre la mesa»? ¿Cómo podía pensar que cobraría por acostarme con ella?

Estaba reventadísima. Me levanté de la cama y me vestí rápidamente. Iba a salir del cuarto, pero volvió a hablar.

-Tu cheque, Alba Martínez Reche.

Entonces, me acerqué a la mesa. Cinco mil euros. Eran cinco mil euros.

-¿En serio? - pregunté mirando hacia donde estaba ella encendiendo otro cigarrillo.

-¿Te parece poco? - preguntó y yo la fulminé con la mirada -. De acuerdo, te voy a doblar la cantidad.

Caminó hacia la sala de estar de su enorme dormitorio y de la mesa recogió una especie de lo que creía era una chequera. Lo firmó y me dió un cheque de diez mil euros. Yo me sorprendí y abrí mucho los ojos. Ni hasta la prostituta más carra cobraba tanto.

-¿Contenta? - me preguntó y yo no respondí. Era una cantidad realmente generosa y, sinceramente, me puede servir para alquilarme un pequeño departamento para traer a mi hermana pequeña vivir conmigo. Ya que ella quiere venir a Madrid. Pero yo no me vendo, y ese dinero no iba a utilizarlo aunque me muriese de hambre.

Agarré el cheque con todas mis fuerzas. Quería irme ya de ahí.

-Cenaré aquí arriba. Sé que necesitas darte una ducha y posiblemente volver a descansar, así que dile a tu compañera que me traiga la cena. Y no le digas a nadie lo que pasó aquí.

Asentí y me fui.

Comprando El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora