Capítulo 17

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Camila

—Cielo —murmuró Lauren—. Mi niña…
Y eso bastó para volver a despertar el deseo en mi.
Su pene se endureció de
repente y yo separé las piernas para ella.
Lauren se movió lo justo para coger otro condón de la cajita y ponérselo.
Volvió a estar dentro de mi, aunque esta vez el sexo fue más tierno y aletargado por el
sueño. El dulce movimiento de sus caderas y las mías. Los gemidos de ella y sus
suspiros. La sensación fue aumentando poquito a poco hasta que al final alcanzamos
ese punto juntas, gritamos y cayendo abatidas en la cama una vez más.

Ella me besó en la mejilla, el pelo y la mandíbula. Eran besos suaves y encantadores.
Yo inspirba hondo para percibir el olor de su piel, del sexo y de las dos juntas.
Le rodeó el cuello y notó el calor de su cuerpo junto al mio. El ritmo regular
de su corazón Una sensación de conexión.
En parte quería seguir asustada, pero estaba tan a gusto ahora.

Esto era maravilloso y no podía negarmelo.
«Deja que sea así de momento.»
En realidad tampoco podía hacer nada. Me sentía indefensa ante las sensaciones de
Mi cuerpo y de mi corazón. Lo que sentía silenció todas las alarmas, al menos por el
momento. Y me permití el lujo de ceder. De ceder ante las órdenes de Lauren y
ante el placer de estar con ella e incluso de entregarme al miedo de estar enamorada de
Ella.


Tampoco tenía que hacer nada al respecto; ni siquiera sabía explicarle cómo me
sentía. No importaba lo fuerte que fuera; era algo que podía mantener en secreto.

Habían pasado dos semanas desde que me diera cuenta de que estaba
enamorada de Lauren.
El secreto era cada vez más difícil de mantener. No se lo había
contado a Dinah, nunca había pronunciado esas palabras en voz alta, ni siquiera a mi
misma. Tenía miedo de hacerlo y que todo se volviera más real. Permitir que ese
pensamiento me pasara por la cabeza era ya demasiado real.
Eso y estar con ella.

Había estado dibujándole. Y dibujando la ciudad; las nubes suspendidas sobre la
bahía de Elliott, que veía a través de las ventanas de su apartamento. Las montañas en
la lejanía. Un cuenco con fruta en la mesa de la cocina.

Había encontrado algunos carboncillos y un bloc de dibujo. No me había atrevido a
buscar las pinturas. Era demasiado pronto. Me sentía algo insegura respecto al hecho
de ceder ante esa necesidad, ese deseo. Era demasiado… indulgente.
Pero sabía que era por Lauren. Por el modo en que me hacía sentir… hacia ella y hacía
Mi misma.

Ella empezaba a hacer que me cuestionara las antiguas ideas —ahora me daba
cuenta de que estaban pasadas de moda— sobre mi vida y lo que debería hacer. Sobre
algunas de las decisiones que había tomado. El modo en que ne reprimía siempre
porque tenía miedo de lo que los demás pudieran pensar de mi.

Mis padres, sobre todo. Algo ridículo, sí, porque era una mujer hecha y derecha.
Pero la relación con Austin no la había ayudado precisamente y fui yo quien lo había
permitido.
Permití que Austin y sus prejuicios sobre mí influyeran en ni manera de
pensar.

Tal vez no fuera esa mujer fuerte que creía ser.
O quizá no estaba pensando con claridad acerca de nada de esto. Tal vez debiera
dejar los carboncillos a un lado y olvidarme de la pintura…

Estaba frente a los ventanales de mi despacho, con la mirada puesta en la lluvia
que caía en la ciudad, y dejé que eso aliviara mis pensamientos enmarañados.

Los coches pasaban salpicando en las aceras; algunos paraguas salpimentaban las calles.
En parte quería estar allí, notando la humedad del aire de Seattle con esa pizca de sal
del océano procedente de la bahía. El olor de la ciudad bajo la lluvia me hacía sentir
como en casa. Cómoda y a gusto incluso en medio de una tormenta. Me encantaba la
sensación de calidez del abrigo, con el aire húmedo que me enfriaban los pies a través de
las botas.

Me estremeci.

Estar fuera con ese clima de febrero no era lo único que deseaba.
También deseaba a Lauren.
Siempre Lauren.

Me aparté de los ventanales y volví a sentarme en mi silla al tiempo que cogía el
móvil. ¿Habría quizás algún mensaje de ella? A veces me mandaba mensajes picantes
durante el día cuando no estaba en los juzgados. O a veces incluso cuando sí lo
estaba, algo que se le antojaba particularmente malvada.
Unas pocas palabras suyas
podían conseguir que me acalorara al instante. Podían calentar mi anhelante corazón.

Mierda, no me gustaba nada sentir ese anhelo. No era de ese tipo de chicas, nunca
lo había sido, pero con Lauren no podía evitarlo.

Las últimas semanas habían sido maravillosas a la par que difíciles; un tipo delicioso de tortura que nunca antes había sentido. Pasabamos juntas casi cada noche y
los fines de semana. Las noches que no la veía procuraba mantenerme ocupada.
Me había llevado trabajo a casa algunas veces, había quedado con Dinah o paseado por mi
librería favorita. Sin embargo, era como si cada momento que no estaba con Lauren
pasara muy lejos. Me sentía desapegada y desconectada de todo salvo de ella.

Aquella noche, durante la cena, Dinah supo que algo me pasaba, pero no me dijo
nada. Y yo no la había llamado muy a menudo. Sabía que Dinah no esperaría
siempre a que yo se lo soltara, así que era mejor evitarla de momento.
No sabía cuánto tiempo más podría aguantar con eso dentro.

Cada noche que pasaba con ella tenía miedo de estallar y contárselo. Me sentía algo decepcionada y aliviada al mismo tiempo porque no me había vuelto a llevar al Pleasure Dome.
Allí todo era demasiado intenso. Estaba segura de que si íbamos, me sumiría demasiado en el
subespacio para controlar el secreto; las palabras saldrían solas y mi secreto quedaría
expuesto.
No podía hacer algo así. Si se lo decía, ambas tendrían que enfrentarse al tema y
todo habría terminado.

No podía evitar remontarme a la última vez que le había revelado un secreto a alguien: cuando le conté a Austin mis deseos más oscuros. Eso
fue el fin de todo; algo que ya le había estado bien porque él no era nada adecuado
para mí.

Pero el caso era que no podía revelar algo así, sabía que debía guardármelo
para mí.

Suspiro, dejó el teléfono en la mesa y abro el informe en el que estaba trabajando
en el ordenador.
Era viernes y se suponía que debía entregarlo el lunes por la tarde. Si
no recobraba la compostura y trabajaba un poco, el lunes sería un día infernal.
Hice un esfuerzo para concentrarme. Al final, mi cerebro empezó a activarse y me sumergi
en la tarea.

Eran casi las cinco cuando sonó un pitido en el móvil: tenía un mensaje. Me aliso
el pelo con la palma de la mano; el corazón me latía con fuerza.
Tenía que tranquilizarme. Tal vez no fuera un mensaje de ella.

Pero lo era.

Esta noche en mi casa. A las siete en punto.
Sonreí para mis adentros.
No habíamos hablado de vernos esa noche.

creía recordar que me había dicho que tenía planes con su amigo Rey. Pero antes de que pudiera responder, recibió otro mensaje.








Hola buenas noches, les pido perdón por tardar tanto, ya estoy escribiendo para seguir en este drama exitante 🌚.

Nos leemos pronto 🌹🌚.

Los límites del deseo Camren G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora