Insane

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La verdad es que yo nunca vi nada de insano alimentarse y crecer entre tu y yo

#10

Insane


Recuerdo la forma con la que respondías a mi llamado, movías la cabeza tan sólo unos grados a la izquierda y tus ojos parecían cuestionarse el por qué del por qué de las cosas; Aquel brillo escondido dentro de ellos no era luminoso como debiese serlo, más bien era opaco, mate y lucía gris.

Tu nombre es algo que se cosió a mi piel sin necesidad de usar hilo y aguja, tus delicadas manos lo trazaban cada vez que tocabas mi piel, y un millar de luciérnagas se encendían bajo ésta, como si debajo de esta cascara hubiera tantos focos imposibles de contar, brillando. Brillando por ti.

Sin importar cuánto me esforzara, tú nunca sonreías. Nunca sonreíste. Y al principio yo quería que lo hicieras, esperaba que lo hicieras, pero nunca lo hiciste y con el paso del tiempo comprendí que tus palabras no serían lo único que jamás obtendría de ti.

Aún recuerdo las mañanas frías de otoño en las cuales nos asomábamos por las ventanas del hospital a ver las hojas caer, arrastradas por el viento furioso y la promesa latente de un crudo invierno acercándose. Ponías tus manos sobre el cristal y recorrías la superficie con las yemas de tus dedos, como intentando convencerte de que esa transparente superficie estaba allí; Me gustaba observarte hacerlo, la forma con la que tus labios se entreabrían y tus ojos cuestionaban el por qué de los cristales siempre cerrados, el por qué no podíamos abrirlos y saltar del segundo piso.

Me hubiese gustado mucho que me hablaras al menos una vez, tan sólo para escuchar cómo es que sonaba tu vos. ¿Sonaría acaso un poco parecida al tintineo de una moneda al caer al piso? ¿Quizá, tal vez, como el silbido de un ruiseñor? ¿O podría ser que nada ni nadie en el mundo pudiera escucharse del mismo modo en que tú lo hacías? Pero nunca pude comprobar mis teorías porque lo único que salía de ti era silencio y miradas que lo cuestionan todo con tranquilidad.

Me gustaba decirte que eras un soñador porque siempre parecías perdido, distante; Pero cualquiera que te conociera un poco del mismo modo en que yo lo hago habría sabido que no es que te perdieras, porque nunca te ibas. Siempre estabas observándolo todo.

Las enfermeras solían tener esa pequeña tablita con una hoja y un clip, y a veces me sentaba al pie de tu cama justo para poder observarlas garabatear. Algunas me sonreían y otras me ignoraban, pero tú simplemente te mantenías sentado observando.

Ellas te conocían como el paciente 300-B y te describían como el autista... como si te conocieran, como si eso las hiciera conocerte.

Y tú las mirabas moviendo la cabeza a la izquierda como si no pudieras comprenderlas del mismo modo en que ellas no te comprendían.

También recuerdo las imágenes sin señal de la televisión como líneas blancas, negras y grises moviéndose rápido, sin ningún sentido; pero tú las veías tan atento, con tus labios entre abiertos y tus ojos tan tranquilos que resultaban totalmente expresivos, y tenías curiosidad incluso acerca de esa televisión y su antena rota. Al principio yo te observaba unos segundos antes de girarme a la pantalla en busca de aquello que te resultaba tan interesante, pero debí estar ciego porque jamás encontré aquello que tú veías.

También observabas el color de las rosas y me escuchabas cuando te explicaba, emocionado, que no importa que se llamen así porque en realidad no todas son rosas, que algunas son amarillas y otras son rojas.

Tu madre venía casi siempre acompañada de un hombre de traje y lentes oscuros, y tú la mirabas como si intentaras comprender su sonrisa cansada y su impecable manicure. Ella odiaba que yo estuviera siempre cerca de ti, a tu lado, decía que no era correcto que un chico como tú estuviera tanto tiempo cerca de un enfermo como yo.

Como una bomba de tiempo, sabíamos que estábamos destinados a explotar  [FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora