Enfermedad

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Todo debería quedarse en familia 

#3 

Enfermedad

Las mariposas de invierno son las más bellas. Me gusta pensar que sus alas son blancas y grises como el color de la nieve y las gotas de lluvia al escurrir por mi ventana. Me gusta observarlas por horas. Ver el mundo a través de ellas es ver un mundo mejor, y solo observarlas es ceñirse a la imaginación misma de éste.

Mamá dice que los sueños siempre se vuelven reales. Me gusta escucharla cuando dice eso, pues su cara se ilumina y sus ojos adquieren un brillo hermoso que me recuerda el resplandor de las alas de las mariposas al revolotear cerca del cristal de mi ventana. Me gusta sentarme en mi cama y pegar mi vista a ese cristal y solo mirar las notas de hielo y las gotas de lluvia luchando por escurrirse, huir, y nunca endurecer.

Papá decía que invierno no era una temporada linda. Decía que la nieve arruinaba los caminos y siempre había mucho que hacer. Tampoco le gustaban los regalos de navidad, por más que le comprara corbatas o camisas de diferentes colores todos los años. Él siempre odió la cena de navidad, mamá siempre probaba preparando o comprando diversos platillos pero ninguno nunca le gustó. Yo miraba por la ventana cada tarde de nochebuena cómo se iba al trabajo, acompañado por las gotas de lluvia fría en mi ventana, hasta que un día nunca más volvió.

Las huellas que dejó en el porche ese día duraron ahí solo un día más y luego fueron cubiertas de nieve y de lluvia, y jamás volví a ver esas pisadas furiosas ir y venir del trabajo, pero mamá siguió esforzándose cada navidad en platillos nuevos y más ricos, y siguieron apareciendo regalos para él debajo del árbol de navidad.

No me gusta la primavera. No me gusta como el corazón del pueblo empieza a despertar y como las hojas se sacuden de las notas de frío. No me gusta darme cuenta de que las mariposas de invierno se van y que nunca tengo la certeza de si volverán de nuevo.

Mamá en primavera siempre me compra un montón de atuendos coloridos, como si quisiera darle vida a nuestra casa o a nosotros mismos, pero yo prefiero seguir vistiéndome en pijamas para observar a través de mi ventana cómo el tiempo pasa tan distante a mí.

La primavera siempre trae consigo unos rayos de rol que terminan por derretir el hielo afuera de mi casa, y las pisadas nunca se quedan de nuevo gravadas en la nieve porque ya no la hay. No me gusta que los arboles revivan de tan impetuosa manera; de repente entre las casas se cuela el murmullo de las aves y las voces de un viento más seco. Las mariposas se visten en galas de muchos colores, y yo las observo revolotear por mi ventana, siempre en su búsqueda de flores y néctar para beber.

Papá decía que el sol arruina las ventas. No le gustaba usar pantalones de pana y odiaba tener que usar sombrero y zapatos abiertos. Siempre echaba maldiciones al sol por arruinar las pinturas y por secar su cerebro. De noche papá dormía en otra cama separada de mamá. Él decía que era porque ya no la amaba, pero yo sé que en realidad era porque por las noches hacía demasiado calor.

El verano solo era un poco peor que la primavera. Mamá me compraba más ropa ahora de colores cálidos, como si a mí me gustara parecerme a la temporada, y las mariposas se lastimaban sus alas al volar cerca del sol. El campo tenía hierba muerta y viva en combinación, y a mamá le gustaba ir los domingos a rogar en silencio cosas a dios, mientras yo me distraía viendo a los santos inclinados sobre sus palmas, rogando del mismo modo que mamá como si también oraran con ella.

A mí nunca me importó que todos me miraran de forma diferente, de hecho solo me di cuenta de que lo hacían cuando papá lo mencionó. Ese verano papá se encerró en el cuarto con mamá y yo tapé mis oídos para no escuchar.

Como una bomba de tiempo, sabíamos que estábamos destinados a explotar  [FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora