Síndrome de Estocolmo

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El amor duele  

#2

Síndrome de Estocolmo

La mordaza le lastima los labios y le irrita la piel de forma horrorosa, siente arder la piel de sus labios ahí donde se unen el superior y el inferior, lleva usando ese trozo de tela para no gritar desde hace meses.

Escucha la vos de Gerard presionada contra la bocina del teléfono inalámbrico a unos metros de él.

Lleva dos meses y medio encerrado en esa casa pequeña junto con él, todo es muy diferente a la mansión en la que ha vivido toda su vida; Las paredes huelen a viejo y el aire es frío, pero las cuerdas a su alrededor que le él pone por las noches le mantienen caliente.

Siempre escucha sus conversaciones por teléfono, a él no le importa; Sabe que ha pedido dos millones y medio, y que ha amenazado a sus padres diciéndoles que les enviará uno de sus dedos por paquetería, pero nunca lo hace. Después de todo este tiempo Frank ha descubierto que Gerard no es tan malo.

Suspira y lo observa ir de aquí para allá, gritando un montón de órdenes y un puñado de groserías, pero cuando sus ojos descubren que le ha estado observando le sonríe y deja de gritar; sus ojos son olivas y tienen un brillo único que le calienta la sangre a Frank, y este le sonríe de vuelta.

Después vuelve a sus asuntos que hablan del más chico, y este escucha sus tripas gruñir. Baja a mirarse y descubre su ropa hecha girones, llena de polvo, con sangre y restos de barro por todas partes, también nota sus huesos sobresalir de la carne, lo cual es visible a causa de que la camiseta está rota. Vuelve a suspirar, Gerard sigue caminando por la habitación de un lado a otro, arrojando cosas al suelo que se quiebran y se despedazan en trozos pequeños.

Frank se detiene a inspeccionarlo: Tiene una barba apenas creciéndole en la barbilla y unas cejas siempre fruncidas, los labios los aprieta cada pocos segundos y su cabello es rojo como el fuego. Sus manos son enormes y parecen ásperas, pero cuando lo abraza se sienten tan bien. Lleva unas botas altas estilo militar y unos pantalones oscuros, al igual de una camisa negra y una chaqueta de cuero, en el pantalón le cuelga un cinturón grueso con municiones en pequeños compartimientos y un arma en el bolsillo trasero. Hay navajas en el cinturón y cortes en la madera del suelo.

Pero a pesar de las apariencias, Gerard es muy dulce con Frank.

Únicamente al principio ha sido rudo con él, sacándolo a rastras de su vehículo y haciéndole perder la consciencia con un golpe en la sien. Esos casi tres meses sólo los lamenta porque no tienen mucho para comer, ojalá Gerard pudiera venir con él a casa, así ambos podrían comer los manjares que en la suya siempre hay. Pero Gerard no quiere y Frank lo entiende: La policía no los dejaría estar juntos.

Gerard no es una mala persona, sólo lo ha secuestrado por necesidad; todo este tiempo se ha preocupado por él y lo ha cuidado como nunca lo ha hecho con nadie. Frank quiere a Gerard.

"Frankie..." Las pisadas van hacia él, Frank alza la vista para encontrarse con el rostro del mayor, "Tenemos que irnos..." Lo pronuncia con nerviosismo, se agacha y deshace con cuidado el nudo en la tela que impide a su prisionero hablar.

"¿Sucede algo? ¿Te van a encontrar?" Pregunta, ignorando el escozor de sus labios, sintiendo un vacío en el pecho que se llena sólo con miedo.

"No, no..." Gerard se agacha y atrae el cuerpo de Frank al propio, dejando descansar la cabeza del más pequeño en su pecho. "Nadie nos va a encontrar."

Como una bomba de tiempo, sabíamos que estábamos destinados a explotar  [FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora