Capítulo 11

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-¿Qué pasa, Martuki? - le pregunté.

-¿Te viniste de copas con tu sirvienta?

No supe qué responder, después de todo, era un poco inexplicable, o al menos, no lo entendería.

-Me apetecía salir y aproveché que ella estaba saliendo con sus amigas y me sumé - contesté.

-Y tus amigos estamos pintados en la pared, ¿no?... A mí no me engañas, Natalia Lacunza, ¿te la estás tirando? - no respondí - sí, te la estás tirando.

-Sí me la estoy tirando, pero nada serio - contesté.

-¿Tan desesperada estás para tirarte al servicio?

Si tú supieras, pensé yo. Pero no iba a contarle nada.

-No es desesperación. Alba es bonita y está muy buena - comenté mirando a Alba quien también, sorprendentemente me estaba mirando mientras hablaba con mis amigos.

Sólo rogaba que no les dijera nada de lo que pasaba entre nosotras.

-Sólo falta que te estés encoñando, Natalia Lacunza.

-No digas tonterías, sabes que el amor de mi vida era Ali - dije con un dolor en el pecho.

No encontraba justo que dijera que el amor de mi vida era Ali cuando realmente ya no lo consideraba así. De Alba estar enamorada de mí como yo lo estoy de ella, le habrían dolido mis palabras y no me estaría mirando con esa sonrisa con la que me estaba mirando.

Inevitablemente yo también le sonreí, pero lo disimulé ante mi amiga.

Alba quería seguir bebiendo, pero yo no se lo permití. Iba muy pasada de copas y todavía teníamos que estar un rato más ahí para no hacerles el feo a mis amigos. Así que, en cuanto todo el grupo salió a la pista, no dudé en hacer lo mismo, pero con Alba. Para que se le bajara un poquito la borrachera, pero sobretodo, quería que se perreara conmigo como lo hizo con el chico de antes.

Bailamos tres canciones muy movidizas, hasta que empezó a sonar una más sensual y Alba se juntó a mí como se había juntado al chico, y eso me provocó un calor en mi zona íntima. Si a mí me había pasado, no quería imaginar cómo acabó el chico, porque yo tenía ya ganas de llevarla al baño.

Estuvimos bailando un poco alejadas de nuestros amigos, así que no podían vernos.

Mis manos recorrían lentamente el cuerpo de Alba mientras nos movíamos al ritmo de la música. Me estaba muriendo ya de ganas, tanto que no me dí cuenta de que ya le estaba subiendo el vestido a mi rubia al acariciar sus muslos.

Por suerte, había mucha gente a nuestro alrededor y nadie se percató.

Empecé a besar a Alba mientras deslizaba mi mano bajo su vestido, nuestras bocas se separaron y empecé a besar su cuello mientras escuchaba sus gemidos en mi oído.

Mi mano llegó a su centro y sutilmente aparté la tela de su mini tanga e introduje dos de mis dedos en su interior. Mis movimientos eran rápidos y sus gemidos cada vez más altos. Por suerte, nadie podía oírnos gracias a lo alto de la música.

Mi rubia me rodeó el cuello con las manos y se subió sobre mí enredando sus piernas alrededor de mi cintura, y yo deseaba irme ya de ese lugar. Quería estar a solas con ella y disfrutarla al máximo.

En cuanto acabamos, no tenía suficiente. Necesitaba sentir su cuerpo desnudo junto al mío. Eran casi las seis de la mañana, así que me despedí de nuestros amigos y llevé a Alba afuera. Esperé a que trajeran mi caro y después nos fuimos a casa.

Subí las escaleras con ella en mis brazos, sin dejar de besarla en ningún momento hasta que llegamos a mi cuarto.

Ella tenía tantas ganas como yo y se quitó el vestido, no llevaba sujetador y se quedó solo con el mini tanga. Yo acabé de quitarme la ropa y me lancé a besarla. Esta vez era un beso lento, suave, tierno... nada que ver con los besos desesperados que nos damos en la discoteca.

Las caricias eran lentas, suaves, delicadas. Teníamos ganas la una de la otra, pero no teníamos prisas. Nos pertenecíamos y nuestros cuerpos lo sabían, nuestras bocas también.

Me perdía en el cuerpo de Alba, en sus besos, su mirada... Ya no me aguantaba y lo solté.

-Te amo, Alba - le susurré mientras la besaba el cuello, pero estaba tan borracha que no sabía si se acordaría. Sabía que si era así, mi corazón acababa de correr el mayor riesgo de su vida, pero en ese momento me daba igual, era todo suyo y que hiciera con él lo que le apeteciera -. Te amo tanto - le dije mirándole a los ojos cuando acabamos e inmediatamente se quedó frita sobre mi pecho.

A eso de las once de la mañana me desperté, Alba seguía dormida sobre mi pecho y en ese momento deseé tenerla así eternamente, a mi lado, entre mis brazos. En unos días iba a ser mi cumpleaños, me arriesgaría a más y le pediría que fuera mi novia. Sí, quería que Alba Reche fuera mi novia. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Aunque tuviera que costarme toda mi fortuna, pero en ese momento mi mayor fortuna era ella.

Me quedé quince minutos observándola, se veía tan bonita aun durmiendo.

Saqué mi brazo bajo su cuello con cuidado de no despertarla y me levanté. Sabía que África se había pillado un pedo igual o peor que Alba, por lo que no estaría disponible, así que bajé a la cocina para prepararle el desayuno a mi rubia.

Cocinar no era algo que se me diera mal, de hecho, lo llevaba bastante bien, sólo que al no tener casi tiempo no lo hacía. Además, para qué si de eso ya se encargaba el servicio.

En cuanto acabé, puse todo el desayuno en una bandeja: huevos fritos, leche, un bote de mermelada, tostadas, zumo de naranja, algo de fruta y una pastilla para el dolor de cabeza.

Subí las escaleras con la bandeja en las manos, y cuando llegué a la puerta de mi habitación, la abrí y ví a la mujer más hermosa del mundo sentada sobre la cama con el móvil en las manos.

Comprando El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora