Capítulo 4

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Lauren

¿Cuándo había sentido esas ganas de besar a una mujer?


«Fóllatela, joder. Penétrala y lo demás ya caerá por su propio peso.»


Tenía que controlarse un poco y controlarla a ella. Debía conseguir que la


obedeciera.


Le agarró los muslos, hundiendo le los dedos en la piel.


-¿Estás preparada para mí, Camila?


-Sí, estoy lista.


-Dime que lo deseas.


Había dicho lo mismo a otras mujeres de modo que ¿por qué se le antojaba ahora


como una especie de prueba?


-Te deseo. Quiero que... que me penetres. Que me folles y que me hagas...


todas esas cosas de las que hablabas. Muérdeme, pellízcame...


-¿Y que te azote?


Camila se quedó callada un momento y ella aguardó su respuesta como si el tiempo se


hubiera detenido un instante.


Era demasiado importante, joder.


Al final, ella contestó con un hilo de voz:


-Sí, Lauren, quiero que me azotes. Nunca lo he hecho antes y es algo que siempre


he querido. Siempre.


A Lauren se le escapó un gemido.


Esta chica sería perfecta. Ya había presentido que tenía tendencias sumisas. No


solía equivocarse pero con Camila no estaba del todo segura. Le desestabilizaba un poco


la fuerza de su atracción. El sexo hubiera estado bien sin todo lo demás, sin lo duro ni


el intercambio de poder.


Pero ahora lo sabía. Ella le deseaba e iba a ser rematadamente perfecto. Camila sería


perfecta.

Narrador

Camila estaba agotada, débil, aunque, al parecer, quería más. Sobre todo al saber


que iban a azotarla... Ah, sí, la sola idea la encendía por dentro como los fuegos


artificiales de fin de año: era puro fuego y luz.


Gimió débilmente mientras Lauren le daba la vuelta con facilidad, como si fuera


una muñeca de trapo en sus manos. Le puso una almohada debajo del vientre


y la colocó encima.


-Ábrete para mí, Camila. Muy bien, así.


Ella la ayudó a separar las piernas. Estaba preparada para Lauren aunque ya había llegado


al orgasmo varias veces. Tantas, de hecho, que los clímax se fundían en uno solo.


Eran un único momento de sensación infinita e intensa que la aturdían una pizca.


Pero esto sería algo muy distinto.


«Por fin.»


Le acarició las nalgas, los muslos y le rozó el sexo. Camila reparó en que no sabía si


la azotaría o la penetraría primero y eso lo hacía todo más excitante. También la ponía


más nerviosa pero en el buen sentido, no podía pensar con claridad.

Los límites del deseo Camren G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora