29. Punto y aparte, amor

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Día 93

Se me escapa una risita idiota mientras lo miro.

Le tomó de las 9 de la mañana hasta el medio día llevar su maleta hasta la puerta.

Pospuso tanto la hora de entrar a la ducha, pensando que de alguna manera eso podría detener el tiempo, que al final solo se cambió de ropa y va a irse sin bañarse.

Ahora está parado en medio de la sala, como si el acto de ir hacia la maleta fuese lo que toma la decisión.

Estoy sentada en el banco del piano, vestida únicamente con mis bragas y un buzo negro de Morat que nunca le devolví. Me acurruco en la prenda que todavía huele a él, y me pregunto por cuanto tiempo puedo conservar su aroma en la tela.

Los dos estamos muy, muy borrachos, porque no se nos ocurrió otra forma de hacer esto.

Hay una línea trazada con cinta aislante negra en el suelo que nos hemos propuesto no cruzar hasta que lleguen los refuerzos. Él está a un lado de la línea y yo al otro, porque si nos tocamos, sabemos que nunca nos vamos a soltar.

- ¿Cuántas canciones acerca de quedarse he hecho? – Pregunta de la nada. Arrastra las sílabas de manera extraña, y me río porque mi cerebro también está algo enredado

- Quédate otra vez, quédate toda la vida... – Canturreo

- El amor es más que dar, hay que quedarse... – Continúa él

- Contra las apuestas, aquí nos quedamos... – Agrego

- ¿Y si te quedas, qué? – Sugiere él, me río

- Esa no es tuya, cariño

- Pues debería – Señala, mientras se rasca la cabeza – Porque es una buena pregunta. ¿Por qué hacemos tantas canciones sobre quedarse y ninguna sobre soltar?

- Porque quedarse es un concepto romántico con márketing. Soltar solo es la cruda realidad

- Ah – Responde, pero no parece satisfecho - ¿Por qué no huimos juntos a una casita en Namibia y convivimos con las jirafas? – Sugiere.

Lo medito un momento, porque suena como una buena idea, lo que me da una pista de lo borracha que estoy.

Durante los primeros 20 de los 93 días, seguimos con algo de la normalidad de nuestras vidas. Al final, cedí con prestárselo a los chicos más de una hora diaria, con la condición de que me lo devolvieran siempre al terminar el día.

Entre el día 30 y 60, empecé a trabajar medio tiempo, y a ir al bar solo dos noches a la semana. Durante ese lapso de tiempo hicimos viajes relámpagos, salimos a un millón de citas, fuimos a conciertos y, en general, hicimos todos los planes que teníamos pendientes, y todo lo que se nos ocurrió que íbamos a querer hacer en el futuro.

Del día 60 hasta hoy, he tomado vacaciones de todo lo que he podido, y solo hemos estado juntos. Los últimos 3 días, ni siquiera hemos dejado la casa. Hemos hecho el amor unas 800 veces, y no es suficiente. Ahora que el tiempo se ha acabado, quiero más. De todo. Pero no puedo fingir que no extraño mi vida, y la única razón por la que esta burbuja de tiempo compartido ha sido tan increíble, es porque sabemos que va a terminar.

Pero, como sabíamos que llegaríamos a este punto, durante el último mes hemos ido llenando mi sala de hojas de block pegadas con cinta, en las que hemos ido escribiendo las razones por las que estamos haciendo esto, para que, cuando llegara este momento, no decidiéramos irnos a convivir con las jirafas.

Como respuesta a su sugerencia, señalo la hoja escrita con mi letra que está pegada junto a la puerta.

"Eres música. Este es tu sueño. No puedes vivir sin esto"

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