Capítulo 3

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Camila
_Qué ganas de sentirle dentro...
Aunque ahora mismo estaba demasiada distraída por lo que le estaba haciendo:
chupándole el cuello, lamiéndola, hincándole los dientes un poco. Sus manos estaban
por todos sitios: en sus costados, en sus muslos, y luego empezó a desabrocharle el
sujetador. Le cubrió los pechos con las manos y ella arqueó la espalda; notaba la
dureza de sus pezones en contacto con sus palmas.
-Joder -murmuró ella al separar los labios de su cuello y deteniéndose a
contemplar sus senos un buen rato. Entonces agachó la cabeza y acogió un pezón en
su boca.
-Ah, sí, Lauren ... Sí.
Ella le tocó el pelo, que aunque húmedo, era suave y sedoso. Se aferró a ella y le
atrajo hacia sí mientras Lauren le lamía la piel. Le lamía una y otra vez ese botón erecto
haciéndole sentir una oleada de placer por todo el cuerpo. Se notaba el sexo húmedo y
le dolía un poco, incluso.
«Lo necesito.»
-Vamos, Lauren.
No estaba segura de lo que le pedía. Simplemente «más».
-Shhh. Cállate, Camila.
Ese tono autoritario la hizo quedarse inmóvil, sin fuerza. Sí, todo en sus manos.
Que ella tomara el mando...
La empujó contra la puerta con ambas manos, una en los hombros y la otra en el
vientre, y luego empezó a bajarle las braguitas.
-Eres tan hermosa -le dijo en voz baja-. Muy, muy hermosa.
Se arrodilló y, sujetándola una vez más con una mano en la cadera, aprovechó la
otra para separarle las piernas.
Notaba el aliento cálido en la cúspide de sus muslos. Y cuando se acercó, notó
cómo le palpitaba el sexo de las ganas.
-¿Quieres mi boca aquí, Camila? -le preguntó.
-Sí, Lauren... Oh...
Sacó la lengua y lamió rápidamente el duro botoncito de su clítoris.
-Ay, Dios...
La inmovilizó con fuerza contra la puerta, volvió a acercarse y lamió. Con un
lengüetazo largo y lento, recorrió sus labios.
El placer era como una corriente eléctrica que la embargaba y lo sentía desde su sexo, al vientre y hasta en los pechos. Volvió a lamer y una vez más notó una sacudida de
placer.
-Sabes a miel, Camila. Te lo juro -murmuró ante sus labios deseosos.
Lamió otra vez y otra más. Tenía una lengua suave, aterciopelada y cálida. Tanto
que la abrasaba; la hacía arder de placer. Con un anhelo que cada vez era más fuerte.
Empezó a mover la lengua más deprisa por encima de sus labios, sobre su clítoris
duro. Pero necesitaba más. Y no le hizo falta decir nada porque al parecer ella lo notó.
Se apartó un poco y le dijo:
-Ábrete para mí. Así, muy bien. Perfecto. Estás muy mojada. Es perfecto.
Con los dedos separó los labios de su sexo e incluso la presión que ejercía en su
piel le resultó exquisita.
Fue aún mejor cuando agachó la cabeza otra vez y apresó su clítoris con los labios
para succionarlo.
-¡Ah!
Pensó que se detendría, que juguetearía con ella pero, en lugar de eso, se empleó a
fondo, sin dejar de chuparle el clítoris. Con la lengua le lamía la dura cúspide de
adelante atrás. Estaba a punto de correrse.
Cuando le introdujo dos dedos, la sensación fue asombrosa. Tuvo que contener el
clímax; quería sentirlo todo: su boca y sus dedos, con los que ahora empezaba a
bombear, como si le hubiera introducido un pequeño pene.
Empezaba a respiraba entrecortadamente e intentaba por todos los medios no correrse,
pero la abrumaba con tanta sensaciones. Ella le introdujo los dedos más adentro y siguió
chupando como si bebiera de ella. El clímax la arrolló como un tren de mercancías
mientras los truenos retumbaban al otro lado de los ventanales. Placer y más placer.
Una sensación tras otra. Y todo eso en su sexo, en su vientre. Se estremeció. Se notaba
las piernas demasiado débiles para sostenerse en pie; suerte que Lauren le sujetaba la
cintura con firmeza y la inmovilizaba contra la puerta.
¿Era una tormenta repentina la que hacía vibrar la puerta o era ella? Se corría una
y otra vez con temblores que la sacudían.
-Joder... -murmuró al tiempo que echaba la cabeza atrás para apoyarla en la
puerta.
-Otra vez -le pidió ella.
-¿Qué? No puedo. Vamos, Lauren. Llévame a la cama.
-Todavía no. Quiero que te corras otra vez aquí mismo.
-Oh...
Quería discutírselo pero volvió a besarla y a acariciarle un pecho con una mano,
que lo cubría entero y lo masajeaba con delicadeza. Y su boca... su lengua era más
suave esta vez, como si supiera que estaba muy sensible después de alcanzar el
orgasmo. Le lamió el clítoris con dulzura y luego le introdujo la lengua. Ella se abrió
un poco más de piernas para ella, apoyándose en sus hombros para mantener el
equilibrio. Era consciente de lo suave que era su piel. Quería tocarle, acariciarle los
pechos, el pene... Pero más tarde; cuando hubiera terminado con ella. Después de
hacer que se corriera; algo que sucedería muy pronto.

Los límites del deseo Camren G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora